El futuro de la moneda digital china

El futuro de la moneda digital china

Hace pocos años, la divisa china parecía destinada al dominio mundial. El renminbi se había vuelto la quinta moneda más usada en pagos internacionales, y en 2016, el Fondo Monetario Internacional la incluyó en la cesta de monedas importantes que determina el valor de los derechos especiales de giro (su activo global de reserva).

Pero luego su avance se detuvo. Su participación en los pagos internacionales se redujo a menos del 2%, y la proporción que representan los activos denominados en renminbi dentro de las reservas cambiarias globales parece haberse estancado en u na cifra similar.

Hace unos meses, el banco central de China implementó una moneda digital (fue una de las primeras grandes economías en hacerlo). Por ahora las pruebas del sistema de moneda digital y pago electrónico (conocido por la sigla en inglés DCEP) incluyen cuatro ciudades, y hace poco el gobierno anunció planes de ampliarlas a grandes metrópolis como Beijing y Tianjin, además de Hong Kong y Macao. Pero el DCEP por sí solo no bastará para incrementar el papel del renminbi en las finanzas internacionales.

Es verdad que China está adelantada respecto de Estados Unidos y otras economías avanzadas en cuanto al grado de desarrollo tecnológico de su sistema de pago minorista. De modo que parecería razonable que el renminbi digital dé a China una ventaja en la competencia por el dominio del mercado financiero internacional.

Pero la realidad no es tan sencilla. Al principio el DCEP sólo podrá usarse para hacer pagos dentro de China, aunque con el tiempo esto puede cambiar. Por mucho que se hable de la nueva moneda digital, lo cierto es que el sistema chino de pagos interbancarios transfronterizos, creado en 2015, es una innovación más importante, que facilita el uso del renminbi en transacciones internacionales.

Además, su independencia del sistema internacional de pagos SWIFT (dominado por Occidente) le permite eludir sanciones financieras de Estados Unidos, una perspectiva atractiva para muchos gobiernos: Rusia (lo mismo que Irán y Venezuela) podrán cobrar con más facilidad en renminbi sus exportaciones de petróleo a China. Conforme el uso del renminbi se difunda, es posible que otros países más pequeños y en desarrollo que tienen fuertes vínculos comerciales y financieros con China empiecen a facturar y liquidar sus transacciones directamente en esa divisa. El DCEP podría terminar vinculado con el sistema de pagos transfronterizos, lo que aumentaría la digitalización de los pagos internacionales.

Pero el DCEP no incidirá en la evaluación de los inversores extranjeros respecto del carácter de moneda de reserva del renminbi. El gobierno chino sigue controlando los ingresos y egresos de capitales, y el tipo de cambio del renminbi todavía está sujeto a la intervención del Banco Popular de China, dos políticas que no van a tener grandes cambios en lo inmediato.

Los entusiastas del renminbi dirán que el gobierno flexibilizó restricciones a los flujos de capitales y dio señales de una futura apertura total de la cuenta de capital; y que el BPC se comprometió a reducir sus intervenciones cambiarias y dejar que actúen las fuerzas del mercado. Pero cada vez que las variaciones de los flujos de capitales generan presiones importantes sobre el renminbi, el gobierno vuelve invariablemente al dirigismo y endurece los controles de capitales y la gestión cambiaria. De modo que los inversores extranjeros, incluidos los bancos centrales, seguirán dudando de que pueda haber flujos de capitales irrestrictos según tipos de cambio determinados por el mercado.

En cualquier caso, es improbable que los inversores (locales y extranjeros) vean al renminbi como un refugio en tiempos de agitación financiera internacional. Para eso se necesita confianza, algo que se fomenta con respeto al Estado de derecho y mecanismos de control bien establecidos en el sistema político.

Algunos dicen que en China hay Estado de derecho, y que su sistema de gobierno unipartidista no democrático incluye suficientes mecanismos de autocorrección para evitar que los funcionarios hagan locuras. Pero estos esquemas no son un sustituto creíble o permanente para un sistema institucionalizado de controles y contrapesos como el que hay en Estados Unidos, donde la separación de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial restringe el ejercicio del poder.

El gobierno del presidente Donald Trump está haciendo lo más que puede por debilitar las instituciones estadounidenses, el Estado de derecho y la independencia de la Reserva Federal. Pero en las finanzas internacionales, todo es relativo. El dominio económico de Estados Unidos, el volumen y la liquidez de sus mercados de capitales y su marco institucional (que sigue siendo sólido) implican que el dólar estadounidense todavía no tiene un rival de consideración como principal divisa de reserva del mundo.

Los avances que hizo estos años el renminbi como medio de pago y moneda de reserva internacional se han producido en general a costa de monedas como el euro y la libra. Incluso cuando el FMI lo añadió a las otras cuatro monedas ya presentes en la cesta de los DEG con una ponderación del 10,9%, los que cedieron más participación fueron el euro, la libra y el yen, no el dólar.

La nueva moneda digital de China y su sistema de pagos transfronterizos pueden, obrando juntos, reforzar el papel del renminbi como moneda internacional de pagos, si el gobierno continúa la reforma financiera y elimina restricciones a los flujos de capitales. Pero no afectarán el dominio del dólar como moneda de reserva global.

Eswar Prasad is Professor of Trade Policy at Cornell University’s Dyson School of Applied Economics and Management and a senior fellow at the Brookings Institution. He is the author of Gaining Currency: The Rise of the Renminbi. Traducción: Esteban Flamini.

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