El fin del nacionalismo

Konrad Adenauer, canciller de Alemania Federal tras la II Guerra Mundial, llegó a anunciar que la época de los Estados nación había llegado a su fin. El gran europeo decía que comenzaba una nueva era, un nuevo tiempo en el que los hombres mirarían más allá de sus fronteras. Era el fin del nacionalismo.

A menudo se considera que el éxito del proceso de integración consistió en la superación de los excesos del nacionalismo, en la reconciliación entre los europeos y la definición de un espacio común de libertad –con libre circulación de mercancías, personas y capitales– donde el principio fundamental sería, precisamente, la no discriminación por razón de la nacionalidad. La Unión Europea constituiría un espacio abierto y cosmopolita, donde sería posible compartir simultáneamente varias identidades –ser vasco, español y europeo– y establecer una unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa.

Sin embargo, en los últimos tiempos, hemos visto un ascenso de los partidos nacionalistas, que entienden la soberanía como un juego de suma cero y rechazan los valores comunes y plurinacionales. Algunas de estas formaciones, en Francia o Reino Unido, se oponen a la integración y cuestionan en particular la libre circulación de personas. Otros, en Escocia, Cataluña o Flandes, no son contrarios a la Unión, y aceptan la interdependencia con Europa –y en principio, la lealtad y la solidaridad que ello implican–, pero no con el Estado del que forman parte. La presencia de partidos nacionalistas en Europa no es un fenómeno novedoso, pero sí lo es su fortaleza: nunca habían contado con tantos escaños en el Parlamento Europeo.

En esta situación, resulta interesante recordar las ideas de los padres de Europa y plantear hasta qué punto el proceso de construcción europea fue en su origen un esfuerzo por superar los excesos del nacionalismo y afrontar más unidos un futuro incierto y un contexto cada día más global. Para ello, nadie mejor que Konrad Adenauer, canciller alemán durante catorce años, cuyos escritos se publican en España en estos días (Ed. Encuentro, Universidad CEU San Pablo y Fundación Adenauer).

Adenauer había sufrido, como tantos alemanes de su tiempo, los estragos del nacionalismo. Proveniente de una modesta familia renana, inició su trayectoria política en el católico Partido de Centro, ocupándose del abastecimiento de Colonia durante la I Guerra Mundial. Después, en los años de la crisis económica de la República de Weimar y bajo la sombra de la amenaza revolucionaria que tanto temía, el joven alcalde se dedicó al desarrollo de la ciudad. Tras la llegada al poder de Adolf Hitler en 1933, fue apartado de la alcaldía. Si bien los dos hombres nunca se conocieron personalmente, Hitler se había ofendido al negarse Adenauer a recibirle en el aeropuerto cuando acudía a Colonia a una reunión del partido nazi. Así se iniciaron unos años de penalidades, en los que vivió retirado de la política y sufrió dificultades económicas, persecución, y en varias ocasiones –tras la «Noche de los cuchillos largos» y después, tras el fallido golpe de Stauffenberg–, la cárcel.

Finalizado el conflicto, Adenauer lideró el nuevo Partido Demócrata-Cristiano, la CDU, y tras las elecciones de 1949, ya en la cancillería, promovió la integración europea. La reconstrucción de Europa y la contención del comunismo requerían la recuperación económica y política de Alemania, pero para ello, era necesario garantizar a Francia su seguridad a través de la integración. Esta sería en efecto la estrategia del canciller, promover el ingreso de Alemania en las organizaciones de Europa occidental –Consejo de Europa, Comunidades Europeas y OTAN–, requiriendo a cada paso mayor autonomía para Alemania, hasta la plena recuperación de su soberanía. Todo ello fue posible a pesar de la oposición de los socialistas del SPD, que le acusaban de estar en manos de los aliados y de, acercándose a Occidente, dificultar cualquier posibilidad de reunificación con Alemania oriental.

Los escritos de Adenauer en estos años muestran su apuesta por la construcción europea. De todos ellos, destaca el publicado en 1955, en el que subrayaba cómo el principal obstáculo en la historia de Europa había sido la distorsión de la idea del Estado nación y el crecimiento de los dogmas nacionalistas. Para él, el proceso de integración europea sería también un proceso de regeneración, que dejaría de lado las ideas nacionalistas, que poco tienen que ver con la interdependencia de los nuevos tiempos. Creía, y así tituló este escrito, que había llegado el fin del nacionalismo.

En nuestros días, los resultados de las elecciones europeas y las tensiones territoriales muestran que, lejos de su fin, vivimos un ascenso del nacionalismo, al que ha dado alas la crisis económica. Confiemos en que, como decía Adenauer en la Alemania de la posguerra, el hombre puede aprender de su historia.

Belén Becerril Atienza, profesora de Derecho de la Unión Europea de la Universidad CEU San Pablo.

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