El fin del imperio, ¿ha llegado?

La victoria de EEUU en la guerra fría que supuso la desaparición de la URSS, le situó en una posición de dominio y de liderazgo sin precedente histórico, porque es cierto que es este el primer imperio de alcance mundial.

Si las tres características de todo imperio son el poder económico, el militar y el cultural, así sucedió con Roma y los imperios español o británico. También es el caso de forma superlativa de EEUU, ya que el control económico del mundo a través de las finanzas, el liderazgo científico y técnico y la presencia de sus empresas multinacionales no tiene históricamente parangón. En el ámbito militar, las armas y la tecnología de sus ejércitos le dan también una superioridad absoluta. Por último, la creciente globalidad del mundo ha hecho que la cultura popular de EEUU tenga una difusión prácticamente ilimitada. La Coca-Cola, Hollywood y los tejanos son ejemplos de ello.

Es verdad que la política llevada a cabo por EEUU a partir del año 2000 no ha contribuido a la consolidación de este poder. Ahora tienen más enemigos y más conflictos que antes, menos influencia política y se ha demostrado que el poder militar del que dispone no puede ganar las guerras en las que se embarca, Irak y Afganistán. El déficit que arrastra el presupuesto federal está causando una devaluación importante de su moneda y las carencias y fallos del sistema financiero (hipotecas para insolventes), hacen tambalear las grandes instituciones financieras americanas. La cuestión es saber si el imperio de EEUU ha llegado a su cénit y si pronto será igualado por países en claro ascenso y dimensión suficiente para disputarle su liderazgo: China e India. La experiencia histórica nos lleva a concluir que siempre ha ocurrido, pero si analizamos sus circunstancias particulares tendremos que aceptar que existen diferencias sustanciales.

Ningún imperio ha sido una democracia y es la democracia el único sistema político que es capaz de regenerarse. La crisis de muchos imperios ha sido precisamente provocada por su incapacidad de emprender políticas diferentes de aquellas que causaban su propia decadencia.

La España de finales del siglo XVII es un buen ejemplo de ello. A pesar de que el mantenimiento de dos guerras simultáneas empobrecía y debilitaba al Estado, porque suponía un gasto incompatible con los ingresos de los que disponía, este cambio en la política exterior no se hizo. El país entró en una revolución interna --Portugal y Catalunya--, y en una crisis que produjo el cambio del sistema político y de la dinastía reinante.

Es posible, pues, que la democracia americana sea capaz de reconducir y reorientar el país. El fenómeno de Obama e incluso el de Clinton puede ser el inicio de ello.

El liderazgo de la ciencia y la tecnología es básicamente americano. De las 10 mejores universidades del mundo ocho son americanas.

El gasto en investigación y desarrollo público y privado es casi el doble del de Europa. Esto da a su economía una capacidad competitiva idónea en el mundo global del siglo XXI.

El gasto militar de EEUU es el más alto del mundo, seis veces superior al de China. La inutilidad de un ejército convencional para la defensa del imperio es palmaria. La guerra de Irak no ha llevado a ningún lugar y, paralelamente, la diplomacia ha resuelto la crisis de Corea del Norte con riesgo de desestabilizar una zona vital para el mundo: Japón, Corea del Sur, Rusia y China. Esto demuestra la eficacia de la diplomacia y la ineficacia de las soluciones militares en este tipo de conflictos.

La reducción del gasto militar de forma progresiva no puede hacerse abruptamente porque mantiene una actividad económica significativa, permitirían dirigir esta inversión hacia otras actividades con una mejora directa a medio plazo de la posición política y diplomática de EEUU.

Es posible que Estados Unidos perciba que no se trata de controlar y ocupar el mundo sino de liderarlo, que la potencia militar debe sustituirse por políticas de información, inteligencia y diplomacia, que la potencia económica y la potencia tecnológica permiten una gran capacidad de influencia, y que, finalmente, el enfrentamiento directo otorga dudosas ventajas en el corto plazo y nunca en el largo plazo.

Si esto se produjera, la política de expansión de China basada en el paradigma clásico --poder militar, poder económico al dictado de un partido único no democrático-- quedaría a medio plazo desfasada. Pero es significativo señalar que el peso de la política militar y expansionista de China en su entorno (Tibet), o el despliegue en África y Latinoamérica está basado más en la acción comercial y económica que en la presión militar y política, es decir, está orientado en la dirección de lo que podría llamarse imperialismo del futuro, imperialismo blando.

La decadencia de EEUU no es inevitable. Se demostraría una vez más que los principios de democracia, libertad e igualdad de los ciudadanos tienen potencialidad y fuerza y son superiores, pese a sus carencias, a cualquier otro sistema político. La superioridad de la estructura política de EEUU, basada en los principios de la declaración de independencia de 1776, se demostraría una vez más.

Joaquim Coello, ingeniero.