El fin del dinero gratis

Mientras que la Reserva Federal de Estados Unidos ahora está pensando en reducir sus compras mensuales de activos a la luz de las crecientes cifras de inflación, la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, sigue insistiendo en que no existe ningún riesgo de inflación sostenida. La inflación que se registra actualmente, dice, es un problema temporario que desaparecerá una vez que se superen los cuellos de botella de la oferta, de manera que el BCE no cambiará sus políticas. Es como un cochero que se niega a tirar de las riendas cuando sus caballos están desbocados, porque finalmente se terminarán cansando.

No importa que, según el Tratado de Maastricht, el BCE esté obligado a garantizar la estabilidad de precios en toda circunstancia. No existe ninguna cláusula que hable de la posibilidad de dejar que los precios se calienten por un tiempo. Y, a diferencia de la Fed, el BCE no puede legalmente intentar equilibrar la meta de estabilidad de precios con otros objetivos de política monetaria.

Los actuales cuellos de botella de la oferta le deben mucho a las medidas de cuarentena en los puertos –particularmente, pero no exclusivamente, en China-. Los barcos que llegan no pueden descargar su carga y, por lo tanto, tampoco pueden ser cargados con los productos intermedios que la economía de Europa debe poder ofrecer a sus clientes. Las tasas de flete para el transporte marítimo internacional han aumentado ocho veces desde 2019. Pero los cuellos de botella también reflejan los confinamientos impuestos domésticamente en las economías europeas en el invierno y la primavera pasados, que condujeron a una escasez inclusive de madera local y otros materiales de construcción producidos en Europa.

En consecuencia, en una encuesta del Instituto Ifo de 2021, el 70% de los fabricantes alemanes reportaron dificultades para abastecerse de productos esenciales. En términos comparativos, la cifra más alta que se había alcanzado en los 30 años anteriores de encuestas fue del 20%. Ifo reconoce que los cuellos de botella de la oferta le costarán a Alemania alrededor de 40.000 millones de euros (45.000 millones de dólares) de valor agregado –equivalente al 1,15% de su PIB- en 2021.

Los cuellos de botella de la oferta obviamente han sido poco susceptibles a los gigantescos paquetes de estímulo y rescate que los gobiernos europeos pusieron en curso durante la crisis del COVID-19. El gobierno federal alemán, por ejemplo, implementó programas que representaban aproximadamente el 10% del PIB alemán si se los extendía por un período de dos años, y la Unión Europea implementó programas adicionales que representaban el 4,5% del PIB de la UE en dos años. Esos programas estuvieron financiados en gran medida por nueva deuda gubernamental, que a su vez fue monetizada de inmediato por el BCE y así fue emitida a tasas de interés ultra-bajas.

Nunca antes Europa ha experimentado programas de estímulo a un nivel tan masivo. Pero en vista de los cuellos de botella de la oferta, los responsables de las políticas efectivamente apretaron el pedal del acelerador a fondo con el freno de mano todavía puesto. El resultado fue una forma particular de sobrecalentamiento económico que los economistas llaman entanflación.

Las tasas de inflación de hoy son muy altas no sólo en Estados Unidos donde están en el 6,2%, sino también en Europa. En octubre de 2021, los precios en la eurozona en general habían aumentado el 4,1% interanual; en Alemania, la economía más grande del continente, los precios subieron el 4,5%. Y como si esto no fuera lo suficientemente malo, la Oficina Federal de Estadística de Alemania acaba de anunciar que los precios industriales anuales subieron el 18,4% en octubre. Es el incremento más alto desde 1951, poco después de que se fundara la República Federal de Alemania, superando inclusive el pico de incrementos de precios mensuales durante las crisis petroleras de los años 1970 (14,6% en junio de 1974).

En contraste con el índice de precios al consumidor, que mide sólo los precios de los productos finales, los precios industriales registran todas las etapas intermedias de la producción. Por lo tanto, tienen una cierta importancia en términos de pronóstico para los precios al consumidor, aunque los productos finales no mostrarán estos picos extremos. (A diferencia de los últimos, no se ven afectados por los cambios en los impuestos al valor agregado como los que ocurren en Alemania).

Estas nuevas cifras de inflación son tan extremas que la postura del BCE parece una negación deliberada. Alemania está experimentando actualmente la inflación más fuerte de su historia. Y la situación no es mucho mejor en otros países europeos. En septiembre, Francia reportó un incremento anual del 11,6% de los precios industriales, y esa cifra se mantuvo en el 15,6% en Italia, el 18,1% en Finlandia, el 21,4% en Holanda y el 23,6% en España.

Peor aún, estos incrementos no parecen un fenómeno temporario. Aunque los cuellos de botella de la oferta probablemente ya se hayan superado el verano próximo, los sindicatos para ese entonces habrán aumentado sus demandas salariales para que se correspondan con las cifras de inflación de este año. Eso desatará una espiral de precios y salarios en alza que puede continuar por varios años. Se promoverán las compras de bienes de consumo duraderos, lo que aceleraría aún más la inflación.

Asimismo, aun cuando la primera ola de inflación empiece a menguar, tal vez a comienzos de otoño próximo, aparecerán nuevos peligros. Si el BCE duda en seguir los aumentos previsibles de las tasas de interés por parte de la Reserva Federal de Estados Unidos, el euro se depreciará, impulsando aún más los precios de las importaciones. La transición de la generación de posguerra al retiro implica muchos consumidores adicionales que ya no respaldan la producción y por lo tanto crean una sobredemanda inflacionaria. Del lado de los costos, la eliminación gradual de todos los combustibles fósiles –y de las plantas de energía nuclear en Alemania- será un impulsor importante del crecimiento de los precios. No hace falta demasiada imaginación para ver cómo Europa podría terminar de nuevo en un contexto de inflación persistente como el de los años 1970, que podría durar por el resto de la década e inclusive después.

En vista de estas circunstancias, las economías europeas y el BCE deben recibir una señal clara para interrumpir cualquier atracón de deuda monetizada. Si los responsables de las políticas quieren desviar dinero de la economía para sus metas, deberían tener que recortar otros gastos por una cantidad comparable. Si el repliegue vía tasas de interés ya no funciona porque el BCE no juega en equipo, será reemplazado por un mecanismo de reducción directo a través de los precios de los productos.

Como sea, el alza inflacionaria de hoy marca el fin de la utopía de los recursos creados de la nada. La buena vida financiada por la imprenta del eurosistema se terminó de una vez y para siempre.

Hans-Werner Sinn, Professor Emeritus of Economics at the University of Munich, is a former president of the Ifo Institute for Economic Research and serves on the German economy ministry’s Advisory Council. He is the author, most recently, of The Euro Trap: On Bursting Bubbles, Budgets, and Beliefs, Oxford University Press, 2014.

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