El Fondo Mundial de lucha contra el SIDA, la tuberculosis y la malaria celebra su décimo aniversario este año en un contexto de crecientes protestas contra la desigualdad global. En todo el mundo se ha puesto atención al movimiento “Ocupa” que se ha rebelado contra el 1% de la población global que ejerce una influencia desproporcionada en la política económica y social. Sin embargo, esta semana muchos activistas de países en desarrollo –los mayores beneficiarios del Fondo Mundial- se centrarán en los esfuerzos para mantener viable a la institución más allá de sus diez años de vida.
Cuando el Fondo Mundial inició actividades en 2002, se anunció como una institución nueva y novedosa –una organización impulsada por la idea de que las personas no tienen que morir por enfermedades que se pueden tratar y son prevenibles simplemente porque son pobres. De hecho, muchos veían al Fondo Mundial como una entidad activista porque se enfocaba en tres epidemias devastadoras que tenían un denominador común: la desigualdad económica y social.
El Fondo Mundial prometió al mundo que no se convertiría en otra burocracia de funcionarios calvos y trajes grises. En cambio, reunió un equipo diverso compuesto de jóvenes consultores de gestión, activistas que tenían HIV y SIDA, trabajadores sociales, comprometidos y con una extensa experiencia en el sector de salud pública, y economistas y abogados que en litigios con compañías farmacéuticas habían contribuido a forzar la reducción de los precios de los medicamentos. Juntos representaban un equipo vigoroso, convencido de que el trabajo duro continuo les ayudaría a seguir reuniendo recursos para la respuesta mundial al SIDA, la tuberculosis y la malaria tan carente de recursos.
A medida que los activistas abogaban por el Fondo Mundial, los gobiernos de los países pobres también lo fueron apoyando. Después de años de programas de ajuste estructural, los sistemas de servicios de salud de muchos países en desarrollo –especialmente en África- habían sido devastados y las tasas de vacantes en el sistema de salud oscilaban entre el 30% y 50%, los dispensarios estaban vacíos y las filas eran interminables.
El Fondo Mundial también representaba un sobresaliente nuevo sistema de financiamiento que impulsaba la colaboración entre los gobiernos y las organizaciones de la sociedad civil, e insistía en que la ciencia, en lugar de la moral y la política, debía ser el motor del financiamiento de los programas nacionales de SIDA. Los gobiernos que se han negado a extender los medicamentos para el SIDA a los sexoservidores, homosexuales y refugiados se vieron obligados súbitamente a reconocer el derecho de acceso de estas personas a estos servicios. Incluso si las comunidades votaron por el partido político “equivocado”, con todo recibirían mosquiteros tratados con insecticida para reducir la amenaza mortal de la malaria.
La estructura de gobernanza del Fondo Mundial que consiste en una Junta Directiva, es tan innovadora como su enfoque sobre el financiamiento, ya que incluye a donantes, personas afectadas por las enfermedades de que se ocupa, organizaciones de la sociedad civil de los países en desarrollo y desarrollados, y gobiernos. Cada grupo tiene un voto igual, el derecho a presentar temas, y el poder de exigir rendición de cuentas a la dirección ejecutiva del Fondo Mundial.
Pero aún así ahora, a pesar de la efectividad del Fondo Mundial y su fuerte historial anticorrupción, los donantes aducen la “mala gobernanza” como pretexto para retener otros recursos que ya estaban comprometidos. Otros culpan a la crisis financiera global. Los activistas, que a diario se enfrentan a los motores del SIDA, la tuberculosis y la malaria –es decir, la corrupción y la pobreza- no dejan de ver la ironía en todo esto.
En los últimos dos años los mayores donantes del Fondo Mundial –los Estados Unidos y el Reino Unido- han rescatado a bancos y otras instituciones financieras con malas administraciones, a pesar de las aplastantes pruebas de conducta poco ética, abuso de poder y mala gobernanza por parte de los directivos. Además, como ha señalado el economista Jeffrey Sachs, el presupuesto de defensa de los Estados Unidos se eleva a 1,900 millones de dólares diarios –es decir, que en solo tres días se podría cubrir la cantidad que necesita el Fondo Mundial.
Los contribuyentes occidentales están furiosos porque se ha utilizado dinero para rescatar bancos grandes y salvar a la eurozona, a la que países irresponsables han debilitado. Por desgracia, la realidad es que el Fondo Mundial –y sospecho que otros programas de asistencia al desarrollo- cargarán con lo peor de esa rabia. No obstante, si se recortan los presupuestos de asistencia externa, y si se reducen los recursos de mecanismos tan efectivos e innovadores como el Fondo Mundial, el “1%” tendrá que preocuparse de mucho más cosas que el movimiento Ocupa.
A la larga, si los países donantes insisten en ahorrar en pequeñeces, corren el riesgo de contribuir a que haya brotes de cepas mucho más virulentas de VIH y tuberculosis de lo que nunca se imaginaron. Y así como la infección económica que se ha propagado por toda Europa, estas epidemias no respetarán las fronteras nacionales.
Al final, ricos o pobres, todos saldremos perdiendo si el Fondo Mundial no recibe el apoyo que necesita y merece.
Por Sisonke Msimang, director ejecutivo de la Open Society Initiative para África del Sur. Traducción de Kena Nequiz.