El fin del principio

El 9 de noviembre de 1942, en la Mansion House, Churchill habla a un concurrido auditorio el día del Alcalde Mayor de Londres. Inglaterra ha obtenido una primera victoria después de tres años y en un momento del discurso pronunció: «Este no es el final, ni siquiera el principio del final, pero sí que puede que sea el final del principio».

El 21-D, como colofón a la aplicación del art. 155 de la Constitución para frenar el secesionismo en Cataluña, puede ser, debe ser, tiene que ser el final del principio, ese proyecto que como una corriente subterránea, permanente y cada vez más intensa, fue creando el independentismo bajo las aguas serenas de la autonomía, las instituciones de autogobierno, la lealtad institucional y la asunción de las reglas constitucionales.

Aprovechando la buena fe de los españoles, la convivencia pacífica entre catalanes, la prosperidad y el bienestar alcanzados, la normalidad política con elecciones, libertad de expresión, debate y, sobre todo, el despliegue histórico de la identidad catalana, lengua y cultura, hasta confines nunca alcanzados ni imaginados, un grupo concertado en ámbitos políticos, educativos, mediáticos, económicos, culturales, festivos, deportivos, territoriales, fue tejiendo un golpe que intuyeron mortal y que asestaron en cuanto creyeron que las condiciones ambientales les eran más propicias: crisis económica, paro, gobiernos nacionales sin mayorías, crisis en la izquierda democrática, irrupción de los populismos radicales y antidemocráticos, redes sociales influyentes, inestabilidad institucional, referéndum escocés y Brexit, presión migratoria, mas-media potentes y desleales, primaveras norteafricanas, desencanto con la política en la Europa occidental y Estados Unidos, falta de liderazgos internacionales.

El «procés» es fruto de la utilización torticera del sistema de libertad e identidad que la Transición y la Constitución consiguió para los españoles, pensada y materializada por los propios españoles en búsqueda de la mejor versión de España. La mejor versión de la Nación es la peor noticia para quienes vieron truncada su expectativa de acabar con ella. La Constitución cerró para siempre cualquier justificación al golpe, a la revolución y a la secesión. Estas tres acciones violentas se han intentado, y las tres han sido desmanteladas. Por eso no puede condir el desánimo en quienes deben observar lo ocurrido estas últimas semanas con perspectiva histórica. Ahora corresponde, conocido el plan en toda su extensión, por público y notorio, y el nutrido grupo que lo ha desarrollado y sus concretas ideas, poner en marcha una etapa nueva para Cataluña. Una etapa sin corrientes subterráneas, en donde efectivamente no tengamos miedo, «no tingam por», a hablar de España con orgullo y ponderación también en Cataluña.

El gobierno de Rajoy, con el PSOE y Cs, como en su momento el de Suárez y la oposición parlamentaria hicieron con el golpe, ha parado la secesión, y como entonces se trata de conocer hasta el último extremo la red tejida y actuar con serenidad democrática. Como González y Aznar hicieron con la red de apoyo al terrorismo.

Este gobierno ha administrado una intervención a nuestra hacienda por parte de Europa, una sucesión en la Jefatura del Estado y una secesión en toda regla. Con política y con discurso. Los tres envites encauzados felizmente. Ahora política y discurso para una nueva época en Cataluña. No en toda España, si no en Cataluña. La dureza del proceso no puede empañar todo lo que se ha conseguido en 40 años de democracia y, en concreto, en estos últimos años de la crisis económica de la que ya estamos saliendo con más fuerza que los países de nuestro entorno. Mantenimiento de la creación de empleo, medidas para conservar la sanidad y educación públicas de excelencia y universal, garantizar las pensiones y la dependencia, y la mejora de infraestructuras y equipamientos productivos para competir en el mundo. Esto es lo realmente importante.

El Final Del Principio del plan secesionista ha de abrir el principio de la normalidad en Cataluña, una autonomía española, una región europea. Tratar a Cataluña como a Galicia, Andalucía o Extremadura. Con toda normalidad. Con su identidad, como vascos o baleares, o con sus necesidades de específicas inversiones como motores económicos españoles, como Madrid o Valencia. Si a Cataluña se la trata con normalidad, los catalanes actuaran con normalidad. El trato extraordinario de las anteriores décadas no ha funcionado. Más bien ha servido de excusa. Unos dieron prerrogativas por un complejo de no se sabe bien qué, y los otros por sentirse tratados de forma diferente se ensimismaron en un mundo irreal.Una actitud y la subsiguiente se retroalimentaron. Cataluña y el resto de comunidades autónomas están repletas de personas y familias que buscan cada día la felicidad y la tranquilidad. La vida misma.

El principio de una nueva mirada a Cataluña. Una comunidad autónoma como las demás. Que tiene en la Constitución reconocidas y defendidas sus instituciones de autogobierno, sus competencias, la defensa y administración de su identidad y, los catalanes, como los demás españoles, garantizada su libertad, igualdad y oportunidades.

Francisco Camps Ortiz, expresidente de la Generalitat Valenciana.

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