El fin de las ideologías

A la izquierda le está pasando lo que al protagonista de Ubik, la mejor novela de Philip K. Dick -si bien la más famosa es Blade Runner, es decir: Do Androids Dream of Artificial Sheep?-, al cual la realidad se le va disolviendo bajo los pies, la ciudad desapareciendo bloque a bloque, amenazando con dejarle en suspenso al borde del vacío.

La izquierda ha muerto de éxito y de fracaso. Éxito en su versión socialista, que vio cumplidos los programas del socialismo fabiano de Sidney y Beatriz Webb, Bernard Shaw, Bertrand Russell, Keynes, incluso Oscar Wilde, al llegar al poder el Labor Party y construir después de 1945 el Welfare State. Las reivindicaciones laborales del siglo XIX se materializaron entonces: semana de 40 horas, seguridad social, derecho de huelga, subsidio de paro, jubilación, sanidad y educación gratuitas.

Fracaso en su versión comunista que convirtió la dictadura del proletariado en una oligarquía despótica cuando no en abyectas tiranías. La economía planificada no resultó eficiente, faltó el incentivo de beneficio y las purgas alevosas de los años 30 más los gulags de los 50 y 60, desprestigiaron al comunismo ante los intelectuales decentes como Gide, Camus, Koestler o Silone, no ante papanatas como Sartre o algunos de mis queridos profesores de Económicas, cuyos nombres no diré porque no se deben azotar caballos muertos.

Cuando un movimiento alcanza sus reivindicaciones no tiene más remedio que disolverse o inventarse otras. El sociólogo de Harvard Daniel Bell, en El fin de las ideologías, publicado en 1960, no afirma que se acabe el pensamiento ideológico, sino sólo algunas de ellas: las que triunfaron y se aplicaron, como el socialismo, y otras que se probaron nefastas, como el comunismo. «Al final de los años 50», escribe Bell, «en Occidente, las viejas pasiones intelectuales se han gastado. La nueva generación, sin memoria de esos debates y sin tradición sobre la que basarse, está buscando nuevos propósitos dentro de una marco político que rechaza las visiones apocalípticas y milenaristas. En pos de una nueva causa que defender, se observa una profunda, desesperada, casi patética ira, una búsqueda incansable para dar con un nuevo radicalismo intelectual. La ironía para quienes buscan nuevas causas es que los obreros, cuyas reivindicaciones fueron antes la energía que movió el cambio social, ahora están más conformes con la sociedad que los intelectuales».

Esto se escribió hace 50 años y los intelectuales siguen buscando causas para llenar de contenido los programas de la izquierda, cada vez más fantasmagóricos e insustanciales como la ciudad de Ubik.

Lo malo es que las causas que quedan por reivindicar en los países avanzados ya no tienen la pasión, la enjundia ni la virulencia de las apremiantes injusticias del capitalismo salvaje del siglo XIX. Ir poniendo al día los derechos de los marginados, por sexo, etnia o riqueza, prohibir los toros o echar a los fumadores de los locales públicos no es un programa que permita a nadie presentarse como de izquierdas ni de nada. Son retoques necesarios pero cosméticos dentro de un sistema capitalosocialista o socialcapitalista que nadie cuestiona porque la izquierda, más allá del Welfare State, no ha sabido inventar alternativas al capitalismo.

Medio siglo después de El fin de las ideologías de Bell se ha llegado a un punto en que los intelectuales van por un lado y los trabajadores por otro. Los obreros querían mejoras concretas en su nivel de vida y las han ido consiguiendo, hasta una semana de 35 horas, cinco días y mes de vacaciones. Los intelectuales querían cambiar el mundo y hallar un sistema de organización socioeconómica que sustituya al capitalismo, pero no lo han conseguido.

Y no parece que vaya a ser China quien aporte el modelo nuevo, pues su sistema es oligárquico y dictatorial, una reencarnación del sistema jerárquico imperial que comenzó a transmutar Mao y moldeó Deng Xao Ping en un híbrido de capitalismo y comunismo, mercado sin democracia. Del mismo modo que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos aunque a los chinos aún no les interese, así el capitalismo es el menos malo de los sistemas económicos y ese sí que les interesa.

La clase trabajadora ha cambiado de naturaleza en la sociedad posindustrial. ¿Cómo mantener la visión comunista del cambio social? Si la clase trabajadora no hereda el mundo -de hecho está disminuyendo-, ¿dónde queda el papel del PC como vanguardia del cambio? El Partido Comunista se quedó sin ideología por fracaso, el socialista sin discurso por el éxito. La izquierda está sin contenido.

Lo cual no es el fin de la Historia, sino algo normal en su devenir. Otras ideologías surgirán en su lugar, por ejemplo, la ecología, que ya lo ha hecho y a la cual se han agarrado los comunistas como a un clavo ardiendo, u otras como la economía budista de Schumacher en Small is Beautiful, que pueden ir surgiendo. Lo que no es normal es que unos partidos sin ideología y unas ideologías sin discurso se queden ahí como momias e intenten ganar elecciones después de muertos, como el Cid. Quienes sacaron a pasear al pobre Campeador muerto son los mismos que ahora nos piden el voto para una izquierda que murió de éxito o de fracaso.

Por Luis Racionero, escritor.

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