Hay nubes tan negras y cargadas de peligro que cuando pasan sin descargar uno no acaba de creérselo. El 24 de marzo se dio tal cúmulo de noticias negativas en lo económico que quien más quien menos no acaba de creerse que nos libremos de algún sobresalto.
La renuncia del jefe del Gobierno de Portugal por la falta de apoyo a su plan de ajuste lleva al país vecino a las puertas del rescate. Y hasta hace muy poco todo el mundo daba por sentado que tras Portugal venía irremediablemente España, por ser un país periférico y por la exposición de nuestra economía y nuestras finanzas a las portuguesas. El presidente del Gobierno se personó en la cumbre europea con la reforma de la negociación colectiva aún pendiente pese a que esperaba poder defender un nuevo modelo más basado en la productividad. Moody's rebajó el rating a 30 entidades financieras españolas, dejando a tres de ellas con la calificación de bono basura y a cinco en la antesala. Y por si fuera poco, salió a la luz la posibilidad -ayer confirmada- de que el segundo SIP por tamaño, el Banco Base, saltase por los aires por desavenencias entre sus partícipes. ¿Pueden pasar más cosas, negativas, en un solo día?
Si todo esto hubiese ocurrido hace solo unos meses, hoy hablaríamos de crash bursátil e incremento de la prima de riesgo. Pues no. La bolsa se ha mantenido neutra cuando no positiva, al igual que la deuda, que ha estrechado levemente su diferencial con Alemania. Ha habido emisiones del Tesoro con amplia demanda y precios menores que en el pasado cercano y hasta varias entidades financieras han aprovechado la calma de los mercados para realizar emisiones. Con la prudencia que merece no acabar de creerse una buena noticia cuando estamos tan acostumbrados a las malas, España podría comenzar a descolgarse del pelotón de los pigs y pasar a un cluster más cómodo con Italia y Bélgica, por cierto muchísimo más endeudadas que España.
Se barajan muchas hipótesis para esta reclasificación, desde que el Gobierno ha sabido reaccionar a las intensas presiones haciendo lo que debe y comunicándolo internacionalmente mucho mejor hasta que los especuladores ven en España la línea roja de lo que no se va a permitir. Sea como sea, si el comportamiento de los mercados sigue siendo estable los próximos días no podremos sino alegrarnos de este cambio de tendencia en que parecería que todos los males ya estén descontados y a partir de ahora comienza la tan ansiada remontada.
Tenemos por delante al menos cuatro o cinco meses estacionalmente positivos en empleo, el sistema financiero comienza a estar estabilizado salvo sustos como el de la CAM, como demuestra la apertura progresiva de los mercados de deuda, el mes que viene habrá un acuerdo sobre la negociación colectiva, varios inversores internacionales comienzan a interesarse por algunos activos inmobiliarios y las exportaciones a Francia y Alemania animan el clima productivo. Hay alguna razón para un muy moderado optimismo.
Y es el optimismo traducido en confianza lo único que nos podrá sacar del bache. Cuentan los vendedores de coches que el descuento medio por coche vendido en febrero superó los 3.800 euros, es decir, casi el doble del ahora añorado Plan 2000E. Pero ni así las ventas tiran, nos falta creer en el futuro, lo que es más que lógico cuando día sí día también nos llegan noticias de cierres, despidos y problemas terriblemente cercanos.
No estamos, ni de lejos, a salvo de peligros propios y ajenos. La reforma del sistema financiero no ha concluido, y noticias como las del Banco Base no hacen ningún bien. Las carencias estructurales de nuestra economía siguen pesando como una losa y el ansiado cambio del modelo productivo es un más que legítimo deseo, pero transformarlo en realidad no es sencillo ni rápido. La inestabilidad de varios países del norte de África y Oriente Próximo es un gran interrogante que, entre otras cosas, se traduce en una constante alza del precio de la energía que puede llevar la inflación a niveles preocupantes, que de entrada van a elevar el precio del dinero, como ya refleja la cotización del euríbor. Las tragedias de Japón tendrán repercusión en los flujos de capital globales, pues parte del dinero que invertía Japón en el mundo lo redirigirá hacia la reconstrucción de su país. Adicionalmente, el impacto en las aseguradoras, entidades que también mueven mucho dinero en los mercados, no será menor. Pero si dentro de un mes seguimos como ahora podremos afirmar que lo peor ha pasado.
Puede ser, por tanto, el momento para comenzar a pensar en la recuperación, una recuperación que pinta larga y lenta, pero menos es nada. Hay que ser capaces, entre todos, de asegurarla y acelerarla, y la mejor forma es no rebajar ni un ápice el rigor de las reformas que se van acometiendo y no ceder a tentaciones de reconciliación con la sociedad tras los momentos más duros, porque lo que no puede permitirse en ningún caso es perder esta oportunidad. Con todas las reservas, parece que la luz que vemos a lo lejos es, por fin, el final del túnel y no un tren que viene en contra como en otras ocasiones. Ojalá sea así.
Por José Antonio Bueno, socio de Europraxis.