El fin de la historia contemporánea

No puedo traer a mi memoria una época a lo largo de los últimos 75 años en la que haya habido una acumulación tan descomunal de conmociones mayores y menores. El mundo actual está lidiando con la intensificación del cambio climático, una pandemia, grandes guerras, inflación creciente, perturbaciones en el comercio internacional y las cadenas de suministro, y una grave escasez de alimentos y energía.

Una gran parte de estas convulsiones se derivan de nuevas (y renovadas) rivalidades entre las principales potencias. Esto ha tenido consecuencias altamente visibles y caóticas, cuyo ejempló paradigmático es la guerra de agresión de Rusia en Ucrania. Uno no tiene que ser agorero para predecir que el conflicto será un capítulo de una tragedia de mayor duración. En el Asia Oriental, el reclamo de China sobre Taiwán también amenaza con llevar hacia una escalada militar. Y en el Medio Oriente, el programa nuclear en curso de Irán podría desencadenar con muchísima facilidad un gran conflicto militar.

En resumen, estamos presenciando el desenlace de la Pax Americana que sustentó las relaciones internacionales durante más de 70 años después de la Segunda Guerra Mundial. De manera posterior a emerger como el vencedor en las dos guerras mundiales del siglo XX, Estados Unidos ganó la Guerra Fría que vino a continuación. Durante ese tiempo, garantizó la paz y la estabilidad en Europa, que había quedado en gran parte destruida en 1945, y sentó las bases para nuevos sistemas multilaterales de comercio y derecho internacional, establecidos bajo el paraguas de las Naciones Unidas, cuyo número de miembros se expandió como resultado de la descolonización. Pero con el ascenso de China y otros países, la Pax Americana, que ciertamente no fue perfecta, ha dado paso a una realidad más multipolar.

Sobre todo desde principios de este siglo, la economía mundial ha estado experimentando una transformación tecnológica trascendental. La digitalización y la inteligencia artificial están reestructurando radicalmente las economías avanzadas y reequilibrando el poder político a nivel mundial. Desde la crisis financiera de 2008, las condiciones mundiales se han tornado más caóticas, dejando ver fallas fatales en las hipótesis occidentales. Europa sucumbió a la ilusión de que una asociación energética con Rusia garantizaría la paz y la estabilidad en el continente. Y los líderes estadounidenses creyeron erróneamente que la inclusión de China en la Organización Mundial del Comercio y otros acuerdos multilaterales conduciría inevitablemente a su democratización.

En ambos casos, los líderes occidentales no vieron en absoluto las intenciones y objetivos estratégicos de los líderes rusos y chinos. Tenían tanta confianza en el atractivo universal de sus propios modelos de civilización que no pudieron prever las consecuencias políticas de las dependencias económicas que habían aceptado. Se acerca la fecha de vencimiento de la factura que deberán pagar por esta ingenuidad, y el monto será grande.

China se ha convertido rápidamente en un rival tecnológico para Occidente, y en especial para Estados Unidos, esto es algo de lo que la Unión Soviética nunca hubiese podido decir, incluso en el apogeo del “Shock del Sputnik”. Queda por ver hacia dónde conducirá esta nueva fase de la competencia mundial sistémica; pero se puede decir con seguridad que China será un hueso duro de roer. Además, la nueva contienda entre las grandes potencias se librará bajo condiciones mundiales completamente nuevas. La pandemia de COVID-19 y el cambio climático han alterado fundamentalmente los cálculos económicos y políticos a nivel mundial y continuarán haciéndolo.

Si la humanidad no logra reducir las emisiones de gases de efecto invernadero al ritmo necesario para mantener el calentamiento global bajo control, entrará en una era de crisis mundiales irreversibles y potencialmente incontrolables. Peor aún, debido a la nueva dinámica competitiva mundial, las grandes potencias se dirigirán en la dirección de una confrontación intensificada, a pesar de que los desafíos que enfrentamos exigen una cooperación más cercana. Esta es la verdadera tragedia que conlleva la la guerra del presidente ruso Vladimir Putin: más allá de la destrucción sin sentido y el sufrimiento humano indescriptible que causa, la crisis de Ucrania le está costando a la humanidad un tiempo precioso que no tiene.

Cabe mencionar en este punto una última crisis. En medio de todo el caos mundial, Estados Unidos también tiene profundos problemas internos que ponen en duda su futuro como democracia estable y funcional. El 6 de enero de 2021, el país vivió el primer intento de golpe de Estado de su historia. Como ha demostrado el Comité del 6 de enero de la Cámara de Representantes, Donald Trump trató de anular las elecciones de 2020 intimidando a los funcionarios electorales de los Estados, organizando listas “falsas” de miembros del Colegio Electoral y, en última instancia, incitó a una turba violenta a asaltar el Capitolio estadounidense. ¿Demostrará la democracia estadounidense tener lo suficientemente resiliencia como para evitar que algo así vuelva a suceder, o logrará Trump o una figura similar a Trump tener éxito en todo lo que se pretendió alcanzar durante el  “ensayo” llevado a cabo el 6 de enero?

Esta interrogante será decisiva, no sólo para Estados Unidos y su democracia, sino también para sus aliados y el futuro de la humanidad en general. Las elecciones presidenciales de 2024 pueden ser las primeras que tengan consecuencias directas tanto planetarias como civilizatorias. No es casualidad que el destino del mundo en el siglo XXI se decida en su democracia más antigua, y en el país que ha respaldado el orden internacional durante los últimos 75 años.

Joschka Fischer, Germany’s foreign minister and vice chancellor from 1998 to 2005, was a leader of the German Green Party for almost 20 years. Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *