El fortalecimiento del limitado poder de Europa

Los resultados de las últimas elecciones al Parlamento Europeo son tan desconcertantes como escandalosos. No hay una sola teoría para explicar la variedad de los resultados nacionales.

En Alemania, donde las políticas de la Unión Europea han sido muy polémicas desde 2008, las campaña electoral fue notablemente insulsa, pero en Francia, donde ni la asistencia financiera ni las iniciativas del Banco Central Europeo para luchar contra la crisis inspiraron discrepancia, destacaron los temas anti-UE.

Ni las variables económicas, como el crecimiento del PIB, ni las sociales, como, por ejemplo, el desempleo, explican por qué Italia votó en masa a favor del Partido Democrático, de centro-izquierda, del Primer Ministro, Mateo Renzi, mientras que Francia apoyó al Frente Nacional, de extrema derecha, de Marine Le Pen.

Entre los países que cuentan con superávits, los euroescépticos resultaron fuertes en Austria, pero débiles en Alemania. Entre los países afectados por la crisis, Grecia se volvió hacia la coalición de extrema izquierda Syriza de Alexis Tsipras, mientras que los antiguos partidos predominantes, Nueva Democracia y PASOK, obtuvieron conjuntamente menos de la tercera parte del voto popular, pero en Portugal no se impugnó el predominio de los partidos tradicionales.

Cuanto más se examinan los números, más desconcertantes resultan. El historiador Harold James sostiene que la tónica dominante es la de que donde más fuerte es la derecha nacionalista es en los dos países de la UE más obsesionados por sus herencias imperiales, Francia y el Reino Unido. Puede ser, pero, ¿qué decir de Dinamarca, cuya  derecha anti-UE ganó con gran diferencia?

Aunque en los últimos años la conversación sobre Europa ha cobrado importancia en todas partes, la verdad es que los europeos no mantienen la misma conversación. Se trata de un problema grave para los dirigentes de Europa: el terremoto electoral es lo bastante grande para que se sientan obligados a reaccionar ante el descontento político y económico de sus ciudadanos, pero no saben cuál debe ser su reacción.

En el frente económico, los primeros debates posteriores a las elecciones indican una coincidencia en que se debe hacer más para impulsar el crecimiento y el empleo. No cabe duda de que eso es cierto. Los resultados recientes en materia de crecimiento en Europa han sido desconsoladores, sobre todo en comparación con los de los Estados Unidos, que sufrieron la misma sacudida hace seis años, pero han experimentado una recuperación mucho más fuerte en producción y empleo. La UE es también responsable en parte de ese resultado; el de no limpiar los balances de los bancos antes de la consolidación fiscal fue un error colectivo.

Sin embargo, resulta igualmente importante que los dirigentes europeos se abstengan de hacer promesas que no puedan cumplir. Europa tiene una larga tradición de iniciativas  grandilocuentes en materia de crecimiento cuyo único resultado es la decepción.

Por ejemplo, unos miles de millones aquí o allí no se notan en una economía de trece billones de euros (17,7 billones de dólares). Otro llamamiento al Banco Europeo de Inversiones para que apoye la inversión y la innovación no lo hará menos reacio al riesgo y un renovado compromiso con unas finanzas saneadas no volverá gastadoras alegres a unas familias europeas cautas.

Si los dirigentes de la UE están comprometidos con el crecimiento y los puestos de trabajo, deben esforzarse por reparar un mercado único europeo que en varios sectores sólo es “único” de nombre para que empresas más innovadoras y eficientes crezcan más rápidamente. También deben idear planes para financiar infraestructuras fundamentales: no trenes de gran velocidad con trayectos absurdos, sino interconexiones para los sistemas energéticos y columnas vertebrales de las comunicaciones de la era de la información.

Además, deben acordar un plan que dé como resultado una vía futura creíble para el precio del carbono, que brindaría al sector privado la previsibilidad que necesita a fin de invertir en ahorro de energía y energía limpia, y deben idear un mecanismo para nivelar las diferencias del costo del crédito en el norte y en el sur de la zona del euro.

Los dirigentes de la UE deben fomentar también la inversión privada en los sectores de bienes comercializables de sus Estados miembros meridionales, con lo que ayudarían a esas economías a reconstruir más rápidamente su base de exportación, y deben dedicar fondos reales a iniciativas encaminadas a capacitar a los jóvenes desempleados y alentarlos a aceptar más la movilidad.

Por último –y no se trata de lo menos importante–, las autoridades europeas deben examinar una forma de limitar el exceso de ahorro en la zona del euro para poner freno a la presión que hace aumentar el tipo de cambio de la divisa común, pero, si no se ponen de acuerdo sobre lo que hacer, deben resistirse a la tentación de poner parches a sus diferencias.

En el frente político, el debate versa sobre lo que la UE debería aspirar a ser y la tentación posterior a las elecciones es la de dar sólo una respuesta: menos. Sería un error comprensible, pero, aun así, un error. Los ciudadanos pueden estar divididos en cuanto al grado de integración deseable en última instancia, pero una preocupación que comparten es la de que el Gobierno, en todos los niveles, debe obtener resultados, incluida la UE, en particular en lo relativo al euro.

De hecho, según una reciente encuesta de opinión, tres cuartas partes del público francés dudan que el euro fuera una iniciativa válida, pero la misma proporción exactamente se opone a abandonar la moneda común. El mensaje para las instituciones de la UE está claro: puede haber sido un error encomendaros esa tarea, pero la decisión fue adoptada, por lo que ahora vuestro papel es hacer que el euro funcione.

Dicho de otro modo, los ciudadanos de Europa no respaldarán, desde luego, planes para ampliar el alcance de las políticas y la autoridad de la UE, pero, por la misma razón, son totalmente conscientes de la necesidad de una UE que cumpla con las obligaciones que sí que tiene.

Poco antes de su muerte, Tommaso Padoa-Schioppa, ex miembro de la Junta de Gobierno del BCE y ministro de Hacienda de Italia, lo expuso con claridad. Con frecuencia se confunde –dijo– el poder limitado con el poder débil, el que carece de los instrumentos necesarios para actuar dentro de su esfera de autoridad, pero lo que se debe limitar es esta última, no la capacidad para actuar dentro de esos límites.

Los dirigentes de Europa deberían adoptar esa máxima como su lema: éste no es el momento de lograr más Europa, sino el de una Europa que cumpla su mandato. Puede entrañar la necesidad de privarla de determinadas tareas innecesarias para las que la UE carece de legitimidad o no está bien equipada. También puede entrañar la necesidad de conceder a la UE el poder necesario para que tenga éxito en lo que ya está encargada de hacer.

Ese programa pragmático puede parecer poco apasionante y probablemente lo sea, pero también es probable que ofrezca la mejor posibilidad de reconciliar a la población de Europa con la UE.

Jean Pisani-Ferry is a professor at the Hertie School of Governance in Berlin, and currently serves as the French government's Commissioner-General for Policy Planning. He is a former director of Bruegel, the Brussels-based economic think tank. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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