El futuro no tan sombrío del trabajo

El futuro del trabajo es un tema candente estos días. Ha inspirado una catarata aparentemente infinita de análisis, comentarios y conferencias, y fue uno de los asuntos prominentes que se abordaron en las reuniones anuales de la semana pasada del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. Con buenas razones: las nuevas tecnologías -concretamente, la digitalización, la robótica y la inteligencia artificial- tienen implicancias de amplio alcance para el empleo. Pero, contrariamente a cómo se suele encuadrar la historia, un final feliz es posible.

El debate actual suele cobrar ribetes melodramáticos, cuando pronostica un futuro en el cual las máquinas expulsarán a los humanos del trabajo. Según algunas estimaciones desalentadoras, el 47% de los empleos están en riesgo en Estados Unidos; el 57% en los países de la OCDE; las dos terceras partes en las economías en desarrollo y la mitad de todos los empleos a nivel global (alrededor de dos mil millones).

Sin embargo, predicciones igualmente sombrías de una destrucción de los empleos en gran escala y un desempleo estructural generado por la alta tecnología acompañaron episodios importantes de automatización en el pasado, inclusive de boca de economistas de renombre. Una predicción la hizo John Maynard Keynes; otra, Wassily Leontief. Ninguna de las dos se materializó. Por el contrario, el cambio tecnológico actuó como un fuerte impulsor del crecimiento de la productividad y del empleo.

Una razón esencial es que las innovaciones tecnológicas que destruyen algunos empleos existentes también crean empleos nuevos. Si bien las nuevas tecnologías reducen la demanda de trabajadores con calificaciones bajas o medias en empleos rutinarios, como el trabajo administrativo y la producción repetitiva, también hacen crecer la demanda de trabajadores más calificados, en áreas técnicas, creativas y gerenciales. Un análisis reciente estima que las nuevas tareas y los nuevos cargos explican aproximadamente la mitad del reciente crecimiento del empleo en Estados Unidos.

En este contexto, la evolución del trabajo debería ser vista como un proceso de ajuste dinámico, no como un proceso esencialmente destructivo que deberíamos desacelerar. Levantar barreras a la innovación, como los impuestos a los robots, que algunos han propuesto como una manera de aliviar la presión sobre los trabajadores, sería contraproducente. En cambio, las medidas deberían centrarse en equipar a los trabajadores con las habilidades de mayor nivel que exige un mercado laboral cambiante.

Hasta el momento, la educación y la capacitación han venido perdiendo la carrera con la tecnología. La escasez de esas capacidades técnicas y de mayor nivel que exigen las nuevas tecnologías es en parte responsable de la paradoja de una tecnología en auge y una desaceleración del crecimiento de la productividad en las economías avanzadas: la escasez de habilidades ha limitado la difusión de las innovaciones. Los desequilibrios entre oferta y demanda también han alimentado la desigualdad de ingresos, al aumentar las primas salariales que pueden exigir quienes cuenten con las habilidades correctas.

Para hacer frente a estas deficiencias, se deben modernizar y expandir los programas de educación y capacitación. En la medida que la antigua carrera profesional de "aprender, trabajar, jubilarse" da lugar a una carrera de aprendizaje continuo -un proceso agravado por el envejecimiento de las fuerzas laborales de muchas economías-, deben ampliarse las opciones de recapacitación y de formación permanente.

Esto exigirá innovaciones en el contenido, el suministro y la financiación de la capacitación, así como nuevos modelos para asociaciones público-privadas. El potencial de soluciones facilitadas por la tecnología debe estar encauzado y respaldado por una base más sólida de alfabetización digital. En un momento de creciente desigualdad -en Estados Unidos, por ejemplo, las brechas vinculadas a los resultados de la educación superior por nivel de ingresos familiares se han ampliado-, un fuerte compromiso para mejorar el acceso de aquellas personas económicamente desfavorecidas también es vital.

Al mismo tiempo, los países deben facilitar la capacidad de los trabajadores de cambiar de empleo mediante reformas de sus mercados laborales y redes de seguridad social. Esto implica cambiar el foco de políticas retrógradas del mercado laboral, que intentan proteger a los trabajadores en empleos existentes, a medidas prospectivas, como mecanismos de seguro innovadores y políticas activas para el mercado laboral.

Es más, los contratos sociales basados en relaciones empleador-empleado formales y de largo plazo tendrán que ser revisados, mientras que los beneficios como el retiro y la atención médica deberán ser más transferibles y adaptarse mejor a los acuerdos laborales en evolución, inclusive la economía de trabajos independientes en expansión. En este sentido, ya se han presentado varias propuestas, que incluyen un ingreso básico universal, actualmente en etapa piloto en Finlandia y algunas jurisdicciones sub-nacionales como Ontario, Canadá; un impuesto negativo sobre la renta y varios tipos de cuentas de seguridad social transferibles que agrupen los beneficios de los trabajadores.

En estos dos frentes, Francia está dando un ejemplo positivo. A principios de este año, el país lanzó una "cuenta de actividad personal" transferible, que les permite a los trabajadores acumular derechos de capacitación en múltiples empleos, en lugar de acumular esos derechos solamente en el marco de un puesto o compañía específicos. La administración del presidente Emmanuel Macron hoy está emprendiendo reformas de las estrictas protecciones laborales de Francia, para impulsar la flexibilidad del mercado laboral. El intento de implementar estas iniciativas de manera simultánea le permitirá a Francia capturar sinergias de reformas y facilitar la adaptación para los trabajadores.

El cambio tecnológico seguirá planteando desafíos trascendentales a los mercados laborales en distintas economías, como sucedió en el pasado. Pero, con políticas inteligentes y de cara al futuro, podremos afrontar esos desafíos sin ambages -y garantizar que el futuro del trabajo sea un empleo mejor.

Zia Qureshi, a former director of development economics at the World Bank, is a non-resident senior fellow at the Brookings Institution.

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