El fin de la democracia en Polonia

Durante tres décadas, Polonia constituyó el mayor triunfo democrático del mundo poscomunista. Mientras muchas otras democracias, nada más nacer, cayeron en manos de dictadores, se vieron envueltas en corrupción o sufrieron un estancamiento económico prolongado, el país más grande de Centroeuropa tuvo la mejor trayectoria. Durante 30 años, su economía se multiplicó casi por 10. Y, aunque los extremistas siempre tuvieron voz y voto en la ruidosa esfera pública de Polonia, el Gobierno cambió de manos mediante elecciones libres y limpias en múltiples ocasiones. Para 2010 los politólogos creían firmemente que el sistema democrático del país estaba “consolidado”. Sin embargo, es fácil ver a posteriori que la idea de que Polonia era una democracia consolidada era una ingenuidad. Las divisiones internas eran más peligrosas y el apego de la población a los valores de la liberal democracia más tenue de lo que pensaban los académicos. Como consecuencia, Polonia, desde la elección del Gobierno populista encabezado por Jaroslaw Kaczynski hace solo cinco años, ha pasado de ofrecer el argumento más destacado en favor de las ventajas de la democracia liberal a ser el principal ejemplo de su eterna fragilidad.

El fin de la democracia en PoloniaPor desgracia, el resultado de las elecciones del domingo eleva aún más las amenazas contra la democracia polaca. Tras una campaña repugnante y llena de prejuicios, Andrzej Duda obtuvo la reelección como presidente del país por el mínimo margen, lo que da al partido Ley y Justicia, que ya contaba con la mayoría en el Parlamento, libertad para proseguir con sus ataques a los medios de comunicación y la independencia de la justicia. Dado que quedan todavía más de tres años para las elecciones legislativas que podrían servir de contrapeso al poder del Gobierno, es muy probable que Kaczynski y sus aliados logren destruir la democracia en Polonia.

El Gobierno polaco defiende muchas cosas que aborrezco. En las últimas semanas de la campaña, Duda advirtió de que los homosexuales estaban tratando de corromper a los niños polacos y afirmó que su adversario haría lo que le pidieran los judíos para vengarse de la nación polaca. Pero lo que no comprenden los vergonzosos propagandistas de la Hungría de Viktor Orbán y la Polonia de Kaczynski es que eso no es lo que hace que un Gobierno sea antidemocrático. En una democracia liberal tenemos que tolerar profundas discrepancias a propósito de los valores, incluso cuando estamos totalmente convencidos de que nuestros adversarios son unos fanáticos intolerantes. Pero lo que no podemos consentir son los ataques contra las instituciones encargadas de garantizar una oportunidad real de apartar al Gobierno en las siguientes elecciones. Ese es precisamente el principio que ha infringido de forma sistemática el Gobierno polaco. Como ha señalado el politólogo de Rutgers R. Daniel Kelemen, los déspotas electos suelen recorrer seis etapas: ganar las elecciones; apoderarse de los árbitros, como los tribunales y otros órganos independientes; atacar o controlar los medios; demonizar y debilitar a la oposición; cambiar las reglas del juego y ganar unas elecciones que ya no son libres.

Ya antes de los comicios del domingo, el Gobierno polaco había avanzado bastante en la consecución de estos objetivos. Cuando Ley y Justicia llegó al poder, prometió moderación cultural y generosidad económica. Pero se propuso polarizar a la sociedad y castigar a sus adversarios.

Su primer empeño fue un ataque a gran escala contra la independencia de la judicatura. En cuanto tuvo el poder, Ley y Justicia recortó el poder del Tribunal Constitucional, cambió la composición del Tribunal Supremo para llenarlo de fieles sectarios, abolió la independencia del órgano que designa a los jueces de tribunales inferiores, financió un sistema judicial paralelo, encargado de supervisar las elecciones, y prohibió a los jueces que criticaran la política del Gobierno. De acuerdo con el último informe de Freedom House, la justicia en Polonia ha dejado de ser independiente.

La segunda prioridad fue un ataque igualmente demoledor contra la televisión pública, la TVP. La cadena tiene entre sus objetivos la búsqueda de la neutralidad política. Sin embargo, el Gobierno de Ley y Justicia transformó una institución que ya era imperfecta en un altavoz descarado para su propaganda racista y homófoba que hace que, a su lado, Fox News parezca The New York Review of Books. El control de la televisión pública ha permitido que el Gobierno demonice sin ningún reparo a la oposición. En las últimas semanas de la campaña, TVP acusó al rival de Duda, Rafal Trzaskowski, de planear la venta de Polonia a los judíos, a los alemanes o al lobby LGTBQ, según las ocasiones. El presentador teóricamente neutral de un informativo de máxima audiencia dijo antes de la primera vuelta de los comicios: “Los expertos no tienen ninguna duda de que el dinero que llega en la actualidad del presupuesto del Estado a los bolsillos de las familias polacas se interrumpirá si Trzaskowski gana en las elecciones presidenciales, porque querrá satisfacer las demandas judías”.

Ahora que el Gobierno tiene su poder garantizado durante otros tres años, el miedo a que erosione todavía más la libertad de expresión y las instituciones independientes no es una suposición malintencionada: es una promesa que el propio Gobierno hizo repetidamente durante la campaña. La primera medida será probablemente hacerse con los medios críticos. Como muchos de ellos son propiedad de empresas con sede en el extranjero, el Gobierno ha prometido “repolonizar los medios”.

El último paso hacia el autoritarismo, advierte Kelemen, consistirá seguramente en atacar la integridad del sistema electoral. Hay muchas formas de hacerlo: puede tratar de tener el control estricto de la comisión electoral, crear más dificultades para la participación electoral de los polacos que viven en el extranjero y arrebatar poderes a los alcaldes de las grandes ciudades, que suelen ser de partidos de la oposición.

En mi libro El pueblo contra la democracia advertía de que los enemigos del populismo, normalmente, no tienen más que una sola oportunidad de derrotar en las urnas a los aspirantes a déspotas. Durante sus cuatro o cinco primeros años en el poder, los Gobiernos populistas, muy a menudo, distorsionan peligrosamente las reglas del juego, pero no suelen conseguir adueñarse por completo de instituciones independientes como las comisiones electorales. Si disponen de otros cuatro o cinco años, la toma del poder se vuelve total. Me temo que este es el destino que aguarda a Polonia. Las elecciones, aunque no fueron limpias, todavía fueron bastante libres. No hay ninguna garantía de que eso siga siendo así.

Los eruditos siempre tienen la tentación de decir que los acontecimientos que los contemporáneos no supieron predecir tenían que ocurrir en cualquier caso. Pero la verdad es que la historia está llena de momentos trascendentales en los que los países y las sociedades emprenden caminos divergentes debido a factores pequeños y accidentales. Las elecciones de Polonia han sido uno de esos momentos. El margen de la victoria de Duda fue increíblemente estrecho. Una táctica de campaña ligeramente distinta, una gran tormenta en la parte oriental del país o sencillamente unos medios más independientes muy bien habrían podido cambiar de manera decisiva el resultado. Pero no fue así, y ahora Polonia ha emprendido el camino hacia la dictadura. En los próximos tres años, los cambios demográficos probablemente favorecerán a la oposición. Pero para cuando el precario equilibrio de la opinión pública se incline en contra del Gobierno, el voto ya no será seguramente ni libre ni limpio.

La democracia polaca ha tenido en contra a las circunstancias. Es dudoso que los factores estructurales que favorecen a los enemigos del populismo autoritario puedan superar el enorme poder del que hoy disfruta el Gobierno. Cualquiera que no tenga clara la necesidad urgente de apartar en las urnas a los populistas autoritarios en otros países antes de que lleguen a consolidar su poder debería tomar nota.

Yascha Mounk es profesor de la Facultad de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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