El nuevo Gobierno de Rajoy ha señalado ya el camino a seguir: ajuste, severidad y restricción. Quizá le ha faltado el toque final, a lo Churchill, mostrando que, a la salida de este túnel de lágrimas y tensiones, nos aguarda un futuro mejor. Pero en todo caso, sea cual sea su visión, lo que de forma inmediata nos espera ya está parcialmente decidido. Además, tras lo sucedido esta semana con la Generalitat de Valencia y los anuncios del Gobierno central señalando a las autonomías como las grandes culpables, nos esperan mayores recortes: en sueldos de funcionarios, en IVA e impuestos especiales, y en obra pública.
Pero no todo son malas noticias. Entre las positivas de estos últimos días navideños destaca el muro de liquidez con el que el BCE ha inundado el sistema financiero de la eurozona: nada menos que casi 490.000 millones de euros prestados a unos 520 bancos europeos, a un plazo de tres años y al módico tipo de interés del 1%. Con ello el BCE pretende varias cosas, todas ellas imprescindibles para mejorar la situación actual.
La primera, facilitar la refinanciación de los créditos que los bancos europeos deben devolver este 2012: la friolera de unos 700.000 millones, de los que casi 300.000 corresponden a este primer trimestre. Por ello, la banca europea ha dejado el grueso de ese crédito a buen recaudo en el mismo BCE, para irlo utilizando a medida que lo necesite.
En segundo lugar, conseguir que la banca de cada país pueda financiar sus sistemas públicos, comprando deuda y, con ello, ayude a estabilizar la crisis en la eurozona. En nuestro país, y recogiendo este proceso, ya vimos en la semana previa a Navidad cómo los tipos de interés de las letras del Tesoro a tres meses, que en noviembre se emitieron por encima del 5%, habían caído a escasamente el 1,2%. Y lo mismo ha sucedido en Italia. Y, finalmente, ayudar a la banca europea a reconstituir sus márgenes de beneficio, para, de esta forma, contribuir a su saneamiento.
Esta medida del BCE y otras del mismo calado que se esperan para los próximos meses deberían servir para estabilizar lentamente la situación de las finanzas públicas de la eurozona y de sus sistemas financieros. Porque, y este aspecto es novedoso en esta crisis, existe una profunda interrelación entre los problemas de la deuda soberana del sur de Europa, Francia incluida, y los de sus respectivos sistemas financieros, como las caídas de la bolsa de estos valores desde el pasado verano han puesto de relieve.
Además, el próximo 9 de enero, Angela Merkel y Nicolas Sarkozy reemprenden sus conversaciones mensuales para terminar el trabajo decidido el pasado 9 de diciembre. Para sorpresa de todos aquellos que critican la lentitud europea, el borrador del acuerdo intergubernamental ya está encima de la mesa de los distintos gobiernos. Finalmente, estos días se ha de poner en marcha el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, con lo que la capacidad de intervenir en los mercados de deuda de los países en dificultades se amplía, a la espera de que, el próximo junio, entre en vigor el fondo permanente, que añadirá a los actuales 250.000 millones de euros otros 450.000 millones. En suma, los históricos acuerdos del 8/9 de diciembre pasado se están desplegando como cabía esperar, para irritación y pérdidas de aquellos que especulaban contra el euro y contra los títulos de deuda de algunos países.
¿En qué nos atañe todo esto? Mucho más de lo que el lector pueda suponer. El pasado verano España estaba iniciando una tímida, y costosa, recuperación tras los estragos provocados por la crisis financiera del 2008 y el 2009 que siguió al colapso de Lehman Brothers. Lastimosamente, cuando nuestra economía comenzaba a alzarse con lentitud, otro tsunami exterior, esta vez provocado por nuestros amigos italianos dirigidos por el inefable Berlusconi, nos arrojó de nuevo contra las rocas. Ha destrozado empleo y tejido productivo, ha deteriorado dramáticamente la confianza y nos ha dejado tirados en la playa, tiritando de nuevo. Ahí es donde estamos ahora. Y, por ello, es tan crítico que las medidas europeas comiencen a restaurar la maltrecha confianza. Si lo hacen, si en estos próximos meses los griegos, o los italianos, no nos envían otra ola gigantesca que nos aplaste, en la próxima primavera cabría esperar unas expectativas mucho mejores que las que hoy se contemplan. Si todo va bien, quizá solo habremos perdido un año, y en el verano del 2012 estaremos en una situación similar a la que nos encontrábamos en julio del 2011.
Pero los factores externos nos afectarán positivamente si, en el interín, nosotros avanzamos en los ajustes pendientes. Ayer, el secretario general de la UGT, Cándido Méndez, adelantaba la disponibilidad sindical a reconsiderar su oposición a recortes salariales o en la jornada laboral, si ello ha de redundar en menores pérdidas de empleo. Son buenas noticias para todos. Quizá el próximo verano no será el principio del final de la crisis, sino solo el final del principio. Pero ya estaríamos contentos de que fuera así.
Por Josep Oliver Alonso, catedrático de Economía Aplicada UAB.
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