Ponerse de acuerdo. Ésa parece ser la divisa ineludible para la próxima reunión del G-8, si se piensa en el cambio climático. El camino para la acción está determinado por el propio carácter del problema: se trata de una crisis de tipo global, con efectos en el Norte y el Sur y, por ello mismo, reclama soluciones globales. Aunque no todos estamos en el origen de la situación, la Tierra -entendida como casa común- obliga a tomar decisiones amplias, compartidas y realistas.
Quienes hemos venido hablando desde hace tiempo de los "bienes públicos globales" sabemos que el medio ambiente es uno de ellos. Y lograrlo reclama, precisamente, el diseño y ejecución de políticas públicas globales. Todo esto es nuevo en la política mundial. La ecología y la defensa del medio ambiente avanzaron en las últimas décadas del siglo pasado, pero cuando se firmó el Protocolo de Kioto, en 1998, aún no teníamos presente tantas imágenes y datos bajo los cuales se consolidó la conciencia mundial sobre el efecto invernadero.
Hoy sabemos mucho más, hoy podemos afirmar que si nada se hace la temperatura de la tierra aumentará en tres grados Celsius. Pero también conocemos que para financiar la disminución de las emisiones, sólo sería necesario reducir el crecimiento anual del mundo en menos del 0,1% del Producto Interno Bruto. Esto significa que, hacia el año 2030, la reducción total del producto bruto no llegaría al 3% y estaríamos en el camino correcto. Ésta es una tarea muy concreta, donde los líderes de nuestro tiempo tienen, además, la oportunidad de demostrar lo que entienden por "una globalización con rostro humano".
Como es sabido, junto con la ex primera ministra de Noruega Gro Harlem Brundtland y el ex ministro de Exteriores de Corea del Sur, Han Seungsoo, he recibido el mandato del secretario general de Naciones Unidas, Ban Kimoon, de llevar adelante un diálogo con distintos gobiernos para colocar las bases de un nuevo acuerdo internacional. El trabajo lo hemos iniciado con urgencia. Y para saber dónde estamos, obviamente tenemos los ojos puestos en los preparativos de la próxima cita del G-8 y en sus resultados.
Por otra parte, en el Club de Madrid y en conjunto con la United Nations Foundations, hemos organizado un grupo de trabajo de alto nivel sobre cambio climático (Global Leadership for Climate Action), que desde la experiencia de los ex gobernantes y la visión de grandes empresarios pretende buscar respuestas modernas y concretas frente a este enorme desafío. Esperamos entregar nuestras propuestas al G-8, ahora en Alemania, como en diciembre en la Conferencia de la ONU en Bali sobre Cambio Climático y en el G-8 de Tokio, el año próximo.
Ya sea en el espacio multilateral o en el de la sociedad no gubernamental internacional, emerge una pregunta central: ¿qué es hoy lo más importante? Esencialmente, que el tiempo del diagnóstico terminó y comenzó el de la acción. Las negociaciones para expandir y extender Kioto más allá de 2012, cuando expira su vigencia, han entrado en una fase decisiva, aunque, por cierto, compleja.
El esfuerzo de la canciller alemana, Angela Merkel, ha sido grande. Ella, como anfitriona de esta cumbre del G-8, se ha propuesto avanzar hacia una declaración con compromiso de acción global ante el calentamiento climático y en favor de la seguridad energética. Un despegue hacia negociaciones serias para el pos-Kioto.
Sobre la mesa tiene los informes del "Diálogo Gleneagles". Éste es un mecanismo creado en la cumbre del G-8 de 2005 en aquella localidad inglesa, para trabajar en un "debate no formal" en la búsqueda de medidas innovativas sobre Cambio Climático, Energía Limpia y Desarrollo Sostenible.
Por su carácter, el G-8 (incluido Estados Unidos) trabaja aquí con un grupo de países cuyas voces son claves en este tema: Australia, Brasil, China, India, Indonesia, México, Nigeria, Polonia, España, Suráfrica y Corea del Sur. Un conjunto que representará hacia 2012 entre el 75 y el 80% de las emisiones globales que afectan la atmósfera. Los avances han sido parciales, pero una afirmación se ha impuesto: el cambio climático es un hecho real que nadie discute.
Así lo entienden en la Unión Europea, tanto quienes vienen gobernando como aquellos que ahora se incorporan. El presidente Nicolas Sarkozy nos dijo que Francia hará del cambio climático una prioridad de su acción diplomática. A sólo cinco días de asumir sus responsabilidades nos anticipó uno de sus planes: celebrar por primera vez en Francia, con grupos ecologistas y expertos, una gran reunión sobre el medioambiente que debe tener lugar antes de terminar el año. Con el futuro primer ministro del Reino Unido, Gordon Brown, la conversación fue directa, detallada y con un compromiso sustantivo en las estrategias de corto y largo plazo para frenar el calentamiento del planeta.
Pero, ¿qué podrán lograr ahora Estados Unidos, Canadá, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, Japón y Rusia, más China, India, Brasil, Suráfrica y México como invitados especiales?
Lo primero es saber qué significan algunas señales desde Washington. ¿Será cierto que allí está creciendo la conciencia sobre la necesidad de proteger el clima, como señaló el primer ministro Blair? ¿Cuál es el alcance de lo dicho por una experta de la Casa Blanca, cuando señaló que "hay consenso en que la Tierra se está calentando, y estamos trabajando con nuestros socios del G-8"?
Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, se detuvo en Groenlandia camino a Berlín para ver cómo el calentamiento global amenaza las formas de vida de gente que no tiene culpa en ello. Algo similar a lo que ocurre en nuestro sur, allá en Punta Arenas y otros puntos de Tierra del Fuego. La líder de la oposición demócrata, junto con una delegación bipartidaria de líderes del Congreso, piensa que el presidente Bush debería estar abierto a sumarse a sus socios del G-8 en esta tarea ineludible.
Estados Unidos no ha ratificado el Protocolo de Kioto. Ahora debe participar activamente en alcanzar un acuerdo. Es el mayor emisor de dióxido de carbono, al lanzar a la atmósfera más de una quinta parte de las emisiones mundiales de este gas de efecto invernadero. Y como tal, un actor central en el problema. Pero si queremos ser realistas, hoy también lo son China e India, que deben aportar lo suyo. Debe haber un acuerdo equitativo que conjugue limitar emisiones con la necesidad de crecer que tienen los países menos desarrollados.
La reunión bianual de la UE con Asia -también en Alemania- ha sido vista como la mejor instancia previa al G-8, para buscar algunos caminos de entendimiento con esos dos gigantes asiáticos. El camino está difícil, pero menos cerrado que hace una década. Tal vez la vía del diálogo se encuentre en lo dicho por el presidente Lula, de Brasil, tras su reunión con Blair: "Cualquier política de cambio climático debe tener en cuenta la necesidad de los países en desarrollo de obtener avances tecnológicos, de fomentar el crecimiento económico, de aumentar la generación de empleos".
En este ámbito como en otros, la relación entre lo local y lo global se ve cada vez más entrelazada. Las políticas públicas nacionales son la respuesta local, pero éstas quedan remitidas a una consecuencia precaria cuando los fenómenos determinantes vienen de lejos.
A la luz de los diversos debates en marcha es claro que puede trabajarse en torno de cuatro enfoques para avanzar desde ya: a) acuerdos de países, especialmente de los emisores mayores; b) acuerdos por sectores productivos buscando la disminución de las emisiones específicas; c) acuerdos de políticas, referidos a metas y estímulos para la contención de las emisiones; d) acuerdos de medidas de reducción, especialmente con el desarrollo de energías alternativas.
En todo ello pueden darse avances parciales. Lo importante es entender que estamos colocando los ladrillos de una construcción mayor. Después de Kioto, podemos y debemos tener un protocolo de alcance global, discutido y asumido con seriedad. Debemos hacerlo en el marco de una estrategia prioritaria, bajo la cual la globalización no anda por su cuenta sino se enmarca en las decisiones que la comunidad internacional adopte en los organismos multilaterales. Si ahora miramos al G-8 es porque creemos que las políticas públicas globales son posibles y necesarias. Y, además, ineludibles.
Ricardo Lagos, ex presidente de Chile, representante del secretario general de la ONU para políticas de cambio climático y presidente del Club de Madrid.