El fraude histórico del Aberri Eguna

El Aberri Eguna se viene celebrando en Euskadi todos los Domingos de Resurrección desde 1932 porque a Ceferino de Jemein y a Manuel Eguileor, los dos más íntimos colaboradores de Luis Arana –hermano del fundador y entonces presidente del PNV– se les ocurrió conmemorar ese año el 50 aniversario de la llamada “revelación de 1882”, que es el nombre del episodio familiar por el que, según los escritos de Sabino Arana Goiri, este se habría convertido al nacionalismo.

El simbolismo del acto es tan decisivo para la ideología nacionalista, que sobre los cimientos de aquella casa con jardín donde se produjo la revelación se construyó lo que hoy es la sede central del PNV –la Sabin Etxea, casa de Sabino– en el distrito de Abando en Bilbao. Y además colocaron el Aberri Eguna en el Domingo de Resurrección, para identificar al fundador del nacionalismo vasco –fallecido en 1903 a los 38 años– nada menos que con Jesucristo, que habría hecho para la humanidad lo que el vasco para su pueblo: rescatarlo de las tinieblas de la confusión y el pecado.

Pero estudiando el hecho mismo de la llamada revelación de 1882 descubrimos que se trata de un perfecto fraude histórico, es decir, que dicho episodio jamás existió, salvo en la imaginación de su creador, por lo que se puede afirmar que desde 1932 hasta hoy, pasando por toda la época del exilio durante la dictadura franquista, los militantes del PNV, a los que se sumaron luego los de la izquierda abertzale –y últimamente también los del Podemos vasco–, han estado celebrando una festividad basada en un hecho histórico inventado, o dicho de otro modo, han sido víctimas de un engaño. Y para sostener esta afirmación me baso en cinco aspectos que desarrollo por extenso en un trabajo académico del que he elaborado un resumen, publicado en el último número de Cuadernos de Pensamiento Político y del que a su vez voy a realizar aquí un somero desglose, con vuestro permiso y paciencia.

Contamos en primer lugar con un artículo de Juan Olazabal y Ramery, jefe político entonces del integrismo español, que conoció a los hermanos Arana en su infancia y con los que coincidió en el colegio de Orduña y luego también con Luis en el colegio de La Guardia (Pontevedra), ambos regentados por los jesuitas. Olazabal escribe en 1932 en el periódico La Constancia de San Sebastián, del que era fundador y director, un artículo titulado “¿El cincuenta aniversario de la fundación del nacionalismo vasco?”, en el que demuestra que en 1882 Sabino Arana Goiri era todavía carlista y que solo tras su estancia en Barcelona entre 1883 y 1888 se convirtió en nacionalista.

En efecto, el paso por la Ciudad Condal del luego fundador del nacionalismo vasco fue clave en su biografía, y con esto pasamos al segundo punto. Los biógrafos oficiales de Sabino Arana no reparan en este hecho, pero es evidente que en Barcelona adquirió el vasco los fundamentos teóricos necesarios  y suficientes para fundar luego su ideología. Era la época en que se produjeron las llamadas “grandes polémicas” entre el carlismo y la escisión que luego se llamó integrismo, que tuvo a la capital catalana como uno de sus grandes epicentros.

La influencia barcelonesa en Arana no fue, por tanto, como se suele creer, por el catalanismo que entonces estaba empezando a despuntar, sino por el lado religioso. Arana se convirtió en Barcelona en verdadero fan –como diríamos hoy– de Félix Sardá y Salvany, el párroco de Sabadell y best-seller de su época, autor entre otras obras de El liberalismo es pecado y de otra no tan conocida pero clave para el momento como fue El apostolado seglar. De ambos textos Arana recibió lo esencial para su futura ideología: el odio y desprecio al liberalismo, la necesidad de fundar un partido político y un periódico, así como términos clave de su ideario, como “raza” (a los liberales se les llamaba mestizos y moros) e “invasión” (se equiparaba al liberalismo con la invasión musulmana).

Con lo cual se puede concluir que solo a la vuelta de Barcelona, en 1888 y no antes, podía Sabino Arana haber iniciado su proselitismo político. Lo cual se corrobora  –y aquí entramos en el tercer punto– acudiendo a los propios textos de su primera época, que nos demuestran que es en mayo de 1887, en sus Apuntes íntimos, donde menciona –construye, habría ya que decir– por primera vez el episodio de la llamada “revelación de 1882”, y que solo desde diciembre de 1887 empezó a utilizar el lema Jaungoikoa eta Lagizarra (Dios y Leyes Viejas en euskera), de donde surge el acrónimo JEL con el que luego se identificaron sus seguidores: jeltzales. Lo cual nos lleva a concluir que la ideología nacionalista vasca solo estuvo lista en sus líneas básicas a partir de finales de ese año de 1887 y no antes.

El cuarto punto lo referimos al papel clave que le quiere hacer desempeñar Sabino Arana a su hermano Luis, convirtiéndole en precursor de su ideología. Pero Luis nunca se refirió a “la revelación de 1882”, ni siquiera dio su versión sobre la misma, aun cuando se lo propusieron sus colaboradores en 1932 para fundamentar con ella el primer Aberri Eguna. A Luis solo le podemos atribuir un papel esencial como compañero fiel de Sabino Arana desde el principio, y quizás eso explicaría el agradecimiento con el que este se manifestó siempre hacia su  hermano, pero sin que ello pueda llevarnos en ningún caso, como historiadores, hasta el punto de situar a Luis como antecedente histórico del nacionalismo.

Y el último punto de esta demostración está reservado a los seguidores de Sabino Arana, de quien no conciben de ninguna de las maneras que pudiera engañarles en algo tan esencial como la “revelación de 1882”. Pero Sabino Arana tenía motivos para hacerlo: necesitaba adelantar el origen del nacionalismo vasco a los años anteriores a su estancia en Barcelona porque no podía soportar que se pudiera equiparar su nacionalismo con el nacionalismo catalán entonces emergente.

Para Arana los catalanes no podían asemejarse a los vascos, ni por su idioma –que era un derivado del latín, como el castellano– ni por su raza, mera variante de la española. Además, los actuales admiradores y seguidores políticos de Sabino Arana, que todos los años le homenajean hasta tres veces (una por su nacimiento en enero, con la entrega de los premios Sabino Arana, otra por San Ignacio, día de la fundación del partido, y otra por su fallecimiento a finales de noviembre, llevándole flores a su tumba de Sukarrieta) deben saber que su fundador era capaz de mentir, como lo demostró por ejemplo en su periódico Bizkaitarra, donde –como hacen hoy los blogueros inventándose nicks falsos para engordar sus blogs– se hacía pasar por un ocasional colaborador o por un lector que envía cartas con las que corroborar la línea editorial del periódico.

Pedro José Chacón Delgado es profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV/EHU.

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