El fuego se apaga en invierno

El lunes por la tarde se declaró un incendio forestal en el municipio de Horta de Sant Joan, comarca de la Terra Alta. Ayer por la tarde, este incendio aún ardía con una dinámica y unas condiciones más que preocupantes, y lo más grave es que ya se ha tenido que lamentar la pérdida de vidas humanas.

En este momento sería absolutamente precipitado e imprudente valorar de forma concreta la evolución o incluso la causa y los efectos del incendio forestal de Els Ports. Aun así, en estos momentos de incertidumbre es bueno recordar por qué unos medios de extinción más que preparados, con un número de dotaciones terrestres y aéreas suficientemente importantes, no pueden dar abasto. Estamos ante un nuevo episodio de grandes incendios forestales (GIF), esos de más de 500 Ha de superficie quemada, cuyas características conocen muy bien pueblos de todo el territorio catalán.

En las últimas décadas, los GIF, aun representando solamente un 1% de las igniciones, son responsables del 90% de la superficie quemada de Catalunya. Las dimensiones de estos incendios, aumentadas por las condiciones del entorno y la climatología, hacen poco eficaces gran parte de los esfuerzos y actuaciones de todos los voluntarios y profesionales que en ellos trabajan. En este contexto tan descorazonador, uno puede preguntar cómo y por qué se llega a estos extremos.

Pese a que en un escenario mediterráneo el fuego es un elemento natural de nuestros ecosistemas –históricamente hemos convivido con fuego en nuestros bosques y no siempre con resultados negativos–, las características del incendio que nos ocupa en este artículo –y las del resto de GIF– son totalmente diferentes a las de los incendios de varias décadas atrás. También es conveniente recordar que estamos hablando de un escenario expuesto al riesgo, en el que la intervención humana no puede incidir directamente sobre los factores meteorológicos. Sin embargo, existe otra dimensión que responde de pleno a factores humanos: la prevención de estos GIF.

Una adecuada gestión de la prevención es la clave y el mejor instrumento cara a la extinción de los incendios forestales, de un riesgo latente en muchas zonas del territorio. La cultura de la prevención se ha expresado repetidamente en formas tan popularmente conocidas como esa cita que dice que los fuegos se apagan en invierno. Porque ni los medios de extinción y los sistemas de detección mejor preparados serán suficientes. De hecho, hay una amplia mayoría entre los responsables técnicos e incluso políticos en materia de extinción que apuntan en esta línea.

Llegados a este punto, podemos preguntarnos quién se encarga de gestionar la superficie forestal que en Catalunya supone un 61% del territorio. Cerca del 85% es de titularidad privada, y tres cuartas partes de estas propiedades presentan una finca inferior a 25 Ha en un contexto marcado por la caída de la rentabilidad del sector forestal. Las causas de esta falta de competitividad del sector se han atribuido a la baja producción, a la falta de infraestructuras y de capital, a la orografía montañosa del terreno, etcétera. El resultado comporta el abandono de las actividades agroforestales, así como del resto de actividades tradicionales del territorio. Y esto, aunque a primera vista pueda no parecerlo, tiene mucho que ver con la problemática de los grandes incendios forestales. Un mundo rural vivo y con actividad económica vinculada al sector primario garantiza la gestión del territorio y de nuestros bosques y, por lo tanto, que en estos sea menor el riesgo de GIF.

Hay que actuar apostando decididamente y con una firme voluntad por un territorio vivo y por una cultura de la prevención frente a la de la extinción. Todo ello no lo descubrimos ahora, sino que pasa por llevar a la práctica lo que se ha ido repitiendo a lo largo de muchos años y por parte de las voces más especializadas en la materia.

Entre otros aspectos, se trata de apostar por la dinamización del sector agroforestal, promoviendo la gestión y ordenación de sus recursos, así como seguir ofreciendo alternativas a sus salidas de mercado. Y, en buena parte, esta medida requiere una mayor intervención pública en favor de los propietarios de las fincas, en forma de más recursos y prestaciones, con resultados reales y tangibles sobre el territorio.

La reducción del combustible forestal es una de las garantías más importantes para actuar sobre los GIF. Por otro lado, hay que seguir dando respuestas al incremento de la presión humana en el territorio. A modo de ejemplo, sería interesante actuar periódicamente en la mejora, revisión y mantenimiento de los perímetros de protección prioritaria de infraestructuras de riesgo como en las líneas eléctricas, la red de comunicación viaria, asentamientos humanos diseminados, etcétera.

En definitiva, la prevención debe pasar por la gestión y la ordenación del conjunto del territorio en las múltiples dimensiones que se han expuesto. De ello depende la vulnerabilidad ante el riesgo de los bosques catalanes, de los que se beneficia el conjunto de la sociedad. Quizá sería adecuado preguntarse si tras los episodios de grandes incendios forestales del pasado, como los de 1986, 1994, 1998, etcétera, hoy tenemos unos bosques menos vulnerables. A buen seguro, se ha mejorado en algunos aspectos y se está trabajando en otros, pero la respuesta sobre el terreno hoy por hoy resulta insuficiente.

Marc Costa, técnico del Àrea de Medi Ambient de la Fundació del Món Rural.