El futuro de Kosovo

Desde tiempo atrás se sabía que las instancias encargadas de dirimir el futuro de Kosovo habían tomado una decisión al respecto: la de reconocer una fórmula condicionada de autodeterminación e independencia. La fórmula prevista rompe - sea esto importante o no- con la norma que, en materia de reconocimiento de nuevos estados, han postulado los países occidentales: recuérdese que desde 1991 estos últimos sólo han dado por buena la independencia de repúblicas que, en los ordenamientos legales de la URSS, de Checoslovaquia y de Yugoslavia, disfrutaban, al menos nominalmente, de un derecho de autodeterminación, circunstancia que - a esto vamos- no se hacía valer en el caso de Kosovo.

Si así se quiere, el cimiento del criterio que se postula en estas horas es doble. Mientras, por un lado, lo que cabe entender que son los dos bandos enfrentados - los partidos albaneses kosovares y el establishment político serbio- deseaban que tocase a su fin, bien que por razones diferentes, para el protectorado internacional, por el otro, era más sencillo inclinarse por la posición que abraza la mayoría albanesa, aun a costa de desoír imaginables quejas y de destapar la posibilidad de que se registren movimientos delicados en otros escenarios.

Conviene subrayar, eso sí, que la fórmula elegida se ajusta poco a lo que en 1999 cabía esperar del mentado protectorado. Y ello es así no porque fuese impensable que ese régimen interino abocase en el reconocimiento del derecho de autodeterminación, sino, antes bien, porque la misión de la ONU en Kosovo no ha logrado satisfacer ninguno de los objetivos - democratización, desarrollo económico, remisión de las mafias, derechos de las minorías, crecimiento de la sociedad civil y medios de comunicación independientes- que ella misma se autoatribuyó y que, cabe suponer, eran condición imprescindible para que se tomasen decisiones con respecto al futuro. Yes que, conforme a un criterio extendido, la pervivencia de problemas muy hondos en Kosovo habría aconsejado postergar toda decisión. El primero de esos problemas no es otro que la delicadísima situación que atenaza a las minorías, y en singular a la serbia, y ello por mucho que sea cierto que los serbios kosovares fueron visiblemente instrumentalizados en el pasado desde Belgrado y nada hicieron para contestar el régimen de apartheid impuesto por Milosevic a partir de 1989. Tampoco es halagüeño, en segundo lugar, el derrotero de la economía, indeleblemente marcada por un capitalismo mafioso, lastrada por una crisis sin fin y dependiente de los países limítrofes, de las remesas de los emigrantes y de la presencia de funcionarios y militares foráneos. Por si todo lo anterior fuese poco, ni las autoridades internacionales ni las fuerzas locales han hecho gran cosa para permitir un genuino desarrollo democrático. Al respecto deben invocarse factores varios entre los que se cuentan la llegada al medio urbano de muchas gentes procedentes del campo - con las secuelas esperables-, la delicada reconversión de los cuadros de la guerrilla, la pervivencia de discursos maximalistas en los dos bandos y, en suma, el hecho de que a las fuerzas políticas albanesas kosovares sólo parece haber preocupado en los últimos años la independencia, en franco abandono de todo lo demás. Veton Surroi, el director del diario Koha Ditore,ha tenido a bien recordar que desde 1999 nada se ha hecho por desarrollar las funciones del Estado independiente que debía cobrar cuerpo. Aunque la caída de Milosevic, en el 2000, permitió que acabasen muchas concesiones occidentales a los albaneses de Kosovo, la consolidación de posiciones aparentemente moderadas en ambos lados - Kostunica, Rugova- apenas sirvió para desactivar los desencuentros.Ante semejante urdimbre de problemas hay pocos motivos para el optimismo y razones sólidas, en cambio, para el escepticismo y la inquietud. El primero, el escepticismo, se vincula al escaso crédito que merece eso de una independencia condicionada, limitada y reversible: ¿alguien cree en serio que si Kosovo entra en el camino de la independencia se podrá dar marcha atrás en caso de que se registren palmarios incumplimientos de una u otra condición? Lo de la inquietud remite, por su parte, a la certificación de que, siendo respetable que los kosovares decidan su futuro, no faltan los candidatos a reclamar, en condiciones más discutibles habida cuenta de los antecedentes, derechos similares. Y no estamos pensando sólo en los Balcanes occidentales, donde las fuerzas vivas de la República Serbia de Bosnia ya han anunciado sus intenciones. Hace un año el presidente ruso, Putin, señaló que el reconocimiento del derecho de autodeterminación en Kosovo provocaría, del lado de Moscú, demandas de cariz similar en lo relativo a la autodenominada república del Transdniestr, en Moldavia, y a Abjasia y Osetia del Sur, en Georgia. Pena es que cuando estas cosas están en juego brillen más los intereses de las grandes potencias que el legítimo deseo de permitir que las gentes decidan libremente su futuro.

Carlos Taibo, profesor de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid. En el 2001 publicó Guerra en Kosova. Un estudio sobre la ingeniería del odio.