El fin de la planificación central china

“¿No es ya hora de que China abandone el concepto de meta de crecimiento?” Ésa ha sido la pregunta que he hecho al ministro de Hacienda de China, Lou Jiwei, esta semana en el 15º Foro anual sobre el desarrollo de China, que reúne a altos funcionarios chinos y una delegación internacional de miembros del mundo académico, dirigentes de organizaciones multilaterales y ejecutivos empresariales. Como he asistido a dicho Foro desde que el ex Primer Ministro Zhu Rongji lo creó en 2000, puedo atestiguar su papel como una de las más importantes plataformas de China para el debate. Zhu acogió con beneplácito el intercambio de opiniones en el Foro como auténtica prueba intelectual para los reformadores de China.

Con esa idea hice mi pregunta a Lou, a quien conozco desde finales del decenio de 1990. En ese período ha sido Viceministro de Hacienda, Presidente fundador de la  Compañía de Inversiones de China, el fondo soberano de China, y ahora ministro de Hacienda. Siempre me ha parecido una persona franca y dotada de curiosidad intelectual, un pensador analítico de primera y, con miras al futuro, partidario de reformas basadas en el mercado. Está cortado por el mismo patrón que su mentor, Zhou.

Hice mi pregunta en el marco del nuevo plan de reformas chinas anunciado en el Tercer Pleno del 18º Comité Central del Partido Comunista de China, celebrado el pasado mes de noviembre, en el que se subrayó el “decisivo papel” de las fuerzas del mercado para orientar la nueva fase del desarrollo económico de China.

Antes de hacer la pregunta, subrayé la contradicción inherente entre una meta y una previsión a la hora de formular los más importantes objetivos económicos de China. Sostuve que la primera encarnaba la obsoleta camisa de fuerza de la planificación central, mientras que la segunda era mucho más coherente con los resultados basados en el mercado. Una meta perpetúa la imagen de la todopoderosa máquina china de crecimiento dirigida por el Estado: un gobierno al que esencialmente nada detendrá para obtener un resultado cuantitativo determinado.

Aunque puede parecer un hilar demasiado fino, seguir fijando el objetivo económico como una meta constituye un mensaje con una orientación determinada y explícita que ahora está reñida con las intenciones del Gobierno orientadas al mercado. ¿No constituiría un mensaje más potente abandonar ese concepto? ¿Acaso no es ya hora de que China abandone los últimos vestigios de su pasado de planificación central?

La respuesta de Lou fue: «Es una buena pregunta».

China –prosiguió– está apartándose en realidad de su decidida insistencia de otro tiempo en la fijación de metas de crecimiento. Ahora el Gobierno insiste en tres objetivos macroeconómicos: creación de puestos de trabajo, estabilidad de precios y crecimiento del PIB. Y, como demostró el “informe sobre la labor” anual que el Primer Ministro presentó recientemente al Congreso Popular Nacional de China, actualmente se insiste en ese orden y el crecimiento del PIB ocupa el último puesto de la lista.

Así, China y sus autoridades disfrutan de un considerable margen de maniobra para abordar la actual desaceleración del crecimiento. A diferencia de la mayoría de los observadores occidentales, que tienen totalmente centrada la atención en la más leve desviación de la meta oficial de crecimiento, los funcionarios chinos tienen en realidad una actitud más abierta. Les interesa menos el crecimiento del PIB per se y más el papel desempeñado por el componente de la mano de obra en el aumento de la producción.

Resulta particularmente pertinente a la luz del importante umbral que ya ha alcanzado la transformación estructural de la economía china: el paso, esperado durante tanto tiempo, a una dinámica de crecimiento impulsada por los servicios. Los servicios, que ahora representan la parte mayor de la economía, requieren casi el 30 por ciento más puestos de trabajo por unidad de producción que los sectores de la manufactura y la construcción combinados. En una economía cada vez más impulsada por los servicios y con gran densidad de mano de obra, los directores económicos de China pueden permitirse el lujo de mostrarse más relajados ante una desaceleración del PIB.

El año pasado fue un ejemplo ilustrativo. Al comienzo de 2013, el Gobierno anunció que iba a fijar la meta de diez millones de nuevos puestos de trabajo urbanos. En realidad, la economía añadió 13,1 millones de trabajadores... aunque el PIB sólo aumentó un 7.5 por ciento. Dicho de otro modo, si China puede alcanzar su objetivo de empleo con un 7,5 por ciento de crecimiento del PIB, no hay razón para que sus autoridades sientan pánico y recurran a la artillería pesada anticíclica. En realidad, ése ha sido en gran medida el mensaje transmitido por una muestra representativa de funcionarios superiores en el Foro de este año: desaceleración, sí; importante reacción normativa, no.

Zhou Xiaochuan, director del Banco Popular de China, se mostró igualmente enfático al respecto. Según dijo, su banco no persigue una única meta, sino que formula la política monetaria de conformidad con lo que llamó una “función con múltiples objetivos” correspondientes a la estabilidad de precios, el empleo, el crecimiento del PIB y la balanza de pagos con el exterior, factor éste último añadido para reconocer la autoridad del Banco Popular de China en materia de política monetaria.

El quid, subrayó Zhou, es asignar valores a cada uno de los cuatro objetivos de la función normativa con múltiples objetivos. Reconoció que ahora el problema de esa asignación se ha complicado gravemente por la nueva necesidad de prestar una mayor atención a la estabilidad financiera.

Todo esto muestra una China muy diferente de la que se ofrecía durante los primeros 30 años de su milagro de crecimiento. Desde las reformas de Deng Xiaoping de comienzos del decenio de 1980, se ha prestado cada vez menos atención a las metas cuantitativas de la planificación central. La Comisión de Planificación del Estado pasó a ser la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma (CMDR), si bien tiene aún sede en el mismo edificio de la calle Yuetang de Beijing, y, con el tiempo, los directores económicos lograron recortar drásticamente y sector por sector la planificación de estilo soviético, pero aún había un plan y una meta de crecimiento total y la todopoderosa CMDR seguía aferrada a las palancas de control.

Eso ya es cosa del pasado. Un nuevo “comité rector” de las reformas está marginando a la CMDR y los más veteranos encargados de formular las políticas fiscal y monetaria de China –Lou Jiwei y Zhou Xiaochuan– están a punto de dar el último paso en la larga travesía hacia una economía basada en el mercado. Su interpretación común de la fijación de metas flexibles de crecimiento los sitúa en el mismo bando que las autoridades de la mayoría de los países desarrollados. Ahora el plan es un ejercicio de fijación de objetivos. En adelante, se deben examinar con ese criterio las fluctuaciones en la economía china y las reacciones normativas que entrañan.

Stephen S. Roach, former Chairman of Morgan Stanley Asia and the firm's chief economist, is a senior fellow at Yale University’s Jackson Institute of Global Affairs and a senior lecturer at Yale’s School of Management. He is the author of the new book Unbalanced: The Codependency of America and China.

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