El futuro se ha parado

Ya nadie habla de nada ni discute ni especula sobre nada. El futuro se ha parado. ¡El futuro ya no funciona! Piensen ustedes, por poner un ejemplo muy tonto, en la clonación. Era un tema muy candente hace unos años, motivo de controversia y agrio debate. Se clonó a una oveja, la famosa Dolly. Una secta aseguró que había clonado a un ser humano, aunque mentían. Era de suponer que si se había clonado a una oveja (aunque es posible que también esto fuera mentira), con el paso del tiempo se avanzaría en el tema de las clonaciones. Pero no es así. Ya ni siquiera se habla del asunto.

Piensen en la realidad virtual. Era un tema candente en los noventa. Se hicieron infinidad de películas sobre el tema, se escribieron libros, se especuló sobre la posibilidad de crear juegos en los que uno pudiera moverse por lugares virtuales. Hoy nadie habla de la realidad virtual. Nos conformamos con los juegos de X Box o con aprender a bailar con la Wii.

Piensen en la Teoría del Caos, en la Teoría de la Complejidad, en la Autopoiesis de Maturana y Varela, en las investigaciones de Ilya Prigogine (premio Nobel), en el hipertexto, en los robots haciendo tareas domésticas o realizando trabajos duros o peligrosos, en la Sociedad del Ocio. No estoy hablando de temas de ciencia ficción tal y como la energía punto cero, estaciones en la Luna o comida hecha con algas marinas, sino de tecnologías existentes, líneas de trabajo o de investigación reales, posibilidades que ya estaban en marcha y que, una por una, se han quedado en nada.

Hoy nadie se acuerda ya de la Teoría del Caos, ni de los fractales, ni de la Teoría de la Complejidad, ni de la autocreación de los sistemas vivos ni del hipertexto, que estaba destinado a ser el próximo paso de la creación literaria. Se hablaba de que el viejo texto «lineal» y plano pronto quedaría obsoleto frente al hipertexto, que permitiría que cada lector «personalizara» su lectura por medio de las elecciones que le irían permitiendo los links. Yo tenía amigos apasionados del hipertexto que me tachaban de reaccionario y de ciego porque me reía de sus pretensiones. ¿Quién habla hoy del hipertexto? ¿Y de los blogs, que fueron saludados como nuevo género literario que iba a transformar el mundo de la edición? Ya nadie considera que los blogs sean o vayan a ser otra cosa que lo que son. Las famosas transformaciones radicales de nuestra vida traídas por la tecnología se anuncian y luego se deshacen como pompas de jabón.

¿Se acuerdan de la «sociedad del ocio», aquella idea tan tonta de los años ochenta? Cuando las máquinas se ocuparan del trabajo pesado, nosotros podríamos dedicarnos a divertirnos en spas de lujo y espectáculos de realidad virtual. Pero no hay máquinas que hagan el trabajo pesado, sobre todo porque es mucho más barato pagar a un minero que construir una máquina lo suficientemente sofisticada como para hacer el trabajo de un minero (no digamos ya de un minero en China), ni hay espectáculos de realidad virtual, y la verdad es que nuestra jornada laboral no solo no se ha reducido, como se nos anunciaba, sino que ha aumentado. El futuro no funciona. Lo prometido nunca llega.

¿Y la inteligencia artificial? Ya nadie habla de eso tampoco. ¿Se acuerdan de Turing y su famoso test? ¿Y de Moravec, y de N. Katharine Hayles, y de los cyborg, y de lo poshumano, y de la poshumanidad? Ya nadie habla de eso. En los noventa se hablaba mucho de las máquinas inteligentes. Yo hablé durante horas en internet con una inteligencia artificial llamada «Jeeves» que contestaba mis preguntas y se ofendía con mis sarcasmos. La experiencia fue fascinante, pero al final conseguí reducirla a su condición de máquina. ¿Cómo son las inteligencias artificiales del siglo XXI? ¡Qué curioso, pero no son de ninguna manera!

¿Se acuerdan del genoma humano, y cómo los investigadores iban muy pronto a descifrarlo en su totalidad? Hoy ya no se habla tanto del genoma humano, y esa fe en descifrar el código genético y descubrir, así, todos los secretos de la vida parece haberse apagado o diluido. Todavía se habla a veces de que en el futuro viviremos doscientos años, aunque la perspectiva de vivir los cien años extra con alzhéimer no parece muy deseable. ¿Se acuerdan de la Teoría Final que los físicos estaban a punto de descubrir y que tendría la capacidad de explicarlo todo?

Si hacemos una lista de los temas de discusión, de investigación y de polémica que había en el mundo occidental desde los años ochenta hasta principios del siglo XXI en todas las áreas (ecología, filosofía, psicología, biología, física, sociología, cibernética, genética, etc.) comprobaremos estupefactos que la inmensa mayoría de ellos se han quedado en nada y no han conducido a nada. La hipótesis Gaya se convirtió en teoría Gaya, pero ya nadie se acuerda de ella.

Nada se ha cumplido. Nada se ha hecho realidad. Nuestro ordenador no solo no parece inteligente, sino que en muchos casos parece rematadamente estúpido. Sabemos, por otra parte, que los ordenadores nunca compondrán sinfonías ni escribirán novelas, tal y como nos auguraban alegremente los futurólogos. El futuro nos abandona. Las fantasías se diluyen y se volatilizan. Es lo que siempre hacen las fantasías. Las máquinas no son la respuesta ni el control de la naturaleza. No hay máquinas inteligentes. No hay vida artificial. No hay teoría final.

Hemos llegado al punto cero de la discusión, de la teoría, de la búsqueda. Ya nadie busca nada, y la historia parece haber terminado. Ahora descubrimos que la historia no es la concatenación de los hechos pasados, sino la vasta esperanza de inconcebibles hechos futuros. Solo hay un tema que sigue vigente: la ecología. Porque solo hay una cosa indudable: nuestro cuerpo, y su casa, la Tierra. La Tierra, casa de nuestro cuerpo, casa de nuestra alma, sea esta lo que sea.

Andrés Ibáñez, escritor.

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