El fútbol y los intelectuales

El año 2014 se celebraba en Río de Janeiro el III Encuentro de Rectores de Universia, la red de cooperación universitaria más importante a nivel internacional. Una ejemplar y pionera acción de responsabilidad social corporativa impulsada por el Banco de Santander, de la que forman parte casi mil doscientas universidades. Pues bien, el entonces presidente del Santander, Emilio Botín, me pedía atender a Sir Ivor Roberts, que había sido presidente del Trinity College en Oxford. Presto me puse a confeccionar un erudito y prolijo plan de visitas. El esperado entre dos sesudos rectores universitarios: museos, centros de enseñanza superior, institutos de investigación... Pero hete aquí que, tras un agradabilísimo café, nos confesamos pronto una pasión común, a la que no pudimos sustraernos en tierras cariocas. La de los Pelé, Garrincha, Didi, Zico, Rivelino, Tostao, Ronaldinho, Ronaldo, Roberto Carlos... ¡Hablo, claro está, de la futbolística! Él era un entusiasta incondicional del Liverpool, y yo, por supuesto, del Real Madrid. Cuando a mi querido colega, arrobado por la conversación, le faltó tiempo para restregarme la victoria de su equipo en la final de la Copa de Europa celebrada en París en 1981, tuve que traer a su memoria las diez Champions que entonces poblaban -hoy son, de momento, trece- el museo del Estadio Santiago Bernabéu. ¡El doble que las de su equipo inglés! Después de una tregua, tras discutir cuál era el mejor club del mundo, ¡algo obvio para quien sepa algo de este deporte!, como ha atestiguado oficialmente la FIFA, los dos rectores nos acercamos a las instalaciones del Botafogo, uno de los «doce grandes clubs» del país. Allí nos fotografiamos ante una efigie de cartón prensado a tamaño natural de Garrincha, el inolvidable ídolo local.

Vienen estas consideraciones, al hilo del desdén con que cierta intelectualidad desprecia la afición por el balompié. Pareciera que los intelectuales y los amantes del futbol jugasen, nunca mejor expresado, en dos ligas distintas. Como si nos encontrásemos, no sé en virtud de que intangible impedimento ontológico, ante dos realidades herméticas, enfrentadas y antitéticas. La futbolera, propia de una grosera e inculta gleba; y la cultivada, característica de una refinada y elegante intelectualidad. Un juicio de valor que no resiste, sin embargo, el más mínimo envite.

Gregorio Peces-Barba, catedrático y rector, y uno de nuestros siete Ponentes constitucionales, era un madridista de bien, a quien molestaban dos fraudulentos tópicos: el carácter iletrado de los seguidores del futbol y la connivencia del Madrid con el régimen de Franco. Respecto a la primera acusación, no me resisto a citarles dos ejemplos. Son los casos del escultor Eduardo Chillida, que jugó de portero en la Real Sociedad, aunque tuvo que retirarse por una grave lesión de rodilla; y del escritor Albert Camus, que también sobresalía como guardameta, cuando vivía en Argelia, pero a quien la tuberculosis obligó a dejar los campos de futbol.

Tengo asimismo otra anécdota personal bien descriptiva de tales falacias. Siendo Rector de la Universidad Rey Juan Carlos, fui invitado a formar parte de una comisión para la mejora de los Estatutos del Real Madrid. Ésta estaba integrada, entre otros, por socios de diferente condición: los catedráticos de universidad, Jorge de Esteban, Tomás-Ramón Fernández y Antonio Jiménez-Blanco; el fiscal del Tribunal Supremo Eduardo Torres-Dulce; y los excelentes abogados José Manuel y Antonio Serrano Alberca. Como ven, ¡pobres zafios e ignorantes juristas!

En cuanto a la segunda falsedad, que el Real Madrid se había hecho con las seis primeras Copas de Europa, por ser un estandarte mediático del régimen franquista, prevaliéndose del apoyo internacional, no pasa de ser una broma. O sea, que los Macmillan, Adenauer y De Gaulle eran, en realidad, esbozados infiltrados del franquismo. Unos emboscados conspiradores que influían en que los árbitros pitaran a favor del Madrid. ¡Y yo que pensaba que los triunfos se debían a contar con los mejores futbolistas: Di Stéfano, Kopa, Puskas, Gento, etc. Así que ya saben. Durante los pasados años cincuenta y sesenta, los máximos dignatarios de la Europa libre se reunían en cónclave secreto con el fin de favorecer al malhadado equipo del régimen.

¿Hay algo de cierto en ello? Las estadísticas dicen todo lo contrario. De entrada, el Real Madrid nunca logró la Liga en los años más duros de la dictadura, pues el primer título llegó en la temporada 1953-1954. Además, y como describe el libro de Ángel Bahamonde, El Real Madrid en la historia de España, éste ya la había ganado en la República (1931-32 y 1932-33). Algo que ha seguido haciendo después en democracia (1977-78, 1978-79, 1979-80, 1985-86, 1986-87, 1987-88, 1988-89, 1989-90, 1994-95, 1996-97, 2000-01, 2002-03, 2006-07, 2007-08, 2011-12, 2016-17 y 2019-20). Y, en cuanto a la Copa, ¡qué quieren que les diga! La conquistó tanto durante el reinado de Alfonso XIII (1904-05, 1905-06, 1906-07, 1907-08 y 1916-17), como en la República (1933-34 y 1935-36.); una época en la que el equipo estaba suscrito, curiosamente, a los periódicos «El Liberal», «El Sol» y «El Socialista». ¡Todos ellos, furiosos idearios del fascismo!

Ya, durante el franquismo, Raimundo Saporta llegó a desafiar abiertamente al régimen, al presentar a nuestros futbolistas en México al exiliado presidente Tarradellas. Y hoy, en nuestro vigente sistema constitucional, el Madrid sigue incrementando su palmarés (1979-80, 1981-82, 1988-89, 1992-93, 2010-11 y 2013-14). Por eso, a quienes difunden dichas necedades, les recordaría retadoramente las palabras de Bioy Casares: «Solo no se puede discutir de futbol con la mujer amada». Así pues, ¡me tienen a su entera disposición!

Afirmaba con vehemencia Albert Camus, que «todo lo que sé acerca de la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al futbol». Yo no llego, desde luego, a tanto. Pero, por favor, ¡ni nos miren por encima del hombro, ni tergiversen la historia!

Pedro González-Trevijano es magitrado del Tribunal Constitucional.

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