La fábula de Europa, la doncella fenicia raptada por Zeus en forma de toro, se transformó en la leyenda de Asia, ansiosa de poseer su península más occidental, que a fin de cuentas es Europa. Y como todas las leyendas, ha resultado falsa: quien acabó poseyendo, no ya Asia sino todos los demás continentes, fue Europa, en los siglos del colonialismo. Pero, tras dos guerras civiles que se convirtieron en mundiales que la dejaron sin colonias, Europa ha vivido los años más hermosos de su historia, años de vino y de rosas, de besos y de abrazos, de sueños y realidades que desgraciadamente parecen llegar a su fin. El último «Libro Blanco» presentado por el presidente de la Comisión Europea, el luxemburgués Jean-Claude Junker, tiene aire de elegía: la Unión Europea se encuentra en un momento crítico, viene a decir, amenazada por todas partes, por el Este y por el Oeste, por los que quieren irse y por lo que intentan entrar. Putin, Trump, el Brexit, los subsaharianos, cuantos huyen de los conflictos y la miseria en sus países, parecen haberse puesto de acuerdo para inundar una Europa demasiado pequeña para soportar tanto peso. Europa aparece como una isla de paz y prosperidad en medio de un mundo convulso, violento, que crece por un lado y se hunde en la mayor de las pobrezas por el otro, lo que la convierte en imán de cuantos se han quedado sin país, casa, protección, quedándoles sólo la vida, por lo que no les importa jugársela para poder dormir bajo un puente en Madrid, París o Berlín. Al mismo tiempo que despierta el resentimiento de las nuevas potencias que heredaron su anterior riqueza y poderío. Una situación angustiosa para Europa, ya que, haga lo que haga, abrirse o cerrarse, enfrentarse o someterse, saldrá mal. Demasiados problemas y demasiado grandes para ella.
En tal situación, Junker propone cinco salidas: Seguir como estamos en espera de que los problemas se resuelvan por su propio peso, congelando la Comisión, el Parlamento y los Tribunales europeos. Lo que supone arriesgarse a que Europa vuelva a ser lo que fue: un conjunto de naciones enfrentadas entre sí.
Retroceder a la etapa en que era sólo un «Mercado Común», eliminando todas las competencias de Bruselas en asuntos políticos, sociales, fiscales, judiciales, etcétera. Es, en realidad, lo que desea Londres, con la paradoja de que el Reino Unido ya no estaría en la Comunidad Europea.
Una Europa de varias velocidades, especialmente dos, con los países más desarrollados, los del Norte, estrechando sus relaciones, y los del Sur, que podrán ajustar su marcha a sus circunstancias económicas y sociales específicas. Un poco lo que viene ocurriendo desde que empezaron los «rescates» de Grecia y otros miembros, que tan poco resultado han dado.
Olvidarse de los problemas insolubles y centrarse en los que todos están de acuerdo. Se trata de una combinación del primer y tercer punto, lo que le hace el más factible, aunque puede que no resuelva nada.
Insistir en la solución federal: crear unos Estados Unidos de Europa. Es, sin duda, la salida ideal, la originaria, la soñada por todos. Pero también la menos realista, hasta el punto de que puede considerarse imposible: Europa y Estados Unidos nacieron y crecieron de forma totalmente distintas, habiendo algunos, entre los que me cuento, que consideran opuestas.
Con lo que el buen análisis de Junker nos devuelve al punto de partida: estamos como estábamos, diría que un poco peor pues la situación europea se deteriora cada día que pasa. No hace falta más que ver cómo se agrava el problema de los refugiados, cómo a la amenaza de Putin se ha añadido la de Trump, cómo los ingleses se disponen a abandonarla como ratas de un barco que se hunde. Por citar sólo las amenazas más evidentes.
¿Cómo es posible que hayamos llegado aquí? ¿Cómo pueden haberse disuelto tantos sueños? Pues muy sencillo: porque Europa ha sido víctima de su propio éxito. Le ha ido tan bien que, como esos jugadores que empiezan ganando a la ruleta, siguen jugando hasta quedarse sin blanca. Lo que empezó siendo una «unión del carbón y del acero» en torno al Benelux, abarca hoy desde el Báltico a Portugal, desde Irlanda a Grecia. Lo que significa que no hay sólo una Europa del Norte y del Sur, sino también una del Este y el Oeste, luterana y católica (a más de la ortodoxa), con amplia experiencia democrática en su núcleo central, y sin ninguna en los países hasta ayer comunistas. Lograr que todos ellos marchen al unísono sin un auténtico gobierno, sin un verdadero parlamento y sin unos tribunales de justicia con poderes coercitivos estaba condenado al fracaso. Junker no lo dijo, tal vez porque sería abrir proceso a los fundadores de una Unión Europea que ha crecido demasiado y demasiado rápido. Y como a los chicos que crecen demasiado rápido, se le quedan pequeñas todas las prendas, dejando al descubierto sus defectos.
Pero Junker sí que hizo lista de las consecuencias de ese pecado original: que cada miembro ha crecido a su aire, en vez de todos a la vez, como era lo lógico y lo previsto. Todos se declaran europeos de corazón, pero de hecho cada uno busca su propio beneficio a costa de los demás. Por si ello fuera poco, la crisis de 2008, que no fue sólo económica, sino también política, social, cultural, ideológica y otras cuantas cosas, ha traído una crisis de confianza en una Europa unida, con populismos de izquierda y derecha que la desafían. Y no sólo ellos. Ahí, Junker no tuvo pelos en la lengua, acusando a los políticos de apropiarse de los éxitos que la política comunitaria ha traído a sus países y culpando a Bruselas de las desventajas que la política de integración les reportan. En España tenemos un ejemplo bien reciente con el caso de los estibadores: nadie ha protestado cuando fondos europeos financiaron buena parte de nuestras infraestructuras, pero cuando se nos exige acabar con el monopolio que tienen sindicatos portuarios, todos los partidos, menos el de gobierno, se echan atrás. Hay montones de ejemplos, no sólo en España sino en el resto de los países miembros. Así no se construye la Unión Europea, así se la destruye dormida en su «Estado de bienestar».
«El papel de Europa en el mundo se reduce», advierte el «Libro Blanco» de la Comisión, sin entrar a fondo en su pérdida de poder e influencia, tal vez por ser obvio. Pero añade: «Europa no puede ser naif. Ser un poder blando ya no es suficiente para ser realmente poderoso cuando la fuerza puede prevalecer sobre las normas». Que va a ser la tónica en el futuro, añado por mi cuenta, recordando que la Grecia clásica, la que venció a Asia, la que alumbró el arte, el pensamiento y la ciencia moderna, sucumbió por ser incapaz de unir a sus ciudades-estados. ¿Va la Unión Europea a sucumbir por ser incapaz de unir a sus Estados-naciones? Prefiero no apostar.
José María Carrascal, periodista.