El G-20 abraza las finanzas verdes

Los ministros de Finanzas y los gobernadores de bancos centrales del G-20 han comenzado a emprender un cambio de mentalidad asombroso. Están cada vez más convencidos de que las "finanzas verdes" -que financian un crecimiento sustentable para el medio ambiente- deberían estar en el centro de las estrategias de desarrollo económico. Una idea de estas características, hasta hace poco confinada a un grupo de académicos y responsables de formular políticas, es potencialmente una de las nuevas "verdades" más importantes del siglo XXI.

El modelo de desarrollo económico convencional consideraba la protección ambiental como un "producto de lujo" que las sociedades sólo podían permitirse cuando se volvían ricas. Ese razonamiento explica por qué el crecimiento espectacular del ingreso global, 80 veces en términos reales durante el pasado siglo, ha estado acompañado por una caída, según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, del capital natural en 127 de 140 países.

Ahora bien, el capital natural no es sólo un concepto abstracto; sustenta vidas, ingresos y bienestar social. La destrucción ambiental que están provocando nuestras actividades -las emisiones de gases de tipo invernadero agregan energía al sistema de la Tierra a una tasa equivalente a la detonación de cuatro bombas nucleares por segundo- tiene consecuencias concretas, que ya están afectando a millones de personas.

Desde 2008, un promedio de 26,4 millones de personas han sido desplazadas de sus hogares cada año como consecuencia de desastres naturales -el equivalente a casi una persona por segundo-. Un tercio de la tierra arable del mundo hoy está amenazada por la degradación del suelo, que causa pérdidas económicas de 6,3 a 10,6 billones de dólares por año. Y 21 de los 37 acuíferos más grandes del mundo han superado su punto crítico de sustentabilidad.

Las desventajas de la estrategia convencional para el desarrollo económico, que favorece el ingreso y el empleo por sobre la protección ambiental, son particularmente evidentes en China. Si se tienen en cuenta algunos parámetros -en particular, el ingreso per capita y el crecimiento del PIB-, el proceso de desarrollo de China ha sido un éxito extraordinario. Pero también trajo aparejados niveles letales de polución ambiental y contaminación generalizada, así como de desgaste del suelo y agotamiento del agua.

La buena noticia es que los líderes chinos ahora parecen admitir que deben salvaguardar el medio ambiente antes de que China alcance un status de altos ingresos. Por cierto, han pasado al frente del movimiento de las finanzas verdes.

Sin duda, el desafío que enfrenta China es monumental. El éxito requerirá una inversión de aproximadamente 600.000 millones de dólares al año, en áreas que incluyen la descontaminación y protección ambiental, energías renovables y eficiencia energética, y sistemas de transporte sustentables. Considerando que menos del 15% de esas finanzas provendrán de fuentes públicas, China también tendrá que rediseñar su sistema financiero para respaldar la inversión privada.

Pero China ya está tomando medidas concretas en la dirección correcta. El 30 de agosto, el presidente Xi Jinping presidió una decisión del Grupo Líder Central para la Profundización de la Reforma General para transformar el sistema financiero de China a fin de facilitar la inversión verde. Los llamados "lineamientos para establecer un sistema de finanzas verdes" adoptados en la reunión representan el primer intento en el mundo de implementar un paquete de políticas integradas destinadas a promover un giro ambicioso hacia una economía verde.

Según los lineamientos, China tendrá que desarrollar un amplio rango de nuevos instrumentos financieros, incluidos crédito verde, fondos de desarrollo verde, bonos verdes, productos de índices de acciones verdes, seguros verdes y financiamiento del carbono. También debe introducir una serie de políticas, regulaciones e incentivos específicos, inclusive un uso innovador de las operaciones de refinanciamiento, subsidios de intereses y garantías del banco central. Y debe establecer un Fondo de Desarrollo Verde a nivel nacional, como el Banco de Inversión Verde del Reino Unido.

La manera en que se desarrolle este proceso en China aportará lecciones importantes para otros que busquen construir economías más sustentables. Pero algunos gobiernos no dudan en hacerlo a su manera. Desde la Iniciativa de Finanzas Verdes de la City de Londres hasta el Mapa de Ruta de Finanzas Sustentables de Indonesia, están surgiendo paquetes de políticas innovadoras a un ritmo cada vez más acelerado.

Es más, muchas de las bolsas del mundo se han comprometido a exigir que las compañías listadas informen sobre sus riesgos para el desarrollo sustentable. Y se ha creado una coalición de reguladores bancarios para explorar cómo fomentar el crédito verde. Los detalles varían de un país a otro, pero el objetivo es común a todos: alinear los mercados de capital con las necesidades de financiación de una economía inclusiva y sustentable.

La agenda del G-20, que apunta a promover un crecimiento económico sólido, sustentable y equilibrado, ahora debería actualizarse para reflejar este objetivo compartido, en un momento en que las finanzas verdes se están convirtiendo en un componente clave de los asuntos del G-20. La cumbre de esta semana en China es el lugar ideal para empezar.

Ma Jun, Chief Economist of the Research Bureau of the People’s Bank of China, is Chair of the Green Finance Committee of the China Society for Finance and Banking.
Simon Zadek, Co-Director of the UNEP Inquiry into Design Options for a Sustainable Financial System, is DSM Senior Fellow and Visiting Professor at the Singapore Management University.

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