El futuro de Brasil, tan claro como ambiguo

No puede decirse que la holgada victoria de Dilma Rousseff en las elecciones presidenciales de Brasil sea una sorpresa. Lo asombroso ha sido que tuviera que celebrarse una segunda vuelta, a pesar de que Rousseff contaba con el pleno apoyo y la campaña activa del presidente saliente, un Lula con unos índices de popularidad apabullantes.

El resultado de los comicios no sólo subraya la dependencia total de Dilma respecto de Lula, sino que confirma el papel central que éste seguirá teniendo en la política brasileña durante los próximos cuatro años. Rousseff tendrá que hacer un gran esfuerzo para salir de la sombra de su mentor y posiblemente nunca llegue a conseguirlo.

Otro de los factores que pueden erosionar la posición de Dilma surge no de la oposición a su derecha sino de las bases políticas a su izquierda. Que no ganara en la primera vuelta se debió por encima de todo a los votos recabados por la candidata rebelde de un tercer partido, Marina Silva. Ex ministra de Lula, Silva desertó del Partido de los Trabajadores y pasó a ser la candidata del Partido Verde. Al obtener el 19% del voto nacional en la primera vuelta, consiguió una enorme credibilidad y dejó claramente al descubierto los puntos débiles de Dilma. En su condición de aspirante a la presidencia en el futuro, Marina Silva va a seguir siendo una formidable espina formidable en el ala izquierda de la nueva presidenta.

Una pregunta habitual a lo largo de la campaña electoral ha sido en qué medida Dilma será diferente de Lula. Resulta muy difícil para cualquiera estar a la altura del presidente saliente. Es el jefe de Gobierno brasileño más popular en toda la historia, y se despide del cargo con un índice de aprobación de nada más y nada menos que el 80%. De entrada, lo que más llama la atención en Dilma es aquello de lo que carece en comparación precisamente con Lula. Le faltan encanto personal y carisma, elementos clave en el éxito de su protector. Típica tecnócrata que nunca ha sido elegida para ningún cargo antes de presentarse a estas elecciones, Rousseff carece de dotes para conectar con la gente común y corriente, una característica en la que Lula ha destacado más que nadie y que puede terminar siendo un lastre importante para ella, tanto a corto como a largo plazo.

En lo que se refiere a la forma de gobernar, Dilma va a adoptar un estilo de ejercer el poder más sobrio y mucho menos personalista. Es una gobernanta experimentada que va a contribuir a poner orden en sus filas y que va a reducir los riesgos de polémicas enconadas. Los escándalos de corrupción han infestado el mandato de Lula y Dilma ha representado un papel fundamental a la hora de neutralizar tales calamidades. Sin embargo, no cuenta con una buena red de apoyo entre las bases de su propio partido, el PT, que Lula puso en marcha en 1980 y al que ella no se unió sino hasta el año 2000. No goza ni del respeto, ni del cariño ni de la lealtad de los militantes. Eso va a representar un obstáculo. Además, le faltan la autoridad, la capacidad y la experiencia personales para tender y construir puentes, coaliciones y alianzas con miembros de la oposición, otro aspecto en el que Lula era un maestro. La presencia y la ayuda de su predecesor entre bastidores van a ser fundamentales para el éxito de Dilma como presidenta.

De otro lado, se plantean serios interrogantes sobre las tendencias estatalistas de Dilma, que no ha conseguido despejar adecuadamente a lo largo de toda la campaña. Una mayor intervención del Estado en la economía podría entorpecer y ralentizar el desarrollo de Brasil y generar incertidumbre en los inversores extranjeros. Si aumenta aún más el empleo en el sector público, especialmente con afiliados de su partido, Dilma impondrá una pesada carga a las finanzas públicas y contribuirá a esa cultura del amiguismo de la que Brasil se debe alejar. Debe destinarse más dinero al desarrollo de infraestructuras necesarias para aumentar el crecimiento económico y para mejorar de forma radical la calidad de la educación, que es imprescindible para engrosar las filas de esos jóvenes brasileños bien formados y cualificados que son esenciales para mantener el desarrollo del país.

A lo largo de la campaña, un punto esencial como es la política exterior ha permanecido desalentadoramente ausente del debate. Se han quedado sin respuesta cuestiones verdaderamente importantes. Desgraciadamente, lo que ha prevalecido han sido diatribas plagadas de palabrería populista y ataques personales.

Lula generó enormes expectativas sobre el papel creciente de Brasil en el mundo. Sin embargo, su diplomacia personal no basta para dotar a Brasil de una política exterior sostenible. Aunque Lula ha dejado tras de sí una herencia inconmensurable, Brasil sigue siendo un enigma diplomático. Es posible que esta ambigüedad haya proporcionado beneficios a corto plazo por el solo hecho de haber mantenido a los demás a la expectativa y por haber explotado sus ansias de cortejar a Brasil. Sin embargo, también ha posibilitado un déficit de credibilidad a largo plazo. Políticos de todo el mundo se esfuerzan lo indecible por comprender la política exterior de Brasil y la dinámica que la anima. La diplomacia no puede basarse en la fuerza de una única personalidad. Para crear relaciones duraderas, se necesita una mayor claridad sobre lo que Brasil representa. Dilma debe por tanto presentar una agenda internacional consecuente, que ha de salir adelante con una coherencia y una continuidad mayores. Por encima de todo, debe comunicarse de manera eficaz. El papel de los diplomáticos brasileños, tradicionalmente competentes, sigue siendo decisivo en esta tarea.

Desde la perspectiva actual, Lula ha llevado a cabo un trabajo excepcional al conseguir que los brasileños de la calle formen parte del sistema. Ha ayudado a muchos a mejorar su vida. Es obvio que Dilma debe apoyarse en lo ya realizado. Sin embargo, tiene también la responsabilidad de conseguir que los ciudadanos se den cuenta de que son los más directos interesados en el crecimiento económico de Brasil, no sólo dentro de sus fronteras sino también fuera de ellas, lo que no sólo va a reportar beneficios enormes en el interior sino considerables responsabilidades a escala mundial. A Brasil le esperan por delante decisiones nada fáciles. Dilma tiene la obligación de estar a la altura de las circunstancias.

Marco Vicenzino, director del Global Strategy Project, con sede en Washington, EEUU.