El futuro de Grecia y el nuestro

La videoconferencia entre Papandreu, Merkel y Sarkozy concluyó, como era de esperar, con el compromiso griego de acelerar las reformas y con el soporte incondicional de Francia y Alemania a Grecia, junto a la determinación de poner en marcha los acuerdos del pasado 21 de julio. ¿Es creíble esta posición? Para responder a esta cuestión, propongo al lector que nos situemos en la alternativa de la suspensión desordenada de pagos de Grecia y su salida del euro. ¿Qué pasaría en el área? ¿Y en Grecia?

Comenzando por la eurozona, lo primero sería el impacto sobre los balances de buena parte del sistema financiero europeo, en especial el francés, compañías de seguros y fondos de pensiones. Estas pérdidas provocarían dificultades añadidas a las actuales para su financiación, lo que probablemente acabaría con nuevas intervenciones públicas. El contagio sobre la deuda pública del resto del área aparece como el siguiente efecto. ¿Quién vendría a continuación? Ni Irlanda ni Portugal están a salvo a pesar de los ajustes realizados. Y de extenderse los problemas a España e Italia, el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera no tiene suficientes recursos para países con este volumen de carencias. Un sistema financiero que precisa de fuertes inyecciones de capital (el FMI ha estimado en unos 200.000 millones sus necesidades de recapitalización) y sectores públicos en crecientes dificultades, y que deberían apoyar a sus bancos, dibujan un horizonte más que preocupante, y no solo para nosotros.

Pero quizá lo es todavía más para Grecia. Ahí, una suspensión de pagos desordenada y la recuperación del dracma significarían la quiebra de su sistema bancario, aplastado por la fuga de capitales y la pérdida de la vital asistencia que suministra el Banco Central Europeo (BCE). Además, los tipos de interés saltarían de los valores actuales a los que teníamos aquí hace 15 años, en el entorno del 15%. Ya me dirán qué pasaría con el crecimiento con un choque financiero de este calibre. En tercer lugar, aunque una fuerte devaluación de su moneda permitiría recuperar competitividad, no es evidente que ello se tradujera en crecimientos del PIB de forma rápida y duradera. Porque la misma devaluación implica alzas de precios de los productos importados (piénsese en el petróleo, por ejemplo) que, en el contexto que estamos considerando, erosionaría rápidamente sus ventajas competitivas. Adicionalmente, la deuda externa continuaría en euros, que habría que devolver en esa moneda. Y, finalmente, ello implicaría la exclusión de Grecia de los mercados de capital por un largo periodo de tiempo.

Si ahora la quiebra descontrolada y la salida del euro de Grecia no deberían ni contemplarse, ¿cuál es la alternativa? Las tensiones en el Gobierno alemán, con los liberales pidiendo la salida de Grecia del euro y la CSU de Baviera su simple expulsión, son indicadores del escaso margen de maniobra que tiene Merkel. Como lo son la dimisión de Jurgën Stark, el representante del Bundesbank en el BCE, y la sentencia del Tribunal Constitucional. Esta, que ha legalizado el primer salvamento de Grecia, ha fijado límites muy claros a lo que puede y no puede hacer el Gobierno. Y el más importante, probablemente, sea considerar la emisión de eurobonos contraria a la Constitución germana y al Tratado de Lisboa. No los prohíbe la alta autoridad alemana. Simplemente, exige que sean modificados tanto la Constitución (ello implicaría un referendo) como el propio Tratado de Lisboa.

Otros mecanismos, como las ayudas de los países BRIC o de China directamente, son paños calientes. Como lo son las compras de deuda por parte del BCE, que no pueden alargarse mucho tiempo. Por ello, no queda más remedio que continuar, hasta el 2013, cuando el fondo de estabilidad sea sustituido por un mecanismo permanente, con la línea seguida hasta ahora. Es decir, poner en marcha las medidas adoptadas el pasado 21 de julio, que Francia ya ha aprobado y que Alemania debería sancionar el próximo 29 de septiembre, pero cuya ratificación tanto está costando en Finlandia y Eslovaquia, o en Austria, que ha aplazado su apoyo. Ello implica una primera suspensión de pagos ordenada de Grecia, ya que se alargan los plazos de amortización, en algunos casos hasta los 30 años, se reducen los tipos de interés a pagar por la deuda, y el sector privado acepta una quita del 21% de lo invertido en bonos griegos. Además, los acuerdos de julio significan, también, que el fondo pueda sustituir al BCE en la compra de deuda, al tiempo que pueda prestar a gobiernos en dificultades y ayudar a salvar a bancos con problemas.

Mucho más que esto no es posible. Simplemente. Pero no subestimen su importancia. Los acuerdos del 21 de julio todavía no se han instrumentado en la práctica. Comenzarán a hacerlo dentro de un mes, aproximadamente. Entonces será el momento de comprobar si esta estrategia franco-alemana puede ser exitosa. Esperemos, por el bien de todos, que lo sea. No nos quedan muchas más opciones.

Por Josep Oliver Alonso, catedrático de Economía Aplicada UAB.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *