El futuro para Siria podría empezar hoy en Bruselas

Residentes de Alepo entre los escombros tras un bombardeo.H. Katan / Reuters
Residentes de Alepo entre los escombros tras un bombardeo.H. Katan / Reuters

Recuerdo la primera vez que estuve en Damasco. Fue en 2006. Sus calles eran una mezcla fascinante de imágenes bíblicas y de una dinámica capital moderna. Alepo, en aquella época la localidad más poblada, era una ciudad culta y muy bien conservada. Sus habitantes se vanagloriaban de contar con el bazar más antiguo de Oriente. Hoy cuesta reconocer el país en las imágenes recogidas con drones sobrevolando Alepo y Guta oriental que han dado la vuelta al mundo. Imágenes que ilustran la destrucción después de una década de guerra civil.

Pero una guerra no son solo edificios destruidos. Entre 400.000 y 550.000 personas han fallecido. El hecho de que sea imposible hacer una estimación certera nos indica la violencia de la tragedia. La guerra ha roto el destino de más de 11 millones de personas (seis dentro del país, cinco en los países vecinos) que han tenido que huir para sobrevivir. Hoy el sonido del conflicto en Siria no es ya tanto el de las armas, sino el ruido ensordecedor de estómagos con hambre: 12,4 millones de personas no tienen suficientes alimentos. Es el ruido también de la indignación en los mercados ante precios que han aumentado un 250% en los últimos meses dejando el pan, las legumbres o el arroz inalcanzables para muchos. Un sonido, por otra parte, el de las protestas por el precio de los alimentos, que nos retrotrae al origen de todo esto, las primaveras árabes de hace diez años.

Los equipos de Acción contra el Hambre en el país nos relatan cada día la peligrosa espiral con la que violencia y hambre se retroalimentan mutuamente. Cuando pozos y establos ―contraviniendo todas las reglas de la guerra― han sido destruidos y los campos han sido abandonados precipitadamente, o cuando el asedio a las ciudades deja sin provisiones los mercados, la gente encuentra, incluso ahí, mecanismos para salir adelante. Comprar alimentos a crédito (el 50% de la población en zonas rurales y el 70% en zonas urbanas), vender ganado y otros bienes, reducir a dos el número de comidas diarias, sacar a los niños de la escuela para ponerlos a trabajar o arreglar bodas de niñas que no han cumplido los 15 años. Son los mecanismos extremos de supervivencia que hemos visto extenderse tras diez años de conflicto.

Pero una década es demasiado tiempo para responder solo con (muy necesarias) intervenciones de emergencia, como las distribuciones de agua en camiones cisterna o las entregas de alimentos y material de refugio. Siguen siendo necesarias, sí, pero Siria necesita ya volver a mirar a un futuro con autonomía, esperanza y dignidad restaurada.

Hoy y mañana se celebra en Bruselas la 5ª Conferencia de Donantes para Siria. Los gobiernos llegarán a esta cita conscientes de que el pacto con Turquía y la solidaridad de países como Líbano y Jordania ha conseguido acallar en Europa las peticiones de auxilio de los refugiados, pero llegan también con la fatiga de 10 años de financiación y con una mirada más replegada que nunca en los territorios nacionales por la covid-19. El año pasado apenas se consiguió cubrir el 56% del llamamiento humanitario para Siria.

No es solo una cuestión de dinero. Es hora de que los donantes internacionales empiecen a contribuir a un futuro para Siria. Con programas de medio y largo plazo que tengan como objetivo restaurar la autonomía del país. Financiando la rehabilitación de las redes de agua y soluciones para la producción sostenible de alimentos. Poniendo a la mujer en el centro de todos los esfuerzos de recuperación, para que lideren este camino. Y haciendo que las sanciones internacionales o medidas de lucha contra el terrorismo dejen de impactar sobre los más débiles, garantizando exenciones a la ayuda humanitaria y facilitando la entrada de fondos de financiación humanitaria.

Creo que Siria, como toda la región, ha dado sobradas pruebas de resiliencia en las últimas décadas. Y estoy seguro de que muy pronto Damasco volverá a ser la ciudad universal e intemporal que ha sido a través de los siglos. Pero para eso es crucial que en Bruselas dejemos las luces cortas y activemos las largas. Con ambición y compromiso, para empezar a dibujar el futuro.

Olivier Longué es director general de Acción contra el Hambre.

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