El futuro económico de la revolución de Egipto

En Egipto, la pregunta del día es si el país logrará construir un sistema político democrático abierto o recaerá en alguna forma –nueva o vieja- de autocracia. Sin embargo, hay otra pregunta igual de importante –para todos los egipcios, y para otros países en desarrollo (y para los especialistas en desarrollo) – el impacto de su revolución.

En los últimos veinticinco años, un tema principal en la agenda de las organizaciones internacionales de desarrollo, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, ha sido el fortalecimiento de los mercados financieros de las naciones en desarrollo. Los mercados financieros fuertes pueden movilizar los ahorros hacia donde mejor puedan estimular el crecimiento económico. Además, esa capacidad se ha considerado como uno de los varios prerrequisitos clave para el desarrollo económico. Propiciar un mejor funcionamiento de las finanzas debería fomentar significativamente el desarrollo.

Los historiadores económicos señalan que las revoluciones financieras sentaron las bases para un desarrollo económico sólido en Inglaterra (en los siglos XVII y XVIII después de la Gloriosa Revolución), en los Estados Unidos (después de que Alexander Hamilton creara estructuras financieras cruciales en el curso de los años 1790 en un país principalmente agrícola), y en Japón (después de la restauración Meiji).

El Banco Mundial, el FMI y docenas de académicos han estudiado, larga y concienzudamente, las condiciones que hacen crecer a los mercados financieros y las que los detienen. Muchos se enfocan en la calidad de las instituciones, como los tribunales y las autoridades fiscales. Otros hacen hincapié en la calidad de las normas corporativas. Otros más observan las políticas, como la apertura al comercio o impuestos no onerosos. Todos ensalzan los derechos de propiedad.

Sin embargo, cuando volteamos a ver lo que en realidad sucede en los países en desarrollo, las lecciones son decepcionantes. Aunque algunos países han establecido sus sistemas judiciales, hecho más eficientes sus administraciones y empezado a lidiar con la corrupción, el impacto en los mercados financieros ha sido desigual.

Lo que es peor para algunas teorías sobre qué es lo que hace que florezcan los mercados financieros son los ejemplos de los Estados Unidos, Gran Bretaña y Japón. Los mercados financieros avanzaron a pasos agigantados en Gran Bretaña en el siglo XVIII y en Japón y los Estados Unidos en el siglo XIX y principios del XX –momentos en que la calidad de varias instituciones clave, como el derecho de sociedades y el sistema de tribunales era deplorable.

Los tribunales estadounidenses del siglo XIX eran particularmente corruptos, a veces incompetentes y a menudo irrelevantes, y sin embargo el mercado de valores creció y surgieron empresas que abarcaban el continente y que obtuvieron el financiamiento que necesitaban para funcionar, ampliarse e industrializar la economía del país. La institución financiera central de protección del financiamiento externo, las leyes federales sobre títulos, no entraron en vigor sino hasta mediados de los años treinta – décadas después de que los mercados financieros estadounidenses habían crecido para financiar el ascenso económico del país.

Gran Bretaña y Japón parecen haber seguido la misma secuencia: financiamiento primero e instituciones de protección después. Japón no contó con una ley de sociedades hasta que las finanzas empresariales complejas comenzaron a desarrollarse a finales del siglo XIX. No obstante, esa secuencia es lo contrario de lo que podría haberse esperado: sólo cuando los mercados financieros se desarrollaron, quienes tenían un interés en ellos presionaron para que se adoptaran mejores leyes para proteger a los inversionistas.

Así pues, en Gran Bretaña y los Estados Unidos algo más fundacional debe haber estado funcionando antes de que los mercados financieros comenzaran a operar. Algo más debe influir sobre cuáles países tendrán más probabilidades de desarrollar finanzas fuertes, cuáles no y cuándo.

Ese “algo” generalmente parece ser la estabilidad política básica, preferiblemente de tipo democrático. En un entorno político estable, se pueden desarrollar mecanismos informales –como la reputación de confiabilidad, las asociaciones comerciales y los mercados de valores–que faciliten las transacciones financieras. Los inversionistas y las empresas no temen que un nuevo régimen llegue al poder y cancele todas las reglas, o muchas de ellas, haciéndoles perder sus inversiones.

La información que vincula la inestabilidad política democrática con el atraso financiero en la era moderna, que Jordan Siegel de la Escuela de Negocios de Harvard y yo analizamos en un artículo que pronto se publicará, muestra de manera inequívoca que la inestabilidad es un indicador poderoso de la incapacidad para desarrollar mercados financieros. La estabilidad política democrática es el precursor más importante del desarrollo financiero.

Hay una lógica detrás de esto. Aun si todas las normas para las finanzas son adecuadas, pocos arriesgarán su dinero si temen que pueda darse un cambio de régimen desfavorable en el tiempo que dure su inversión.

Lo que es más importante todavía es que una estabilidad sombría como la del Egipto de Hosni Mubarak a menudo es insuficiente para el desarrollo financiero genuino. Los regímenes autoritarios, particularmente aquéllos que tienen desigualdades graves de ingresos y riqueza, crean inherentemente un riesgo de arbitrariedad, imprevisibilidad e inestabilidad. Ellos mismos son arbitrarios, y todo el mundo sabe que detrás de la estabilidad del momento se esconden fuerzas explosivas que pueden cambiar el régimen y devaluar inversiones enormes. Puesto que los financieros y los ahorradores tienen una confianza limitada en el futuro, esos regímenes no pueden construir y mantener fácilmente bases sólidas para el desarrollo financiero.

En contraste, los regímenes democráticos en los que hay muchos propietarios tienden a proteger mejor los derechos de propiedad a largo plazo, porque hay suficientes interesados en que así se haga.

Las reglas del juego son importantes para las finanzas. No obstante, lo que cuenta aún más es que la sociedad tenga un interés continuo y estable en conservar esas reglas y hacer que funcionen en favor de las finanzas y el crecimiento económico.

¿Qué significa todo esto para Egipto? Hasta el momento, la revolución egipcia es política, no económica. Sin embargo, si la revolución conduce a un sistema político más abierto, democrático y orientado a las clases medias, en el que las personas crean que les beneficia la continuidad del gobierno, los beneficios para los egipcios podrían ser muchos. Habría más probabilidades de que los mercados financieros prosperaran y que a eso siguiera un desarrollo más rápido y equitativo.

Por Mark Roe, profesor de la Escuela de Derecho de Harvard. Traducción de Kena Nequiz.

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