El futuro de la OTAN: algunas claves

En este 2010 se asiste a un proceso que de momento ocupa poco espacio en los medios de comunicación, pero que a lo largo de los meses irá ganando en importancia. Una importancia que ya está instalada en el trasfondo del proceso en relación a varios temas, como se vio hace unos días en la Conferencia Internacional de Seguridad de Múnich: desde Afganistán a las relaciones transatlánticas, pasando como es lógico por las complicadas relaciones con Rusia. Se trata del llamado nuevo concepto estratégico de la OTAN, que debe sustituir al vigente, que data de 1999. No es de extrañar que en el 2009, en la cumbre de Estrasburgo-Kehl, aprovechando el 60° aniversario de su fundación, los estados miembros tomaran la decisión de encargar al (nuevo, recién nombrado) secretario general la puesta en marcha del proceso de revisión de este peculiar instrumento llamado concepto estratégico. ¿Por qué es relevante el tema? Por varios motivos de gran peso.

Ante todo, un concepto estratégico es una formulación en cierto modo doctrinal, en forma de documento, con la que los miembros de la Alianza exponen su percepción de los cambios en el sistema internacional, cómo ven las amenazas, los riesgos y los retos, y también sus preocupaciones. En cierto modo, muestra su determinación en cuanto a modos de actuación y –sin entrar en detalles– los medios y modalidades con los que afrontar ese panorama incierto de un mundo cambiante.
En esta ocasión, la Alianza tiene que tener en cuenta varias cuestiones. La primera, no menor, es que el número de miembros ha cambiado mucho, y no solo desde su fundación en 1949, o cuando España ingresó en 1982, sino desde 1999. Justamente, la gran ampliación hasta sumar 28 estados es una de las grandes variables de la última década, y esa ampliación se ha hecho hacia el Este, con países que antes o bien eran parte de la URSS o bien eran democracias populares, o incluso países comunistas aunque no alineados con la URSS (como algunos de la extinta Yugoslavia, Albania o Rumanía). Esto planea sobre las relaciones entre la OTAN y Rusia, que ha visto en paralelo una similar ampliación al Este por parte de la UE y por tanto ha hecho de esta variable uno de los vectores esenciales de su política exterior. Si se compara la política exterior de la era de Putin con la anterior, la era de Yeltsin, y en la comparación se incluye el hecho de que esta se adaptó a los años de Clinton y aquella a los ocho años de Bush, se entiende mejor el cúmulo de malentendidos, el último de los cuales fue sin duda la crisis de Georgia del verano del 2008.

Pero hay más cuestiones a tener en cuenta en la revisión en curso. Una, el tema de las futuras ampliaciones. No se trata tanto de si quedan muchos países por entrar como de aclarar –y es una cuestión política, no semántica– el criterio que la Alianza debe exponer en su nueva formulación. Por un lado, la línea roja de que una Alianza de estados soberanos no puede aceptar vetos o límites externos, es decir, que una potencia determinada diga (con maneras más o menos sutiles) que tal o cual país no puede ser miembro de la Alianza. Pero, sentado este principio, conviene fijar un criterio claro. Toda ampliación a nuevos miembros se supone que se hace para crear más seguridad, no solo para el nuevo miembro, sino regional y globalmente. Ha de ser un plus, un valor añadido. Por tanto, cuidado con precipitar adhesiones que susciten movimientos contrarios, incluso en el interior de algunos de estos países candidatos. O bien porque socialmente están divididos al respecto, o bien porque tienen problemas pendientes de tal calado que sería un error importarlos al seno de la Alianza Atlántica antes de su resolución pacífica. Ejemplo de lo primero, Ucrania: será interesante ver cómo evolucionará su política exterior en este tema y en otros después de las últimas elecciones. Ejemplo de lo segundo, Georgia, sobre la que algunos piensan que es parte de Europa y otros no. Si Georgia lo es, ¿cuáles de sus vecinos inmediatos también son europeos? ¿Cuáles no, y por qué motivos? A lo que hay que añadir lo siguiente: si uno de los problemas del mundo actual es el fenómeno de los estados de facto, es decir, territorios escindidos de hecho del Estado del que formalmente forman parte, y que objetivamente son un cúmulo de tensiones regionales y potencialmente a escala global.

Por otra parte, en la reciente conferencia de Múnich sobrevoló el debate un tema adicional. La OTAN, a través de su nuevo concepto estratégico, ¿debe postularse como el principal actor de la seguridad global? ¿O bien debe seguir siendo un (potente) actor de seguridad regional aunque en sus actuaciones –en defensa de sus intereses– puede ser más desterritorializada que en el pasado? Otros expertos añaden al debate la necesidad de revisar el artículo 5, de solidaridad automática en caso de ataque a uno de sus miembros, o de profundizar la relación OTAN-UE, que parece una necesidad ineludible a la vez que una oportunidad incomparable para nuestro continente. El debate sigue abierto, y no debería empezar, acabar y agotarse con el tema de Afganistán.

Pere Vilanova, catedrático de Ciencia Política (UB) y analista en el Ministerio de Defensa.