El fin del fin

En 1992, el politólogo estadounidense Francis Fukuyama proponía que el fin de guerra fría no sólo marcaba el fin de la dicotomía entre el capitalismo y el comunismo, sino que también constituía el fin de la teleología histórica: ya sin alternativas posibles, la victoria de la democracia occidental como sistema político constituiría “el fin de la evolución ideológica del mundo”. Lo que la democracia hacía en política, el capitalismo haría en economía.

Así, El fin de la historia de Fukuyama marcó la euforia liberal que sucedió a la caída del muro de Berlín. Pero el “fin” un día se acabó: la teoría ha sido desbancada por —entre otros— el yihadismo político, la crisis financiera, la obsesión occidental con el “modelo chino” y el nuevo autoritarismo ruso. En la historia abundan los momentos de tal certeza ideológica que los regímenes vislumbran la eternidad. Ya lo hacían los jacobinos justo antes de la guillotina, los fascistas en sus calendarios romanos y los bolcheviques en su propaganda.

Este 2015 que comienza se perfila con grandes cambios para América Latina —así como el fin de un fin. La bajada del precio del petróleo y las airadas causas de corrupción ponen en jaque a los Gobiernos de Venezuela y Brasil, llevándolos hacia reformas que han eludido obstinadamente durante una década. Ya ni el partido de los trabajadores es tan limpio ni la revolución chavista es tan para siempre. Y sin embargo no hay duda de que el cambio más profundo en la región será la elección presidencial en Argentina en octubre. Las reelecciones de los partidos en el poder en Bolivia, Brasil y Uruguay en 2013 no se exportarán a Buenos Aires en 2015.

Por primera vez en más de una década, no habrá un Kirchner en la fórmula presidencial, aunque los incondicionales de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner apuestan que la presidenta saliente mantendrá alguna posición. ¿Será para mantener el liderazgo del núcleo kirchnerista o —en medio de una feroz guerra con el poder judicial que ahora incluye la investigación por el atentado de la AMIA en 1994— para mantener los fueros judiciales?

Por mucho tiempo, y a pesar de negarlo, los Kirchner vislumbraron la eternidad, al menos la política. La lógica de Néstor Kirchner para no buscar la reelección (permitida constitucionalmente) en 2007 fue la alternancia con su esposa Cristina —un plan sólo frustrado por la prematura muerte del propio Néstor en 2010—. En 2011, Cristina logró una reelección contundente que apuró los planes para un cambio constitucional que permitiera la Cristina eterna. Sólo una derrota igualmente contundente en las elecciones legislativas de 2013 enterraron esa opción.

Los sueños de perpetuidad se construyen con amenazas sobre un fin que se acerca: funcionarios del Gobierno hablan rutinariamente de las catástrofes por venir si se acabase el “proyecto político”. Es así que diputados y ministros kirchneristas hablan de “fines” al fin del mandato: el fin de los planes sociales, el fin de esfuerzos redistributivos, el fin de la política de derechos humanos. Un extremo kirchnerista hasta llegó a amenazar que faltarían medicamentos para los enfermos de HIV de ganar un opositor.

La realidad es distinta: el fin no será fin. Los tres candidatos que pelearán por la presidencia en octubre no plantean una vuelta del capitalismo voraz que los kirchneristas aman criticar incluso cuando la justicia avanza con groseras causas de corrupción en su contra. Es más, todos han prometido mantener las políticas sensatas del kirchnerismo, desde la ayuda social a la mayor inversión en educación y el foco en derechos humanos.

Y, por otro lado, a los personajes del Gobierno kirchnerista les hará bien un tiempo sabático. Después de radicalizar la política económica en los últimos dos años, dejarán el poder con una estanflación caracterizada por recesión y una inflación mayor al 30% anual (todavía negada por el Gobierno), un nuevo default no forzado que complica el frente externo, anacrónicos controles de todo tipo y la presión de causas de corrupción que se multiplican contra ministros y hasta miembros de la familia presidencial. Las trabas a importaciones son tales que faltan toallas higiénicas y tampones —lo que un funcionario osó describir como una “corrida contra el tampón”.

Cuando uno camina por las calles de Buenos Aires es tangible el cambio de ciclo que se avecina. Argentina necesitará decisiones difíciles, pero a la larga importantes, para lograr crecimiento sostenible: resolver el frente externo con menos retórica y más experiencia, deshacer controles cambiarios y de capital, modificar subsidios para que ayuden a los que los necesitan y no a los amigos del poder de turno.

Así, las perspectivas positivas se harán realidad en el contexto de una política menos absolutista. Pero más allá de las políticas específicas, el cambio empieza por romper la lógica autoritaria que caracterizaba el viejo régimen: “Después de nosotros, el diluvio”. La historia no termina. El fin del fin conlleva el principio de un nuevo comienzo. Y en Argentina, lo mejor está por venir.

Pierpaolo Barbieri es director ejecutivo de Greenmantle y asesor del Consejo sobre el Futuro de Europa de Instituto Berggruen para la Gobernanza. Su libro, Hitler’s Shadow Empire: Nazi Economics and the Spanish Civil War será publicado el 14 de abril por Harvard University Press.

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