El futuro que nos arrolla

«China es un gigante dormido, déjenlo dormir, porque el día que despierte hará estremecer al Mundo». Fue la conocida respuesta que en 1793 dio Napoleón a Lord McCartney, embajador de Jorge III de Inglaterra en China, cuando le preguntó por los intereses franceses en Asia. El mismo Lord que quedó estupefacto cuando el Emperador chino Quianlong le dijo abruptamente: «Los chinos no tenemos la más mínima necesidad de las manufacturas británicas». Pues va a ser que sí, y a las dos cosas. Quién iba a pensar que despertarían al tiempo China, la India, Brasil, México, Corea, y bastantes otros países, o que sería China quien invadiría Gran Bretaña de productos manufacturados y la India la que llevaría la contabilidad de los británicos, y no al revés.

Por vez primera en 2005 la producción de las economías emergentes superó la de los países desarrollados. No ya América Latina o, por supuesto, Asia; incluso África lleva ya tres años creciendo. De hecho, Europa es la región del mundo que menos crece, un 1,3 por ciento versus una media del 3,5 por ciento mundial, un 7,6 por ciento de las economías en transición y un 9,6 por ciento de China. Sólo la India aporta al crecimiento mundial más que toda América Latina. Lo que ocurre es muy sencillo: estamos siendo testigos de una transformación social sin parangón desde la Revolución Industrial. Solo que mucho más extensa, pues aquélla afectó sólo a un tercio de la población del mundo. Mucho más intensa, pues afecta a más aspectos de la vida (productos, procesos, hábitos, instituciones). Y, sobre todo, mucho más rápida: comenzó, con la globalización, hacia 1989, y tardará no más de quince o veinte años en completarse (la Revolución Industrial tardó siglo o siglo y medio).
¿Es esto nuevo? No tanto. Estamos retornando a un reparto de poder mundial previo a la gran expansión europea cuyo cénit fue la segunda post-guerra cuando el 80 por ciento de la población y del territorio del mundo estaban bajo mandato de potencias europeas. Fue el punto más alto, que es siempre el comienzo del descenso. La descolonización posterior dio la soberanía política a más de medio mundo y ahora se trata de la independencia y la soberanía económica. Pero en 1820 las economías emergentes eran el 70 por ciento del PIB mundial, que se redujo a la mitad en 1950. El PIB de China era entonces nada menos que siete veces el británico y la India el 20 por ciento del PIB mundial. Pero el éxito es espectacular. A comienzos de la revolución industrial, Inglaterra o Estados Unidos necesitaban casi 50 años para doblar su PIB per cápita. China lo hace cada nueve e India lleva el mismo camino. ¿Qué ha causado todo esto? Muchas cosas, por supuesto. El alivio del peso de la población, a consecuencia de las tecnologías del control de la natalidad, es una de ellas.

Una segunda causa es la estabilidad macroeconómica. Ya nadie cita a Marx ni se usa la palabra capitalismo; no está de moda. Pero fue él quien habló de la «gran influencia civilizadora del capital». China es el ejemplo vivo de lo que muchos llevaban defendiendo hace años: la libertad de comercio y, en general, la libertad económica, como vía hacia el crecimiento y el desarrollo. Otro tanto la India, que crece en tanto que abandona una economía dirigida y estatalizada. Todo ello para desesperación de los anti-globalizadores.

Pero capitalismo sin democracia y libertades públicas es igual a corrupción. Y desde luego la democratización de los años 90, la «tercera ola», es otra causa fundamental y hoy casi el 50 por ciento de los países y el 50 por ciento de la población vive en regímenes democráticos. Hay una clara relación mutua causa-efecto entre libertad política, libertad económica y prosperidad. Ésta es una de las grandes ventajas comparativas de la India frente a China, que es ya una democracia.

Pero las causas más próximas debemos buscarlas, como casi siempre, en los medios de comunicación y la tecnología. Roma sería inconcebible sin las calzadas y el Imperio español o británico sin las rutas marítimas. Pues bien, un invento tan simple como el contenedor ha reducido el precio del transporte en 36 veces, lo que permite la deslocalización de la industria, de los viejos blue-collar; y de eso se aprovecha China. E Internet permite la deslocalización del trabajo de oficina, de los white-collar; y de eso se aprovecha la India. Toda ocupación que no requiere relación directa entre el productor y el consumidor puede ser deslocalizada. Un peluquero, un portero o un cocinero, tienen sus trabajos asegurados, pero los contables, los programadores, los asesores bursátiles, los call-center, y muchos trabajos fabriles, se deslocalizan. Y cuidado, ni siquiera los puestos de alta capacitación se ven libres pues China e India producen cada año tantos ingenieros como USA, Europa y Japón juntos.

Y esto no ha hecho sino empezar. Si la demografía es el destino, como decía Augusto Comte, lo tenemos de frente. En 1950 tres de los diez países más poblados del mundo eran europeos. Para el año 2000 ya sólo quedaba uno pero en el 2050 no habrá ninguno y sí dos africanos, tres americanos (USA, Brasil y México, ya líder del mundo hispano-hablante) y nada menos que cinco asiáticos. Para entonces todo el viejo Occidente (incluida América Latina), será algo menos del 20 por ciento, pero sólo China e India serán casi el doble. En 1900 seis de las diez ciudades mayores del mundo eran europeas; hoy ya no hay ninguna.

¿Y que pasará con la economía? Disponemos de dos valiosos estudios, uno de Goldman Sachs sobre los BRIC (Brasil, Rusia, India y China), y otro de Price Waterhouse, que compara el G-7 (ampliado a España, Australia y Corea del Sur) con las siete mayores economías emergentes, el E-7 (China, India, Brasil, Rusia, Indonesia, México y Turquía). Pues bien, para 2050 el E-7 habrá superado al G-7 en casi un 20 por ciento, el PIB de China será como el de Estados Unidos y el de India la mitad, tanto como Alemania, Inglaterra y Francia juntas.

De hecho ya son inversores fuera y la compra Arcelor por el gigante indio Mittal fue un aldabonazo. Pero el Boston Consulting Group ha identificado no menos de dos docenas de nuevas multinacionales de economías emergentes, y no sólo en sectores clásicos (acero o energía) sino también de alta tecnología (telecom, aeropespacial o farmacia) o incluso banca. Hace pocos días salía a bolsa el Industrial and Commercial Bank of China en una operación colosal, la mayor oferta pública de valores de la historia que da lugar al quinto mayor banco del mundo. De hecho, en 2003, el 10 por ciento del FDI salió de países emergentes.

La gran pregunta es ¿es esto sostenible? China es el mayor consumidor mundial de cobre, estaño, zinc, platino, acero e hierro, y representa la mitad del aumento de la demanda mundial de crudo. La gran cumbre africana de Pekín hace unos meses (como el giro de América Latina hacia el Pacífico), muestran el inmenso poder de compra de esa economía. La incorporación de China, India y otros grandes países a la economía-mundo ¿será como la de finales del XIX, la de Alemania, Japón y USA, con su creciente lucha por recursos, por «espacio vital», el viejo Lebensraum? Aquello costó no menos de dos guerras mundiales. Esperemos que la humanidad haya aprendidode sus errores pues los riesgos no son broma.

China acaba de lanzar con éxito un misil anti-satélites. India recupera con éxito su primera cápsula espacial y se prepara para enviar una nave a la luna en 2008. No es ciencia ficción. No estamos ya en la nuclearización (ambos países son potencias nucleares hace tiempo) sino en la carrera por el control del espacio. India tiene un ejército de 1,3 millones de hombres, casi el tamaño del americano y el tercero del mundo tras China, que tiene casi 2,3 millones de hombres. La marina india es la quinta del mundo y la fuerza aérea la cuarta. Ambas, China e India, están rearmándose aceleradamente y sus nacionalismos crecen día a día.

Son, además, países colosales. En términos históricos, con historias y culturas milenarias. Pero más aun en el presente. Con más de 1.200 millones de habitantes, China es el equivalente a cuatro Estados Unidos y uno de cada cinco humanos es chino. Cada año nacen catorce millones de indios, el equivalente a Chile entero. Sólo dos ciudades indias (Delhi y Bombay) son tan grandes como toda España. Con una consecuencia nada trivial: la mayoría de los organismos internacionales se articulan sobre la base del principio de igualdad de los Estados soberanos, un principio que elaboró Bodino en el XVII a comienzos de la Europa westfaliana. Pero, ¿tiene sentido que Francia tenga un 4,87 por ciento de peso en el voto del FMI, y China un 3,67 por ciento? ¿O que los votos de India y Bélgica valgan lo mismo en Naciones Unidas?

Concluyamos. Las tres grandes economías actuales (USA, UE y Japón) seguirán siendo líderes. Pero emerge un mundo multipolar y una terrible política de grandes potencias, Westfalia extendida al mundo entero, en la que Europa simplemente no está, al tiempo que se hace cada día más grave la falta de gobernanza mundial y el peso político y económico del mundo gravita hacia Asia y el Pacífico.

Y mientras, en un pequeño rincón del continente euroasiático, algunos nativos discuten apasionadamente si son «naciones» o «realidades nacionales» o si el flamenco es «competencia exclusiva» de unos u otros. Pretenden arreglar el pasado mientras el futuro les arrolla.

Emilio Lamo Espinosa, catedrático de Sociología de la UCM.