El futuro de la soberanía europea

La irrupción de la pandemia Covid-19 ha retrasado un año la inauguración solemne de la Conferencia sobre el Futuro de Europa (CFdE) que abrirá un gran debate ciudadano. Este 9 de mayo se han inaugurado los trabajos tras la convocatoria conjunta por el Parlamento Europeo (PE), el Consejo y la Comisión, las tres instituciones que ejercen el poder normativo y ejecutivo en la UE.

La idea fue del presidente francés Macron ante el PE (abril 2018): proponía organizar un debate europeo que permita a los ciudadanos decidir, ante las grandes convulsiones a nivel mundial, si asumimos «una soberanía mayor» que la nacional, «una soberanía europea» complementaria de la nacional. El presidente Juncker –también ante el PE ese año– identificaba «la hora de la soberanía europea».

El futuro de la soberanía europeaLa presidenta Von der Leyen recogió el reto y propuso en su discurso de investidura (julio 2019) un diálogo social estructurado a fin de escuchar a la sociedad durante doce meses. Este espacio nuevo de diálogo con la sociedad es una iniciativa al margen del Tratado, que complementa y enriquece, pero no sustituye ni desplaza las legitimidades que se deben encontrar en el camino reglado de una posterior revisión de los tratados.

Se pretende escuchar a la gente y reunir las aportaciones de todos los actos relacionados con la Conferencia mediante su publicación a través de una plataforma digital multilingüe (www.futureu.europe.eu) disponible ya desde abril pasado. A su vez la CFdE habilitará un mecanismo de retorno de información para que las ideas que se expresen durante cientos de actos puedan instrumentarse en recomendaciones concretas para la futura actuación de la UE y eventuales reformas de los Tratados.

La convocatoria sugiere una lista no exhaustiva ni cerrada de posibles temas para la CFdE: salud, emergencia climática, migraciones, economía, justicia social y empleo, transformación digital, papel de la UE en el mundo, educación, cultura, valores y derechos, y la mejora de la democracia europea. Estos temas están en las prioridades generales de la UE y, además, coinciden con las preferencias ciudadanas en los eurobarómetros.

El quid es cómo organizar a los ciudadanos en paneles europeos, nacionales, regionales y locales. Está bien que tengan diversidad de origen geográfico, género, edad, contexto socioeconómico y nivel de educación de los ciudadanos. Es deseable que la presencia de jóvenes pueda estar asegurada en cada panel sin segregar a los jóvenes en ágoras aisladas. Puesto que la Unión es una construcción intergeneracional no hay que hacer guetos. La presidencia ejecutiva, compartida por las tres instituciones convocantes, debe conectar con la gente corriente interesada que vive Europa desde las asociaciones Erasmus, los voluntarios de los Cuerpos de solidaridad, los «equipos» UE que hay en muchas ciudades, o los de «todos juntos» (together), o los grupos activos que han hecho iniciativas legislativas europeas; o las asociaciones científicas, técnicas, rurales, académicas, etc. que deben poder exponer su propia visión de lo que la UE significa para ellos y lo que esperan de la integración.

La retirada británica ha provocado vientos favorables al proyecto europeo con un aumento sensible por primera vez de la participación en las elecciones al PE en 2019. La ciudadanía cree con fuerza en el proyecto europeo. En una encuesta (noviembre de 2020) del Eurobarómetro, el 92% de los europeos creían que la voz de los ciudadanos debería tenerse más en cuenta en la Unión (el 93% de españoles o el 97% de griegos e irlandeses).

La UE debe contar con la gente individualmente y sus asociaciones cívicas sin estar condicionada a estructuras maleadas como son los partidos políticos y los sindicatos, absortos en aumentar su poder político y económico y servirse de la ciudadanía; partidos y sindicatos solo están interesados en contar a la gente cada cuatro años y nunca contar con la gente.

Las reformas están relacionadas con la necesidad de adaptarse a los tiempos cambiantes, de dotarnos de medios para prevenir y defendernos de las crisis, incluidas las lecciones de la pandemia Covid-19 y no ser solo anticíclicos. La amplia lista de objetivos de la integración, incluidos en la reforma de Lisboa (art. 3 TUE), en parte, han quedado envejecidos o superados. Hoy en día, no hay planes, fines u objetivos de la UE que no hayan sufrido la usura del tiempo.

Reformar es la respuesta pragmática a la idea de progresividad, a la idea de que el futuro se construye poco a poco y entre todos. Los Tratados constitutivos son una construcción intergeneracional constante. La idea de la Comisión Europea es reservar un papel central directamente a los diálogos ciudadanos, a la idea de contar con la gente mediante un espacio propio para que los ciudadanos se expresen y sean escuchados por las instituciones europeas y por los gobiernos y parlamentos nacionales ante las grandes transiciones, la verde y la digital, y un mundo nuevo marcado por la consolidación abrumadora de China como gran superpotencia con todas sus consecuencias. ¿Es la hora de pensar en la soberanía europea como reclamaron la Comisión (Juncker) y Francia desde 2017?

La unificación europea ha sido, hasta ahora, fundamentalmente un proyecto de paz, y aquella voluntad de reconciliación entre 1945-1950 ha sido un éxito para nosotros y para la civilización. Les guiaba la ética de la reconciliación y la paz; fue un «acto moral», instrumentado mediante tratados internacionales, que exigió el sacrificio parcial de las soberanías nacionales, su traslación compartida en instituciones y políticas comunes con un gran mercado a cohesionar y la atenuación de las identidades nacionales, pero sin construir una identidad propia.

Desde hace décadas, la paz se valora por los europeos como un activo patrimonial, pero no como proyecto de futuro. Se comienza a apuntar que la Unión debe plantearse ser un proyecto de potencia, en la que conviva la soberanía nacional y la soberanía europea.

Llegar a ser un proyecto de potencia es un acto eminentemente político. Ahora ya hay bases (el mercado, la ciudadanía, la unión económica, financiera y monetaria, la potencia normativa y solidaria global…) para asumir que la UE puede llegar a ser una potencia global junto a EEUU y China. Para ello debe asumir conciencia de autonomía estratégica en todos los órdenes (científico, tecnológico, industrial, militar, sanitario…) para actuar por sí sola cuando sean nuestros los problemas que debamos resolver.

Sin renunciar a nuestras alianzas, la UE debe poder estar en situación de defender los intereses de la ciudadanía europea sin depender de otros, debe poder depender más de sí misma y de sus acciones procíclicas y no meramente reactivas. No se trata de ceder soberanía sino compartir con los demás Estados europeos todas nuestras capacidades para defender intereses y soluciones definidos en nuestro propio seno para el bienestar y seguridad de los ciudadanos europeos.

¿Ha llegado el momento de, sin abandonar el proyecto de paz, abordar el proyecto de potencia? Pasar de la conciencia moral, tejida sólidamente con políticas comunes para garantizar la paz y prosperidad entre nosotros, a la conciencia política de nuestra potencia, fundada en la comprensión de un mundo con instituciones, con normas, con derechos humanos, prosperidad y concienciados en la lucha por la supervivencia frente la emergencia climática.

Los Tratados en su articulado solo hablan de identidades nacionales, si bien su preámbulo principal siembra la idea de reforzar «la identidad y la independencia europeas» mediante la acción exterior. Ha llegado esa hora de la conciencia ciudadana. Escuchar y dialogar con la ciudadanía en la Conferencia puede abrir un cambio transcendental con más conciencia cívica y legitimidad para asumir una nueva etapa de potencia política.

Araceli Mangas Martín es Académica de Número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y catedrática de Derecho Internacional Público y RRII de la UCM.

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