El futuro del capitalismo

La actual Gran Recesión ya toca a su fin en algunas partes del mundo. Aquí tardará aún en llegar y dejará una huella severa. Es una buena ocasión para reflexionar sobre el fin del capitalismo como sistema. Lo que se publica sobre la actual recesión, la más grave en 70 años, suele eludir el asunto. Los críticos consistentemente más agudos especulan sobre cómo serán las cosas mañana, mas siempre dentro del sistema.

Nadie se pregunta si se avizora, o no, el fin del orden capitalista como tal. Ello es curioso, puesto que no eran pocos quienes esperaban ayer mismo su colapso final. Veían señales por doquier de su agonía. Ya el camarada Jrushchov, jefe supremo de la Unión Soviética, proclamó ante los embajadores occidentales la muerte de su orden político –la democracia liberal– y también la del económico. «Les vamos a enterrar, la historia está de nuestro lado». Era 1956. Ya han visto el resultado. Concurrieron con esa lúcida idea algunos progresistas de la época siguiente. Cada vez menos.

Una cierta sabiduría ha penetrado los ánimos: el Estado del bienestar ha sabido amortiguar el golpe desde el primer momento. Las nacionalizaciones y rescates del Gobierno yanqui vinieron a salvar el sistema con los dineros de los contribuyentes, de forma espectacular, desde el 2008. Lo mismo hizo pronto Europa, y sigue haciéndolo. (Con menos tino en Irlanda, España y la patética Grecia, pero también.) El Estado del bienestar sirve para un roto y para un descosido. Cuando es menester rescata todo un país –comenzando por sus banqueros– para salvar el sistema. Y dentro de él salvar también algo del bienestar del que gozamos, con la dependencia que de él y de los subsidios y servicios públicos tiene toda la población y sus clases subordinadas –pobres, clases pasivas, parados– en particular.
El capitalismo, pues, sobrevivirá –que no cunda aún el pánico entre los ricos– precisamente porque la vilipendiada red salvavidas socialdemócrata lo ha socorrido. Y ello a pesar de los delincuentes conocidos, los émulos de Madoff y los jefes de bancos y corporaciones con bonus blindados de astronómica altura, que reciben hasta cuando hunden sus propias empresas, en un artístico alarde de desfachatez. La picaresca financiera como una de las bellas artes.
Naturalmente, es imposible predecir la fecha del fallecimiento. Será mucho menos repentino de lo imaginado por la doctrina marxista, cuyo interés arqueológico no se acrecienta con el paso del tiempo. A pesar de lo que algunos llaman aceleración de la historia en nuestros días, nadie puede afirmar que no dure un par más de siglos. (Esto es, siempre que la humanidad no haya perecido antes, empujada por su voraz destrucción ambiental.) Piensen ustedes –aceleración o no– lo que tardó en desmoronarse el orden imperial romano o lo que tardó en disolverse el feudal. Entre tres o cuatro siglos, según se mire.
Los únicos que en nuestros días han previsto el pronto colapso general del orden capitalista (y su desorden) no han sido los mejores especialistas en teoría económica. (Algunos de ellos, como Joseph Stiglitz, han visto y previsto lo que ha ocurrido, pero no han propuesto la abolición, sino la reforma.) Han sido los altermundistas, los anunciantes de que otro mundo era posible. Un anuncio que, lamentablemente, no han acompañado de un plan suficientemente detallado de acción. Merecen nuestro mayor respeto moral, pero es lógico que estemos esperando su plan viable de sustitución de este sistema por el otro. Lo peor que puede pasar –y tal vez esté ya pasando– es que Porto Alegre y todo el reciente esfuerzo intelectual para crear una civilización alternativa quede en la memoria como un conmovedor e impotente episodio histórico.

Mientras tanto, mientras esperamos, si no se aprenden las lecciones que ha enseñado la estrecha cooperación gubernamental –de estados nacionales o de entes supranacionales como la Unión Europea– con el sistema financiero y empresarial capitalista, el futuro no será otro que el de crisis recurrentes y reajustes costosísimos. Continuar como siempre o volver al periodo de hegemonía neoliberal indiscutida –el que va del hundimiento del muro berlinés hasta el colapso de Lehman Brothers en el 2008– sería un gravísimo error. Aseguraría la más cruel permanencia del capitalismo y la incapacidad de reconducirlo hacia un sistema que, sin ser un paraíso, por lo menos abriría la posibilidad de ir hacia otro orden económico, a otro futuro, menos indecente que el hasta ahora conocido. Esperemos que la incipiente recuperación y prosperidad que ya se dejan notar en China, parte de Europa, Japón, la India y Estados Unidos no nos cieguen ante las crisis futuras que acechan y eso nos impida realizar las necesarias intervenciones públicas. A poder ser, preventivas.

Salvador Giner, presidente del Institut d’Estudis Catalans.