El futuro de Podemos

La disputa entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón por el poder en el partido ha significado ya que se ha puesto en marcha un reloj que marcará, con no mucho tiempo por delante, el final de un proyecto político que estaba muy poco definido.

Se puede analizar el nacimiento y la evolución de formaciones políticas nuevas, entre las cuales la más potente ha sido Podemos, pero no la única (por ejemplo, las agrupaciones que han llevado a Colau y a Carmena a las alcaldías de Barcelona y Madrid). Del análisis surge una característica, que es la de que se trata de movimientos juveniles (no solo) fascinados con los experimentos de la democracia directa. El peso de los procedimientos ha sido superior a la ideología que los líderes han propuesto a sus numerosos militantes. Es decir, que el movimiento ha sido más importante que el contenido.

El enfrentamiento de Iglesias y Errejón ha tenido la virtud de sacar a flote la necesidad de que los proyectos políticos afloren. Y hemos podido ver cómo una propuesta de carácter abiertamente leninista se ha impuesto a otra de carácter socialdemócrata. La farsa a la que aludía Carlos Marx cuando hablaba de la repetición de la historia. Y justo en los procedimientos, la esencia de Podemos, es donde se ha producido la ruptura entre los dos proyectos. El modelo de partido leninista, curiosamente, se ha impuesto por una gran ventaja de votos en el seno de una masa compuesta por gente que rechazaba los modelos clásicos de partido. Y se han dado a sí mismos una organización dotada de una dirección poderosa que puede hacer exhibición de nepotismo sin ningún pudor.

Pablo Iglesias dirige ahora, como jefe de los bolcheviques, un partido comunista, eso sí, sin dependencias exteriores. Íñigo Errejón está abocado a encabezar la fracción menchevique, minoritaria, que se convertirá, o bien en un compañero de viaje del PSOE, o bien, y esto es más probable, en una nueva formación de izquierda moderada con algunos modales que pongan en cuestión formas de actuación de la izquierda clásica.

Lo que parece insostenible es la convivencia de las dos almas que han surgido de la crisis de Podemos. Cada votación en el Parlamento sobre asuntos cruciales va a llevar al partido a situaciones extremas. Y ningún partido puede aguantar ese tipo de divisiones públicas. El recuerdo de la mención a la cal viva, que hizo Iglesias hace pocos meses para rechazar el respaldo al PSOE de Pedro Sánchez, es suficiente ilustración de eso.

Las numerosas formaciones políticas que comparten con Podemos una visión de rechazo a lo establecido se ven cada día enfrentadas a problemas semejantes, aunque sea a escala municipal o autonómica. Este efecto se agrava cuando la simpatía natural que se produce entre los militantes de Podemos y de organizaciones anticapitalistas o libertarias se manifiesta en propuestas políticas. En Podemos, la postura de los anticapitalistas, gente que viene casi en su totalidad de movimientos libertarios, ha sido de evidente rechazo a las propuestas centralistas de Iglesias.

No es muy arriesgado apostar por una crisis muy próxima, que afectará a Podemos, igual que a las demás alianzas de electores que se reparten por todo el país.

Pero una visión así no debería servir a los partidos tradicionales como un consuelo. La aparición de todos estos movimientos ha sido más que un aviso: hay mucha gente, de todas la edades y condiciones, que se niega a seguir haciendo política de la misma manera.

El PSOE está en el centro de todos estos problemas que se pueden presentar a la hora de encarar los nuevos tiempos. Por supuesto, el PSOE más tradicional, fundado sobre las agrupaciones que cada vez parecen más locales municipales de la tercera edad. Pero también el PSOE que se ha visto obligado a luchar en condiciones extremas contra distintos problemas (la violencia en el País Vasco, el desempleo en Andalucía…). Es muy difícil ya captar un solo militante cuando no se puede ofrecer ni un sueldo ni la capacidad de remover de su cargo a un político, o de llevar adelante una propuesta rompedora. ¿Por qué no se puede? La respuesta está en el aparato de los partidos, que deberían ser algo más que oficinas de empleo para algunos militantes, a cambio de obediencia ciega.

Podemos se puede desmembrar, no sabemos si para ser distinto o para beneficiar a otros.

Jorge M. Reverte es escritor y periodista. Ha publicado recientemente con Mario Martínez Zauner De Madrid al Ebro. Las grandes batallas de la Guerra Civil (Galaxia Gutenberg).

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