El fin de la humanidad: una mala y una buena noticia

Un terreno invadido por la maleza en la autopista 13 cerca del pueblo de Haleyville, Alabama. Credit William Widmer para The New York Times
Un terreno invadido por la maleza en la autopista 13 cerca del pueblo de Haleyville, Alabama. Credit William Widmer para The New York Times

En los círculos filosóficos hay cada vez mayor revuelo por debates sobre la posibilidad de la extinción humana. Esto no debería sorprendernos si tomamos en cuenta la creciente y amenazadora depredación del cambio climático. Para reflexionar acerca de esta cuestión, quiero sugerir una respuesta a una única pregunta, una que difícilmente abarca todo el territorio filosófico, pero que es un aspecto importante de este. ¿La extinción humana sería una tragedia?

Para entender cabalmente esta pregunta, permítanme diferenciarla de cuestionamientos relacionados. No estoy preguntando si sería malo que la experiencia de los humanos llegara a su fin (Samuel Scheffler ya nos ha dado una razón importante para pensar que lo sería). Tampoco pregunto si los seres humanos como especie merecen desaparecer. Esa es una pregunta importante, pero requeriría consideraciones de otra índole. Estas y otras preguntas sí deben ser abordadas para hacer una evaluación moral plena sobre la posibilidad de nuestra desaparición. No obstante, lo que estoy preguntando aquí es sencillamente si sería una tragedia que en el planeta ya no hubiera seres humanos.

La respuesta que voy a dar podría parecer desconcertante en un principio: planteo, al menos de manera tentativa, que sería tanto una tragedia como una fortuna.

Para que esa afirmación suene menos contradictoria, permítanme abundar en la tragedia. En la dramaturgia, el personaje trágico suele ser alguien que comete un agravio, por lo general uno importante, pero por quien sentimos simpatía. Edipo de Sófocles, el rey Lear de Shakespeare y Willy Loman de Arthur Miller podrían ser ejemplos. En el caso de este artículo, el personaje trágico es la humanidad. La humanidad es la que está cometiendo un agravio y para acabar con este probablemente se requiera de la eliminación de la especie, por la cual podemos sentir simpatía a pesar de las razones que discutiré en un momento.

Para exponer esas razones, permítanme comenzar con una afirmación que me parece será a la vez deprimente y, al reflexionar sobre ella, incontrovertible. Los seres humanos están destruyendo enormes partes de la tierra habitable y están ocasionando un sufrimiento inimaginable a muchos de los animales que habitan en ella. Esto ocurre en al menos tres formas. En primer lugar, la contribución humana al cambio climático está devastando ecosistemas. En segundo lugar, el aumento de la población humana está invadiendo ecosistemas que de otro modo estarían intactos. Y en tercero, la cría industrial de animales fomenta la creación de millones y millones de ellos solo para ofrecerles sufrimiento y miseria antes de sacrificarlos casi siempre de formas crueles. No hay motivos para pensar que esas prácticas vayan a disminuir en poco tiempo; todo lo contrario.

Entonces la humanidad es fuente directa de devastación para las vidas de animales conscientes a una escala que es difícil de concebir.

Claro está que la naturaleza misma está lejos de ser un paraíso de paz y armonía. Los animales matan a otros animales con regularidad, a menudo de formas que nosotros consideraríamos crueles, aunque ellos no. Sin embargo, no hay ninguna otra criatura en la naturaleza cuyo comportamiento depredador sea ni remotamente tan profundo ni tan generalizado como el que nosotros mostramos hacia aquellos a quienes la filósofa Christine Korsgaard, de manera acertada, llama “nuestras criaturas hermanas”.

Si ahí terminara la historia, no habría tragedia por la eliminación de la especie humana; sería algo bueno, punto. Pero la situación es más compleja. Los seres humanos aportan cosas al planeta que los animales son incapaces de aportar. Por ejemplo, un nivel de razonamiento avanzado con el cual podemos expresar asombro ante el mundo de una forma que les es ajena a la mayoría de los animales, si no es que a todos. Creamos arte de varios tipos: literatura, música y pintura, por mencionar algunos ejemplos. Nos dedicamos a ciencias que buscan entender el universo y nuestro lugar en él. Si nuestra especie se extinguiera, todo eso se perdería.

Ahora, tal vez algunos argumenten que nuestra extinción no se sentiría como una pérdida, pues ya no habría nadie que se quedara sin acceso a esas cosas. Me parece que esta objeción malinterpreta nuestra relación con estas prácticas, a las que valoramos y en las que participamos a menudo porque creemos que es bueno hacerlo, porque nos parece que valen la pena. Es la bondad de las prácticas y las experiencias lo que nos atrae. Por ende, sería una pérdida para el mundo si dichas prácticas y experiencias dejaran de existir.

Podríamos, en este punto, ahondar en la objeción con el argumento de que quizá solo sería una pérdida desde el punto de vista humano, y que tal punto de vista ya no existiría si nos extinguiéramos. Es cierto, pero todo este conjunto de reflexiones sí está teniendo lugar desde un punto de vista humano. No podemos hacer las preguntas que nos estamos planteando aquí sin ubicarlas dentro de la práctica humana de la filosofía. El solo hecho de preguntarnos si acaso sería una tragedia que los humanos desaparecieran de la faz de la tierra requiere de un marco normativo que se limita a los seres humanos.

Entonces abordemos la pregunta desde otra perspectiva, la de los que piensan que la extinción humana sería tanto una tragedia como algo malo. ¿Acaso la existencia de esas prácticas artísticas o científicas no pesa más que el daño que ocasionamos al medioambiente y a los animales que se encuentran en él? ¿No justifican la existencia ininterrumpida de nuestra especie e incluso compensan el sufrimiento que causamos a tantas vidas no humanas?

Para abordar esa interrogante, hay que plantear otra. ¿Cuántas vidas humanas vale la pena sacrificar para conservar la existencia de las obras de Shakespeare? Si se nos pidiera que hiciéramos sacrificios humanos a fin de salvar sus obras de la aniquilación, ¿cuántos humanos serían demasiados? En lo que a mí respecta, creo que la respuesta es uno: opino que una vida humana sería demasiado (o, para evitar las nimiedades, una vida humana inocente). De cualquier modo, sea la cantidad que sea, va a ser muy baja.

O supongamos que un terrorista coloca una bomba en el Louvre y los brigadistas que responden a la amenaza tuvieran que elegir entre salvar a varias personas en el museo o salvar el arte. ¿Cuántos de nosotros realmente consideraríamos salvar el arte?

Entonces: ¿qué niveles de sufrimiento y muerte de vida no humana sí estaríamos dispuestos a consentir para salvar a Shakespeare, a nuestras ciencias y demás? Salvo que creamos que hay una profunda brecha moral entre la condición de animal humano y no humano, sin importar lo razonable que sea nuestra respuesta, estará muy sobrepasada por el daño y el sufrimiento que les infligimos a los animales. Se causa demasiado tormento a demasiados animales y es muy probable que esto continúe y quizá aumente, lo cual superaría cualquier cosa que podamos colocar del otro lado de la balanza. Además, aquellos entre nosotros que creen que existe esta brecha moral tal vez deberían familiarizarse más con la riqueza de la vida de muchas de nuestras criaturas hermanas y conscientes. Nuestra propia ciencia nos revela esa riqueza; irónicamente, al hacerlo nos da una razón para eliminarla junto con nuestra existencia.

Podríamos preguntarnos si, considerando esta perspectiva, sería benéfico para aquellos de nosotros que estamos aquí en este momento poner fin a nuestras vidas a fin de evitar mayor sufrimiento animal. Aunque no tengo una respuesta definitiva a esta pregunta, deberíamos reconocer que el caso de los humanos futuros es muy distinto del caso de los humanos que existen en la actualidad. Exigirles a los humanos que existen en la actualidad que pongan fin a sus vidas provocaría un importante sufrimiento entre aquellos que tienen mucho que perder si mueren. Por otra parte, evitar que los humanos futuros existan no produce un sufrimiento semejante, debido a que esos seres humanos no existen y, por ende, no tienen vidas que sacrificar. Por lo tanto, las dos situaciones no son análogas.

Podría ser que la extinción de la humanidad mejoraría el mundo y, a pesar de ello, no dejaría de ser una tragedia. No quiero decirlo con certeza, debido a que el problema es bastante complejo. No obstante, ciertamente parece ser una posibilidad concreta y ese hecho por sí solo me perturba.

Todo esto tiene otro lado trágico. En muchas tragedias dramáticas, el sufrimiento del protagonista es resultado de sus propias acciones. El asesinato del padre de Edipo a manos de este desencadena la serie de acontecimientos que conduce a su trágica revelación, y es la arrogancia de Lear hacia su hija Cordelia lo que lo lleva a su muerte. También puede ser que debido a nuestros propios actos los seres humanos ocasionaremos nuestra extinción, o al menos algo cercano a ella; que contribuiremos mediante nuestras propias prácticas a nuestro propio final trágico.

Todd May es catedrático de Filosofía en la Universidad Clemson. Su libro más reciente es A Fragile Life: Accepting Our Vulnerability, y también es asesor filosófico del programa de televisión The Good Place.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *