El final del calvario de la banca española

En los poco más de dos años que transcurren de junio de 2012 a noviembre de 2014, el sector bancario español ha pasado de ser rescatado con una asistencia financiera de fondos europeos a aprobar con éxito la revisión de la calidad del activo y el estrés test realizado por el BCE. Por el camino ha pasado un auténtico calvario consistente en una profunda reestructuración (cierre de oficinas, reducción de empleo), en un brutal reconocimiento de pérdidas por deterioro del valor de los activos (equivalente al 28% del PIB desde el inicio de la crisis), en un fortalecimiento de sus recursos propios, y en un traspaso de activos inmobiliarios tóxicos a la Sareb. Y gracias a todo ello, se ha pasado de tener una rentabilidad negativa del 3% (sobre recursos propios, ROE) en junio de 2012 a una positiva del 7% en junio de 2014. Una frase del reciente informe de la Comisión Europea que ha realizado tras dar por terminado el programa de asistencia financiera lo dice todo: “Los significativos esfuerzos de reestructuración llevados a cabo en los últimos 4-5 años han devuelto al sector bancario español a ser uno de los mejores de Europa en términos de costes operativos, eficiencia y rentabilidad sobre recursos propios”.

Tras semejante tsunami ha llegado la calma, aunque conviene estar preparados ante posibles nubarrones porque, en palabras del propio gobernador del Banco de España, el sector bancario español no es inmune a algunos riesgos.

El primer riesgo es la incertidumbre que rodea al crecimiento de la eurozona, que desgraciadamente se ha parado casi en seco en el tercer trimestre de 2014 y ello, de consolidarse (crucemos los dedos para que las elecciones en Grecia y la potencial amenaza de reestructuración de su deuda no compliquen las cosas) afectaría negativamente a nuestra economía y por extensión al negocio bancario. Afortunadamente, la tasa de morosidad, que se sitúa en niveles en torno al 13%, ha dejado de aumentar, pero de permanecer estable en un nivel tan elevado mucho tiempo, haría que una parte importante del crédito fuera improductivo, a lo que habría que añadir un elevado volumen de adjudicados que tampoco generan ingresos en la cuenta de resultados. Por tanto, reducir el elevado nivel de los activos problemáticos es en sí mismo uno de los retos del sector.

El segundo factor de riesgo, como menciona el citado informe de la Comisión Europea, es la permanencia de un entorno de bajos tipos de interés que en nada ayuda, sino todo lo contrario, a recuperar el margen de intermediación. Y con una previsión de riesgo de deflación en la eurozona, el BCE ya ha anunciado que seguirá con su política expansiva y sus medidas no convencionales durante mucho tiempo, por lo que los tipos de interés se mantendrán en niveles reducidos. Por esta vía, difícil tienen los bancos recuperar la rentabilidad, por lo que tendrán que seguir con sus esfuerzos de reducción de costes para ganar eficiencia, algo que no es fácil tras el esfuerzo ya realizado cerrando un 30% de la red de oficinas y reduciendo un 25% el empleo.

El tercer elemento de presión es el cumplimiento de una regulación cada vez más exigente en términos de más capital y de más calidad. La banca española ya ha reforzado sus recursos propios en los últimos años, pero el mercado exige más si un banco quiere acceder a la financiación en mejores condiciones que la competencia. Además, las nuevas reglas del juego exigen a los bancos sistémicos (y en España tenemos varios) colchones de capital y más activos con capacidad de absorber pérdidas, lo que podría tener consecuencias negativas sobre el crédito.

El cuarto elemento de vulnerabilidad es el endeudamiento de la economía española. El elevado endeudamiento de las empresas y familias afecta negativamente a la recuperación de la demanda de crédito, ya que la prioridad es reducir el apalancamiento antes de acometer nuevos proyectos de inversión. Si bien el endeudamiento se ha reducido sustancialmente desde los valores máximos alcanzados (con una reducción de deuda de 308.000 millones de euros, un 21%, en el caso de las empresas y de 139.000 millones de euros, un 13%, la de las familias), la losa de la deuda todavía es pesada y representa un porcentaje del PIB superior a los países de la eurozona.

Pero a pesar de estos elementos de vulnerabilidad, la profunda reestructuración llevada a cabo ha sentado las bases para contar en la actualidad con un sector bancario en condiciones de cumplir su principal función que es financiar el crecimiento económico. Ha pasado la época en la que las restricciones por el lado de la oferta eran el tapón que atascaba la cañería del crédito. Ahora es la recuperación de la llamada “demanda solvente” la que condicionará la recuperación de la rentabilidad bancaria. Con márgenes unitarios tan bajos en un contexto de tipos de interés por los suelos, la recuperación del beneficio dependerá de la recuperación del volumen de crédito. La banca española tiene liquidez suficiente para satisfacer a la demanda. Solo falta que esa demanda sea solvente, y afortunadamente empieza a serlo.

Un indicador que permite ser optimista respecto a la recuperación de la demanda solvente es la reciente subasta “dirigida” (TLTRO) del BCE hacia la recuperación del crédito que arroja un resultado preocupante para la eurozona, pero que invita a un optimismo moderado en el caso español. Así, si bien para el agregado de la eurozona la cantidad adjudicada apenas supera la mitad del objetivo del BCE, la cantidad solicitada por la banca española es la práctica totalidad de la que se le asignó y representa el 16% del total adjudicado por el BCE, porcentaje por encima de lo que nos correspondería según el peso del sector bancario español en el europeo. El hecho de que nuestro sector bancario haya hecho los deberes (reestructuración, saneamiento, capitalización, etcétera) y de que nuestra economía crezca por encima de la de la eurozona, es lo que explica que la banca quiera dar crédito porque empieza a confiar en la recuperación de la demanda solvente.

Joaquín Maudos es catedrático de Economía de la Universidad de Valencia, director adjunto de Investigación del Ivie y Colaborador del CUNEF.

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