El futuro del cine español

Hace ahora poco más de dos años, el 20 de diciembre de 2007, se aprobaba la Ley del Cine en el Congreso de los Diputados. Una Ley que venía a reforzar el tejido industrial y el impacto cultural del cine español, pionera en el ámbito europeo al diferenciar y respaldar decididamente a los sectores independientes de la producción, la distribución y la exhibición. Una Ley que, además de otros muchos aspectos, aseguraba el carácter estatal del Fondo de Protección a la Cinematografía y planteaba nuevas ayudas, además de salvaguardar la cuota de pantalla destinada a las obras comunitarias. Medidas todas ellas articuladas para la mejora de nuestro cine, como así lo entendieron todos los Grupos Parlamentarios, cuya votación sobre la Ley fue unánime.

Han pasado tan sólo veinticuatro meses de su aprobación y cabe considerar que 2009 ha sido un año muy positivo para el conjunto de la cinematografía nacional. Cinco películas españolas han superado el millón de espectadores (Ágora, de forma especialmente destacada, con tres millones y medio; pero también Planet 51, Celda 211, Spanish Movie y Fuga de cerebros), mientras que Rec 2 y El secreto de sus ojos se quedaban muy cerca de esa cifra.

Como consecuencia, la cuota de mercado ha ido en ascenso: aunque los datos oficiales del control de taquilla llegan únicamente al 15 de noviembre, cuando estaba situada en el 13,9%, la progresión en este mes y medio ha sido espectacular, con un pico en el puente de la Inmaculada del 46,7%, por lo que puede estimarse que estaremos en un 15 ó 16% anual, un incremento considerable desde el 13,3% de 2008.

Pero ninguna cinematografía debe juzgarse únicamente por sus éxitos y fracasos comerciales, o estaremos entrando en la dinámica preferida del business puro y duro. Hay otra faceta imprescindible a la hora de efectuar una valoración, como es la cultural y, dentro de ella, la dimensión internacional que alcance un determinado medio artístico. En este sentido, el año ha resultado también sobresaliente. Comenzó en la Berlinale, donde la coproducción mayoritaria española La teta asustada, de Claudia Llosa, obtuvo el Oso de Oro, triunfo ratificado muy recientemente en La Habana. Nunca antes el Festival de Cannes había seleccionado tres películas españolas para su Sección Oficial (Los abrazos rotos, de Pedro Almodóvar; Mapa de los sonidos de Tokyo, de Isabel Coixet y, fuera de concurso, la ya citada Ágora, de Alejando Amenábar). Por su parte, San Sebastián daba el espaldarazo al cine pequeño español, al considerar a Javier Rebollo como mejor director por La mujer sin piano, también galardonada en Los Ángeles y Tirana; a Lola Dueñas y Pablo Pineda como mejores intérpretes en Yo, también, y a Los condenados, de Isaki Lacuesta como Premio de la Crítica. Poco antes de que Alberto San Juan fuese reconocido como mejor actor en Valladolid por La isla interior; y Gary Piquer obtuviera una recompensa similar en Mar del Plata por Mal día para pescar.

No me extenderé en la relación, que comprendería premios en otros numerosos festivales, con marcada incidencia en el terreno documental, donde el cine español ha proseguido la trayectoria de estima y prestigio que ha caracterizado las últimas temporadas. Sirva la cita del galardón a Alberto Iglesias entre los compositores europeos y la nominación de Los abrazos rotos como mejor película extranjera en los Globos de Oro (selección en la que también figura Penélope Cruz, pero por un filme norteamericano, Nine) para cerrar este apartado de notable relevancia en el año que concluimos. No por casualidad alguien de la creatividad y la experiencia internacional del maestro Gil Parrondo declaraba recientemente que «el cine español está al mismo nivel que cualquier cinematografía importante del mundo».

Una buena base para mirar al futuro con optimismo. Futuro para el que considero básico lograr unos objetivos que me atrevo a resumir en esta suerte de decálogo:

1.- Un pacto entre todos los partidos políticos, esencialmente PSOE y PP, para llegar a la deseada consideración del cine español como «cuestión de Estado».

2.- Un gran acuerdo con la distribución y la exhibición al fin de que el cine español se vea realmente en toda España, y no sólo en las grandes ciudades.

3.- Una reducción efectiva de la piratería audiovisual.

4.- Un esfuerzo renovado para que las televisiones y los bancos recuperen su confianza en nuestro cine.

5.- Una más justa retribución a guionistas, actores, técnicos y otros profesionales, no exclusivamente para las «estrellas» de cada sector.

6.- Un fuerte apoyo al proceso de digitalización de las salas independientes.

7.- Un paso adelante en la cooperación dentro del marco iberoamericano, con atención específica a las coproducciones.

8.- Una presencia de la industria mucho más continuada y, por tanto fructífera, en los mecanismos e iniciativas de ámbito europeo.

9.- Una política decidida de insertar la enseñanza del lenguaje del cine y de su historia en el sistema educativo.

10.- Una voluntad común para mejorar la imagen del cine español en los medios de comunicación.

Es verdad que se ciernen densos nubarrones sobre el cine español, persisten o se generan graves problemas, pero, quizá llevados del espíritu navideño, démonos una alegría y cierto respiro. Porque una cinematografía que ha dado a Buñuel, a Berlanga y Bardem, a Fernán-Gómez y Azcona, a Saura y Erice, a Gutiérrez Aragón, Trueba o Almodóvar -entre tantos otros y por no citar a los más jóvenes-, no debe desfallecer. Nada ha sido peor que el franquismo y su censura: se superarán todos los impedimentos, los disparates varios, las miles de dificultades que surjan en el camino. Porque una expresión tan rotunda de nuestra identidad, de nuestra diversidad cultural, siempre estará viva. Pese a quien pese.

Fernando Lara, escritor y periodista especializado en cine.