El feminismo no necesita etiquetas

Estos días se estrena la película Woman en la que más de dos mil mujeres de cincuenta países hablan sobre ellas y lo que les rodea: sesgos, estereotipos y roles por ser mujeres en la casa, la educación o la familia; brechas en el salario, la conciliación o las pensiones; abusos en la infancia, el matrimonio o la calle. Sus voces quieren representar a la mitad de la población mundial en demanda de igualdad, y la reclaman en positivo: «Me encanta ser mujer», dice una, «la ternura, la sensibilidad, la particularidad de lo que realmente significa ser una mujer», comentan otras. Europeas, asiáticas, indias, blancas, negras, pelirrojas, rubias, morenas, jóvenes, mayores… dos mil entrevistas entrelazan todos los continentes mostrando orgullo por su identidad de género.

Parece más que una obviedad que el 8-M, Día Internacional de la Mujer, se celebre con reivindicaciones para las mujeres con el orgullo de serlo, como parece obvio que sea una celebración de mujeres unidas por la igualdad, la participación y el empoderamiento, máxime en estos momentos de pandemia en que son ellas las paganas con empleos más precarios, jornadas más reducidas, menos puestos de responsabilidad, menores salarios, promociones e incentivos. El propio FMI nos viene recordando desde antes de estallar la crisis un par de datos dramáticos: se tardará cien años en alcanzar la igualdad de género y doscientos años en acabar con la brecha salarial si no se aceleran cambios por la igualdad real. Y, sin embargo, frente a tales obviedades, este Día de la Mujer se presenta en España más dividido que nunca.

El feminismo no necesita etiquetasHabíamos oído hablar de feminismos para todos los gustos: radical, viejo, moderno, postmoderno, feminazi, lifestyle, liberal, pop, rosa millennial, inclusivo, puritano, mujerista, lipstick, liberador, light o mainstream. En todos los casos, adjetivaciones para no reconocerse con otras de sus congéneres. Conocida es la barrera entre las izquierdas que lo patrimonializan y las derechas que lo rehúyen. ¡Con lo simple que es sin etiquetas, cual lo define el diccionario de la RAE!: «Feminismo: principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre». Así de simple. Sin embargo, la historia no aprendida vuelve repetida, con la particularidad de que esta vez la trinchera se abre entre la izquierda.

Así pues, todos los matices en este día vienen a agruparse en torno a dos grandes bandos: el feminismo clásico en defensa de las mujeres (lo cual parece obvio y al que, por cierto, la derecha debería abrazar sin ambages), frente al feminismo queer de borrado de las mujeres para incorporarlas a la misma bolsa de igualdad que acoge a quienes nacieron mujeres y hoy son hombres trans (lo cual es un oxímoron, al menos legal, si de mujeres hablamos y de ahí el borrado). División que no puede resumirse en las diferencias entre Carmen Calvo e Irene Montero, si bien la inquina personal que se profesan ayuda. La vicepresidenta del Gobierno es una política de larga y reconocida trayectoria feminista que defiende lo que las mujeres reclaman: sus derechos aun discutidos por el hecho de ser mujeres; la ministra de Igualdad, llegada a la causa para corregir la plana a sus mayores, batalla con la nueva ley que renombra a las mujeres como personas con útero o personas que menstrúan, suprime la palabra madre por madres o padres biológicos y pretende que a la leche materna pasemos a denominarla leche de pecho o leche humana por si quien la ofrece ahora es un hombre que antes nació mujer.

Nada que objetar a la lucha trans, si bien es oportuno recordar que el Ministerio de Igualdad que borra a las mujeres y las madres, en ese supuesto nirvana de igualdad, aún no ha conceptuado a los hombres como personas con próstata o personas que eyaculan, lo que no puede sino interpretarse como un redoble de misoginia por cuanto no únicamente se borra a las mujeres como género, sino que genera derechos para los hombres trans no del mismo modo que para las mujeres trans. Doscientos cincuenta años de lucha feminista por el hecho de ser mujer eliminados por el partido que llegó al Gobierno defendiendo la igualdad de la mujer y llegó al mundo definiendo sus sedes como «espacios libres de violencia machista». Conceptualmen- te inaceptable para el ala socialista del Gobierno y el feminismo, quienes saben que la bronca en torno al borrado de mujeres y madres acabaría tumbada por un Tribunal Constitucional o de Derechos Humanos por cuanto atropella la propia Carta Fundacional de Naciones Unidas.

A la vista de todo ello, surgen varias preguntas: ¿con todas las asesoras y asesores que tiene la ministra Montero ninguno ha llegado a esta conclusión? ¿Ese tirar para adelante desde Igualdad con sus leyes en contra de criterios unánimes como el del CGPJ, qué explicación tiene? ¿Es casual que la ministra de Defensa pida humildad a la ministra de Igualdad? ¿O más bien estamos asistiendo a otra lucha de poder desatada por Unidas Podemos, esta vez a cuenta de las mujeres?

Este es el quid de la cuestión. Podemos condicionó su apoyo al Gobierno a cambio de conseguir apetitosas parcelas de propaganda aun a sabiendas de lo poco que había por gestionar, como son los asuntos sociales y la igualdad. De fondo, la ambición de sumar los votos de los mayores, los desprotegidos, los dependientes… cuya gestión está transferida a las Comunidades Autónomas; y, a más a más, la tentación de aspirar a los votos de las mujeres, echando cálculos nada menos que la mitad de la población. Suma errónea puesto que las mujeres, desearían no necesitar un 8-M como hoy y, por el contrario, desean ver sus derechos garantizados como los hombres de forma transversal a través de leyes laborales, económicas, sociales o de seguridad, si bien hasta ese día de igualdad real se den por bienvenidas las medidas de equidad necesarias para alcanzar el mundo 50-50. Ese es el mundo de inclusión que proyecta Naciones Unidas a través de los diecisiete ODS y la Agenda 2030, una agenda, por cierto, que en España también se la pidió el vicepresidente del Gobierno Pablo Iglesias, hasta entonces en manos de una mujer ampliamente reconocida por su trayectoria internacional en sostenibilidad y feminismo como es Cristina Gallach.

Esta es la lucha real del presente 8-M: la batalla de Podemos por arrebatar el feminismo al PSOE, el partido que lo ha ostentado por décadas, aun a costa de poner la ideología por delante de la biología. Tristemente, otra vez, las mujeres como bandería. 8-M como lucha de poder partidista antes que de igualdad real, con otra ley oportunista en torno al aniversario y sosteniendo el pulso en la calle sin deslegitimar las concentraciones que se prometen acotadas. Volveremos a oír reivindicaciones anarquistas, anticapitalistas, clasistas y hasta independentistas mezcladas con la causa justa que es la igualdad para las mujeres, porque se trata de auparse en base a la radicalidad. Volveremos a hacer antipático el feminismo.

Volveremos a olvidarnos de ayudar a las empresas a construir planes de igualdad factibles, de facilitar la corresponsabilidad con horarios razonables, de hacer efectiva la ley de dependencia, de impulsar el teletrabajo para todos, de evitar la brecha digital en las niñas, de formarlas en liderazgo, de hablar este día en las escuelas entre niñas y niños del beneficio que aporta para todos la igualdad, de incorporar a los hombres a una causa que es de toda la sociedad, porque a la sociedad revierte el beneficio… Todo esto, y más, se puede trabajar en un día como hoy de puertas para adentro si la pandemia nos lo impide en la calle donde, por cierto, nos amenaza una cuarta ola del virus más virulenta si cabe. Y no hace falta recordar que las mujeres damos la vida, por eso nos cuesta tanto arrebatarla en batallas inútiles.

Por cierto, falta haría que, desde esta España siempre herida, miráramos más al mundo, a nuestro sur, este y oeste, en donde las mujeres aún reclaman conceptos de igualdad primara, como salud y educación. Quizás eso nos ayudaría a curarnos de tanta lucha fratricida. Y podríamos reconocernos con las dos mil mujeres de los cincuenta países de la película Woman, tan orgullosas ellas de serlo.

Gloria Lomana es periodista y presidenta de 50&50 Gender Leadership.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *