El fracaso de la II República

Se ha hablado de la precipitación de la II República al pretender cambiar con urgencia un país que venía del caciquismo, el analfabetismo, la falta de cultura democrática en la población que condujo a la radicalización y las posturas extremas, por un lado, atraídos por el fascismo y otros hacia el anarquismo y el comunismo soviético, con los añadidos del paro, la miseria. La violencia tanto verbal en el Congreso como en la calle fue un elemento enormemente perturbador de la paz civil. Y aquellos momentos, desde posiciones divergentes, se emitían juicios parecidos. El propio Indalecio Prieto afirmaba el 24 de mayo de 1936: «Vivimos, es cierto, en una intensísima guerra civil». Ángel Pestaña, dirigente del PS (Partido Sindicalista) advertía: «No hay seguridad alguna en la vida económica y social de España», en tanto, Gil Robles, jefe de la CEDA concluía que «Si no existe esa política de justicia, España irá a una situación de guerra civil, en la cual no tendrán nada que hacer los partidos que se mueven dentro de la órbita legal».

La vida miserable a la que estaba sometida una gran parte de la población y la falta de eficacia de la República para remediarla, pese a las medidas que se adoptaron en ese sentido, creó un clima de creciente decepción. Cuando entrevisté a Líster, éste me dijo que «la República tenía el Gobierno, pero el poder lo seguían detentando los de siempre». El choque era, pues, inevitable. La actitud conservadora de la Iglesia, por un lado, y la obsesiva persecución religiosa que desembocó más tarde en la quema de iglesias y asesinato de religiosos. La discusión de los estatutos de autonomía de Cataluña y el País vasco, y la posterior proclamación del Estat Catalá, dentro de la República Federal española, que en el primer aspecto provocaron discursos tan contrapuestos como los de Ortega y Azaña, contribuyeron a agitar el fantasma de la ruptura de España, y lo que fue peor cuando el PNV no sólo pidió igual trato, sino que se reconocieran sus diferentes étnicas y culturales con el resto de España.

La ausencia de una clase media que diera estabilidad al país, y los fracasos, como el de la pregonada reforma agraria, se sucedieron, ante la férrea oposición de las grandes fortunas que poseían las tierras. Las dos sublevaciones previas a la guerra civil, la de Sanjurjo en 1932 y la Revolución de 1934, con el añadido catalán, fueron, sin duda, prenuncios de un choque de mayores proporciones como luego ocurrió. La victoria del Frente Popular puso en marcha de forma espontánea que el decepcionado campesinado se lanzara directamente a la ocupación de la tierra que le fue negada, en tanto, dirigentes como Largo Caballero, en contra del criterio de otros socialistas destacados, como Besteiro o Fernando de los Ríos (el primero decía «nuestro socialismo no es como el de Lenin») anunciaba que el país avanzada hacia la dictadura del proletariado. Era el 5 de abril de 1936.

Cuando le pregunté a Gil Robles con quién de los dirigentes del otro bando se llevaba mejor y al que más respetaba, me dijo sin dudarlo: «Con don Julián Besteiro». Fue precisamente éste el que no dudó en alzar su voz frente a los errores de los que era testigo: «La verdad real: estamos derrotados por nuestras propias culpas, por habernos dejado arrastrar a la línea bolchevique, que es la aberración política más grande que han conocido quizás los siglos. La política internacional rusa, en manos de Stalin y tal vez como reacción contra un estado de fracaso interior, se ha convertido en un crimen monstruoso, que supera en mucho las más macabras concepciones de Dostoievski y de Tolstoi. La reacción contra ese error de la República de dejarse arrastrar a la línea bolchevique la representan genuinamente, sean los que quieran sus defectos, los nacionalistas, que se han batido en la gran cruzada Antikomintern».

La serie de concausas que nos condujeron al desastre es muy larga, tal y como describen los que desde la distancia intelectual y objetiva las han analizado y descrito, y cuyas citas serían interminables y rebasarían el espacio de este artículo. Los historiadores consideran que entre los errores de mayor gravedad de la República fue la creación del llamado Tribunal de Responsabilidades Políticas en junio de 1936, con el fin de depurar a los jueces o fiscales cuya línea de actuación no se atuviera la doctrina del Frente Popular. En medio de este clima se sucedieron los asesinatos en uno y otro bando. El propio Gil Robles me contó las circunstancias de su viaje a Francia, en julio de 1936, que le salvó la vida, suerte que no tuvo Calvo Sotelo, a los pocos días del asesinato del teniente Castillo, instructor de milicias.

Fernando Ramos es periodista.

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