El futuro de la energía en casa

Del siglo pasado heredamos un sistema energético que nos provee en casa de energía eléctrica y energía térmica a partir del suministro que nos ofrecen empresas energéticas que actúan, se dice, en un mercado libre. En realidad, los antiguos monopolios de gas y de electricidad, con la desregulación del mercado siguiendo las directivas europeas, se han convertido en oligopolios de facto. Si bien es cierto que se han roto los monopolios y las empresas resultantes (generadoras, distribuidoras, comercializadoras) son jurídicamente independientes, también lo es que suelen formar parte del mismo grupo matriz, manteniendo la estructura (y los privilegios) anteriores a la desregulación, con lo que la pretendida liberalización de los mercados de la energía se traduce en muy poca cosa. Mientras tanto, los usuarios de estos servicios hemos pasado de ser abonados a ser potenciales clientes que deberíamos poder elegir libremente no solo el proveedor del servicio, sino la calidad del producto que nos ofrecen, además de su precio. Y nada más lejos de la realidad. Hoy, en nuestro país, ninguna familia que quiera disponer de un servicio eléctrico procedente de una comercializadora que nos suministre electricidad 100% limpia o verde tiene esta posibilidad. Sin embargo, en Europa (Alemania, Inglaterra, Francia, etcétera) las familias cuentan con esta posibilidad desde hace bastante tiempo.

Por otro lado, hoy en día gran parte de la ciudadanía cubre sus necesidades de calor (agua caliente, calefacción, cocción) con el suministro de gas fósil por cañería, y las de servicios eléctricos, con el de electricidad por cable procedente de grandes empresas eléctricas y/o gasísticas. La eficiencia global de este sistema es muy escasa: para disponer en casa de una unidad de calor (quemando gas en una caldera) y de una unidad de electricidad (generada en una central térmica convencional, de eficiencia 33%) son necesarias 4,5 unidades de energía primaria (sin haber contado las pérdidas por las redes). Si la electricidad es generada en una central térmica de ciclo combinado, entonces aumenta un poco la eficiencia (para dar el mismo servicio se necesitarían 3,1 unidades de energía primaria). Aun así, las centrales térmicas de ciclo combinado instaladas en el Besòs vierten al mar el equivalente térmico de todo el consumo de gas de la ciudad de Barcelona, y las que se están construyendo en el puerto de Barcelona harán que los vertidos de energía térmica, no aprovechada, al mar se dupliquen. Es como si, de cada metro cúbico de gas fósil, un 40% se tirase directamente tras haberse quemado y de haber contribuido a las correspondientes emisiones de CO2.

Pero, entrado el siglo XXI, hoy se puede generar in situ electricidad aprovechando el calor que las térmicas convencionales vierten a la biosfera. Es lo que se denomina cogeneración. Ninguna central térmica de las existentes en Catalunya está equipada con este sistema. Ni las construidas en los últimos años, ni las que están actualmente en construcción. Lo más interesante de este sistema es que la tecnología que hoy lo hace posible va desde la muy pequeña potencia (1 kW) hasta grandes potencias (400 MW), permitiendo que cualquier familia o colectividad pueda convertirse en autocogeneradora. Proveer los servicios de calor y electricidad mediante sistemas de cogeneración aumenta considerablemente la eficiencia del sistema. De este modo, la cantidad de energía primaria necesaria para suministrar una unidad de calor y una unidad de electricidad a las familias se reduce solo a 2,4 unidades (un 47% menos que si la electricidad se ha generado en térmicas convencionales, y un 16% menos que si se ha generado en térmicas de ciclo combinado). Por lo tanto, se aumenta la eficiencia del sistema de forma considerable y a la vez se reducen las emisiones de CO2.
Actualmente hay en el mundo empresas que ya instalan la microcogeneración doméstica, combinada con el aprovechamiento local de fuentes de energía renovable, haciendo los correspondientes programas piloto de demostración para aprender, de paso, cómo gestionar unas redes (eléctrica y de gas) en las que los consumidores habrán dejado de serlo para convertirse en generadores de energía y usuarios de servicios energéticos. Generadores de electricidad (con gas fósil o energía solar o gas biológico) e, incluso, de biogás doméstico (a partir de la digestión anaerobia de residuos orgánicos y excrementos).

Cambios como estos son los que cualquier empresa energética innovadora debería abordar. No es el caso de las grandes empresas energéticas del país. En lugar de esto, siguen haciendo precisamente lo que ya deberían dejar de hacer si se quiere estar al servicio de la ciudadanía del país (proveyendo servicios energéticos de calidad y con la máxima eficiencia posible): siguen apostando por hacer negocio con la combustión de materiales fósiles, de una eficiencia aún por mejorar, e inyectando grandes cantidades de CO2 a la atmósfera. Y aún hoy siguen incentivando a la ciudadanía para que consuma más gas fósil y derroche electricidad para usos térmicos.
¡Todavía hay quien cree que los negocios del siglo XXI deben basarse en quemar y hacer quemar más combustibles fósiles! Flaco favor están haciendo a nuestro país todos los que la historia, seguramente, calificará como incendiarios del clima. La revolución de la eficiencia debería empezar por desterrar estas prácticas tan derrochadoras y contaminadoras.

Josep Puig, ingeniero industrial. Presidente de Eurosolar-España.