El fracaso moral ante el clima

Activistas medioambientales protestan durante la jornada inaugural de la Conferencia del Cambio Climático en Bangkok el 4 de septiembre. NARONG SANGNAK (EFE)
Activistas medioambientales protestan durante la jornada inaugural de la Conferencia del Cambio Climático en Bangkok el 4 de septiembre. NARONG SANGNAK (EFE)

Han pasado 30 años desde que aquella inédita ola de calor que recorrió Estados Unidos un verano de 1988 se convirtiera en el paradójico escenario en el que un científico valiente se atrevió a apuntar con el dedo por primera vez a los responsables del cambio climático: nosotros. Sin embargo, desde que el climatólogo James Hansen expresó públicamente su certeza sobre la relación entre calentamiento global y gases de efecto invernadero (GEI) producidos por el hombre, nuestro consumo de combustibles fósiles, principal fuente de emisión de esos gases, no solo no se ha frenado, sino que se ha disparado. Y aun sabiendo que quizás estemos frente al mayor reto al que la humanidad se haya enfrentado jamás, nuestro comportamiento continúa siendo el de un adicto: hemos pasado de producir 22,2 gigatoneladas (Gt) de CO2 en 1990 a 35,8 en 2016, según el informe de emisiones de la ONU publicado en 2017. Esa cifra supone casi el 70% de las emisiones totales de GEI, ya que hay otras actividades, como la agricultura o la deforestación, que elevan la emisión hasta el equivalente a 51,9 Gt de CO2.

En el libro La tormenta moral perfecta: la tragedia ética del cambio climático, de Stephen M. Gardiner, este filósofo y profesor de la Universidad de Washington sostiene que la lentitud de las decisiones que se han tomado deberían considerarse un fracaso moral de la humanidad. Las peculiaridades del cambio climático, cuyos efectos son dispersos y afectan a todas las áreas de la vida humana, cuyos causantes son muchos y donde la toma de decisiones en común es ardua, son el caldo de cultivo perfecto para caer en la inacción. Además, el sistema político favorece el pensamiento a corto plazo, por lo que la tentación es pasar el problema a las próximas generaciones mientras quienes gobiernan buscan seguir rentabilizando el aquí y ahora de los combustibles fósiles. Además, nuestra escasa comprensión de la ciencia contribuye a la inacción. ¿El resultado? Gardiner afirma que participamos voluntariamente en una forma social de autoengaño.

Es cierto que los mensajes ecologistas se multiplican: hay que reciclar, jubilar el plástico, ahorrar agua… Pero falta ecorrealismo: no podemos depositar solo en el individuo la responsabilidad que corresponde a los Gobiernos. Sabemos que el ser humano debe cambiar drásticamente sus hábitos de consumo. Pero nuestras decisiones individuales solo tendrán impacto si los políticos se atreven de verdad a romper el círculo vicioso que nos hace dependientes de los combustibles fósiles. Y eso significa ser valientes: si los Gobiernos no exigen ni ayudan a su sector energético a hacer la transición hacia las energías renovables, si no invierten en I+D para acelerar el proceso, si no legislan contra quienes ponen trabas, si no reconvierten toda su industria a las energías limpias y si no ayudan a los países en desarrollo a abrazarlas, la parte que le toca al individuo nunca dejará de ser anecdótica.

Mientras los gobernantes se pierden en la letra pequeña del Acuerdo de París y cumplen con cuentagotas con los Objetivos del Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de la ONU, las nuevas generaciones buscan soluciones drásticas: una veintena de adolescentes denunciaron al Gobierno de Estados Unidos en 2015 (entonces, la Administración de Obama) por no hacer nada para frenar el cambio climático, pese a conocer desde hace décadas su relación directa con la quema de combustibles fósiles. Desde hace tres años, la Casa Blanca lucha para evitar que el caso llegue a juicio, pero el pasado 30 de julio el Tribunal Supremo de Estados Unidos rechazó esos intentos, así que el 29 de octubre la Administración de Trump se sentará en el banquillo de los acusados.

Los jóvenes denuncian que su Gobierno, con su inacción, les ha privado a ellos y a las futuras generaciones de sus derechos constitucionales a la vida, a la libertad y a la propiedad y exigen la creación de un plan de recuperación climática para reducir la cantidad de CO2de la atmósfera, cuya concentración creciente nos acerca a un cambio de temperatura de consecuencias imprevisibles, según argumenta el Grupo Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU.

Los chavales del caso Juliana contra Estados Unidos tienen razón: hemos sido irresponsables y ellos van a pagarlo, el tiempo se acaba y no podemos seguir autoengañándonos. Es el momento de que los Gobiernos sean radicales y de que los ciudadanos se lo exijamos. Si no se atreven ahora, nuestros hijos nos sentarán en el banquillo de la historia.

Barbara Celis es periodista y co-autora de El cambio climático, de la colección El estado del planeta de la FAO.

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