El final del sueño

Ahora que ha vuelto la bicha, la brutalidad de ETA con su peor faz, sorprende saber que, según cuentan, todo el mundo veía venir el atentado de Barajas. Yo no. Debo de ser de los pocos cándidos que por aquí quedan, por lo que me siento en la obligación de dejar claro que ni de lejos había imaginado esta brutalidad, ni la juzgaba posible. Y que sigo perplejo por el atentado, los asesinatos, el crimen y la estulticia que aún anida en la sociedad vasca. Quiero seguir en la ingenuidad, y ojalá siempre me sorprendan los atentados, como algo absurdo, insólito, estúpido, una anormalidad en el pleno sentido del término, situado al margen de cualquier lógica y de ninguna comprensión racional.

Averiguo también que, según dicen, nadie creía seriamente en el proceso del final del terrorismo. Yo sí. Con algún escepticismo, pero sí. Al parecer, predominaba el recelo, desde los orígenes hasta la fecha. Lo oigo incluso a gente que meses atrás manifestaba su esperanza de que la pesadilla acabaría de una vez, y que sería ésta. Al menos eso me parecía oírles. A toro pasado resulta fácil diagnosticar lo que había. No hay crítica, pues así es el género humano, aunque conviene aclarar que no me refiero a quienes desde el primer momento, o después, aseguraron sin apriorismos partidistas que la tregua no funcionaría y así lo escribieron. Han tenido razón, bien que lo lamento, y resulta más que probable que también a ellos les pese su acierto.

Por lo demás, sorprende la rápida desafección interpretativa de quienes bien que mal se apuntaron a creer en el proceso y ahora a descreerlo. Como no se puede cambiar el pasado, ni quiero, aseguro que creí en el alto el fuego permanente y en que vivíamos el proceso del final del terrorismo. De acuerdo: fue un acto de fe sin mucho fundamento, a la vista está, pero por algunos meses pudo soñarse que habría algún futuro habitable, que cabía dar una oportunidad a los terroristas para que abandonasen manteniendo algún decoro. Era humo, el sueño que fuimos capaces de fantasear algunos memos en esta sociedad vasca en la que sobrellevamos un síndrome de Estocolmo de caballo. No pido perdón por el error, sólo quiero explicármelo y explicarlo.

Es lo que tiene la fe, que se rebela ante las cotidianas evidencias. La mantuvimos (la mantuve) pese a que estaban las baladronadas batasúnicas, las chulerías, las amenazas, los chantajes, el terrorismo callejero, las kaleborrokerías, las extorsiones, además de los discursos grotescos que solían identificar el proceso del fin del terrorismo con el alba de una revolución nacionalista de muy señor mío, en la que se desarrollarían cosas verdaderamente absurdas. Como aprovechateguis ha habido siempre, sobrevivió la fe. El sueño. Estábamos -al menos, yo lo estaba- equivocados. Éstos están más majaras de lo que parecía, que ya es decir.

Para los que tuvimos fe, fue un error estúpido sin demasiadas justificaciones (y confío sin graves consecuencias). Llevamos toda la vida aguantando a estos cafres, y aun así pensamos por un momento que podían tener algún sentido común, algún adarme de listeza, ya que no de inteligencia, o algún gesto que mostrara que no eran tan mostrencos. Pues no: una pandilla de descerebrados y cuatro animales que les ríen las gracias. Lo de siempre, sin novedad en los frentes. ¿Por qué creímos? Porque necesitábamos creer. Eso es todo.

Sin que esto disculpe la estupidez de creer sin pruebas, puede señalarse que hay también un problema conceptual. Un malentendido que nos hace estragos y que ha quedado claro definitivamente (confío). Cuando esta gente habla de negociación y de diálogo, palabras bellas que han prostituido, no platican de democracia, ni de convivencia, ni de paz, contra lo que sugieren y los incautos damos en creer. Están hablando de guerra. Para ellos, negociar constituye un acto de agresión, que se justifica si obtienen un botín. No dicen dialogar porque quieran hablar y entenderse, sino porque lo ven como una forma de extorsión, una oportunidad para chantajear, ir de rositas y a ver si cae algo. La percepción del mundo que tiene esta gente es militar, o mejor militarista, y la violencia y la tregua y el ultimátum y el armisticio permanente y la bomba y el diálogo sobre cómo nos declararán la paz y las estrategias del alto el fuego para que se lo crean y permanente, qué risa, seguro que se lo tragan, y las conversaciones políticas y las mesas de diálogos y las reuniones en Suiza o donde sea y los mediadores y los premios nobeles de la paz paseantes del País Vasco y las promesas de paz a cambio de territorios, soberanías y referendos constituyen para ellos hazañas bélicas, y no otra cosa.

Es posible, además, que piensen que el resto del mundo está tan orate como ellos y que razona en los mismos términos y con iguales mecanismos. O sea, que cabe resumir así las presuntas 'consideraciones' de los brutos. Uno, declaran la tregua y no entienden que el mundo no se conmocione porque han dejado de asesinar, que es lo suyo, y que tal privación de su natural no motive que todos postrados de hinojos les ofrezcamos lo que juzguen menester. Segundo: creen que, gozosa tras su acto heroico de prescindir de matar, España de rodillas y avergonzada tendría que darles el oro y el moro. Y para terminar, como no les llueven las paranoias que habían supuesto -¿de verdad creían que Navarra y autodeterminaciones les irían en el paquete? Si es así, están peor de lo que parecía-, su conclusión: secuestro, bombazo, asesinatos. Y así irán doblando, pensarán.

Pues lo tienen crudo. Ya no tienen sentido las reprimendas, pues ha pasado todo, la tregua, el proceso y cualquier amago de 'paz dialogada'. Pero convendría que les quedase claro, al menos a los fascistillas que les jalean: a la paz sólo se llega desde la paz, no vale asesinar ni amedrentar. Bajo ningún concepto ni excusa. Ni por error. Así funciona el mundo, más allá del gueto batasúnico, lleno de soberbia, cuento, victimismo, chulería barriobajera, revolución nacionalsocialista y señoritos amantes de las kokotxas.

Por eso se han cargado el proceso. Lo han hecho definitivamente, contra lo que imagina la pandilla de ventajistas que se resiste a quedarse sin el invento y que querían aprovechar el trance del final del terrorismo para sacar su tajada político-ideológica, como si la democracia estuviese en almoneda y al albur de los caprichos del parque jurásico de las ideologías y de algunos políticos alucinados. Nuestra democracia anda mal, pero tampoco tanto. ¿Se imaginan? Quizás habrá hasta quienes piensen que, asustado por estos matarifes, el Estado plegará, de rodillas suplicándoles 'no asesinen más, perdónennos ustedes, nobles luchadores vascos', y que les dejará presentarse a las elecciones, hasta con el nombre de ETA, no faltaba más; y que, por supuesto, cómo no, la mesa de partidos cuando quieran, si les place en la Isla de los Faisanes, en pleno Bidasoa, cómo no, un lugar histórico para el acontecimiento histórico más histórico que vieran los tiempos históricos. Después, y si en la Mesa de los Faisanes a alguno se le ocurriera sugerir que lo que pide esta gente resulta una mamarrachada (iba a poner un ejemplo, pero hoy no toca hablar de territorialidades), pues hala, otro bombazo y todos a doblar.

Las cosas no funcionan así.

De forma que se ha acabado el sueño. ¿Y ahora qué? Pues ETA lo ha dejado claro, el único camino. El proceso era imposible, habida cuenta de lo que había en ese lado, tan nauseabundo como siempre. Confiemos que al menos nadie nos miente nunca más el extinto proceso, sólo faltaba. No puede funcionar una democracia sin dignidad.

Manuel Montero, catedrático de Historia Contemporánea de la UPV-EUH.