El fin de la prédica europea sobre energías limpias

La guerra iniciada por el presidente ruso Vladímir Putin contra Ucrania ha supuesto una buena dosis de realismo energético para Europa. Mientras la UE proclamaba que la transición a fuentes renovables sólo traería beneficios, lo cierto es que muchas de sus industrias (sobre todo en Alemania) prosperaban  gracias a la dependencia de gas ruso barato. Esta revelación debería ser el primer paso hacia una postura europea más realista -y menos dogmática-, no sólo respecto de su propia transición energética, sino también de la del Sur Global.

La UE tiene un plan de acción para liberarse de los combustibles fósiles rusos. A la vista de los detalles de REPowerEU, está claro que, como tantas otras soluciones europeas, es un parche; el documento prevé la desescalada hasta 2030.

Si bien REPowerEU busca impulsar el despliegue de las fuentes renovables y encontrar una alternativa al gas para la calefacción y generación de energía, depende mucho de la diversificación del suministro. Los productores de energía del Sur Global están recibiendo peticiones desesperadas de ayuda para satisfacer las necesidades energéticas de la UE. Y la ironía del asunto no se les escapa: Europa lleva años predicando a los países en desarrollo la importancia de acelerar la transición energética (lo que en Europa lleva aparejado el net zero).

Pero si la UE no puede conseguir la dependencia de la energía limpia en el corto plazo (ni siquiera con el objetivo de dejar de financiar una guerra terrible), es menos factible aún para el Sur Global. Europa teme que una transición energética demasiado rápida podría perjudicar el crecimiento económico y el bienestar de la Unión. A los países en desarrollo, por su parte, les preocupa quedar privados de una vía hacia el crecimiento económico sostenido y la reducción de la pobreza.

Y sus temores son fundados. La correlación entre la energía de carga base (continua) y la prosperidad subraya la necesidad de un suministro fiable de energía continua para el avance económico. Pero globalmente, 770 millones de personas (la mayoría en África y en Asia) no tienen acceso a electricidad. En África subsahariana, la pandemia agravó la crisis de la pobreza energética: hoy el 77% de la población vive sin luz, cuando en 2019 la cifra estaba en el 74%.

Puesto que el futuro crecimiento de la población (y en paralelo, de la demanda de energía) se concentrará en el Sur Global, este problema no puede sino complicarse. Y por ahora, las fuentes renovables no pueden resolverlo, por razón de la intermitencia. Extender el uso del hidrógeno cambiaría la situación, pero es una solución todavía lejana para las economías emergentes y en desarrollo.

El enviado especial del presidente de los Estados Unidos para el clima,   John Kerry, ahora reconoce la insensatez de patrocinar únicamente renovables en las economías en desarrollo. El 7 de marzo, tras la invasión rusa de Ucrania, Kerry reconoció que el gas será crucial para el desarrollo económico de los países africanos. Hasta el Banco Mundial ha revertido (de manera discreta) la suspensión de financiar proyectos de gas.

Es verdad que este nuevo realismo implicará un incremento en las emisiones africanas en el futuro inmediato, pero parten de un nivel muy bajo. Los 48 países que forman el África subsahariana (sin contar a Sudáfrica) representan el 0,55% de las emisiones de carbono mundiales. En conjunto, África consume menos energía que cualquier otro continente, y mucho menos que Europa -sobre todo teniendo en cuenta el consumo histórico-.

Esta discrepancia es bien conocida, y ha provocado un aumento de críticas provenientes de los países en desarrollo: a la vez que les mete presión para que reduzcan sus emisiones, el Norte se muestra remiso a financiar las medidas de mitigación y adaptación climática fundamentales para el Sur Global.

El Fondo Verde para el Clima es emblemático de esta hipocresía. En la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático celebrada en 2009, las economías desarrolladas se comprometieron a contribuir 100.000 millones de dólares al año a los esfuerzos de mitigación y adaptación climática de los países en desarrollo. Pero en enero de 2022, los países participantes no habían confirmado sino 10.000 millones.

La sostenibilidad es vital para el futuro del planeta. Pero la transición a una economía verde tiene que ser realista (que es el envés de la justicia). El realismo exige que el Sur Global tenga oportunidades de desarrollo. Y ello pasa por la seguridad energética.

Por eso es tan importante el Foro de la Energía Sostenible para Todos, celebrado del 17-19 de mayo. Representantes de los sectores público y privado se reunieron en Kigali (Ruanda) para buscar modos de fomentar el progreso hacia el Objetivo de Desarrollo Sostenible n.º 7 de la ONU: garantizar el acceso universal a una energía asequible, fiable, sostenible y moderna para todos.

El foro de este año llega en un momento crucial para la transición energética global. Además, es la primera vez desde su creación en 2014 que tendrá lugar en África. Esperemos que las conclusiones -que, en vista de la crisis actual, serán más trascendentales que nunca- incorporen el papel central del continente en este evento, y las reflexiones (duras, pero necesarias) que la guerra en Ucrania ha provocado en Europa.

Europa ha llevado a gala su liderazgo en la transición verde. Tiene que mantenerlo. Pero en vez de permitir que el idealismo y la ideología nublen su visión, la UE debe velar por que sus ambiciones energéticas (tanto para sí misma como para las economías en desarrollo) estén basadas en la realidad. Europa necesita apoyar los esfuerzos de los países en desarrollo para adaptarse al cambio climático y asegurar la neutralidad en carbono. Pero también debe contribuir a garantizar la seguridad energética. Un ministro africano lo dijo muy claramente: «La descarbonización la haremos. Pero antes tenemos que carbonizarnos».

Ana Palacio, a former minister of foreign affairs of Spain and former senior vice president and general counsel of the World Bank Group, is a visiting lecturer at Georgetown University.

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