El G20 no cumplirá las expectativas, pero no todo está perdido

Buenos Aires albergará el encuentro del G20, que inicia el 30 de noviembre. Credit Juan Ignacio Roncoroni/EPA vía Shutterstock
Buenos Aires albergará el encuentro del G20, que inicia el 30 de noviembre. Credit Juan Ignacio Roncoroni/EPA vía Shutterstock

Para América Latina, la cumbre del G20, que inicia esta semana en Buenos Aires, tenía que ser motivo de celebración.

Este será el primer encuentro anual de las veinte principales potencias del mundo en Sudamérica y para muchos su significado estaba destinado a superar las expectativas. El anfitrión, el presidente argentino Mauricio Macri, esperaba pregonar sobre la transformación económica de su país y la continuación de su apertura global. Tras las elecciones presidenciales en los otros dos países miembro latinoamericanos del G20, Brasil y México, el evento prometía traer una nueva energía, una muestra de que América Latina puede ayudar a definir la conversación global. La cita de Buenos Aires incluso será el primer y tan esperado viaje de Donald Trump a América Latina como presidente, después de haberse saltado la Cumbre de las Américas de abril.

Sin embargo, en vísperas del encuentro, todo indica que esas expectativas no serán cumplidas. Los intentos de Macri de impulsar una economía moribunda en Argentina, limitados por fuertes tensiones políticas y factores externos negativos, han desilusionado. Sus esfuerzos por atraer nuevas inversiones han ganado poco terreno en un mundo en el que el proteccionismo y el antiglobalismo están de moda. El Fondo Monetario Internacional (FMI) predice que la economía argentina se contraerá este año y el próximo, con una inflación que sobrepasa el 40 por ciento. Es casi seguro que Macri enfrentará una dura contienda para su reelección el próximo año.

Entretanto, las relaciones hemisféricas se han ido deteriorando considerablemente en los últimos dos años. En el trato con sus vecinos al sur, el gobierno de Donald Trump ha estado mayormente ausente y ha actuado de forma desorganizada. Los pocos acercamientos de Trump se han centrado casi exclusivamente en los temas de seguridad, inmigración y en la confrontación con líderes autoritarios de izquierda en Venezuela, Cuba y Nicaragua.

Estados Unidos no es el único país que ha alterado la dinámica regional. Los otros dos líderes latinoamericanos en el G20 —Michel Temer de Brasil y Enrique Peña Nieto de México—dejan el poder, y no por la puerta grande. En julio, el partido de Peña Nieto, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), perdió de manera abrumadora en las elecciones y el populista de izquierda Andrés Manuel López Obrador obtuvo la victoria más amplia en la historia democrática de México. López Obrador tomará posesión el 1 de diciembre, el segundo día de la cumbre.

Brasil fue en la otra dirección: Jair Bolsonaro, un agitador de la extrema derecha, tomará posesión en enero. Bolsonaro fue invitado al G20, pero no participará debido a problemas de salud. Pese a su ausencia, le hará sombra a Temer, quien llegó al poder después de que su predecesora, Dilma Rousseff, fuese destituida. El presidente de facto ahora solo tiene el dos por ciento de aprobación.

Juntos, Bolsonaro y López Obrador representan un cambio radical para el statu quo del continente. Tienen en común un discurso nacionalista y la intención de enfocarse en los desafíos internos de sus países. Así que parece improbable que se dé una nueva era de participación activa de América Latina en el escenario global.

Es dudoso también que la crisis más apremiante en América Latina —el desastre en Venezuela— sea parte de la conversación en Buenos Aires, a pesar de que durante el G20 del año pasado Macri urgió a los países miembro a que pusieran especial atención a “la violación de los derechos humanos en Venezuela”. Mientras el país andino continúa su descenso hacia una profunda crisis política, económica y humanitaria, sus ciudadanos huyen desesperadamente —aproximadamente tres millones de personas han abandonado el país—. Los países de América Latina, particularmente Colombia y Perú, se han visto afectados por lo que ahora es la mayor crisis migratoria del mundo. Durante la reunión de los ministros de economía del G20 en marzo, diez países acordaron que pedirían fondos al FMI para ayudar a estos países con los costos de acogida. También acordaron ejercer presión de forma bilateral contra el gobierno de Nicolás Maduro. Sin embargo, es poco probable que la mayoría de los países del G20 —y especialmente los aliados de Venezuela, Rusia y China— aborden el tema durante la cumbre que inicia mañana.

En buena medida, la presencia de América Latina en el G20 será periférica. La firma del tratado que sustituye al antiguo Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), el acuerdo entre México, Estados Unidos y Canadá (llamado ahora T-MEC), puede ser la excepción, pero la firma será rápida y al margen del encuentro.

En todo caso, la dinámica global será la que dominará la reunión, especialmente las interacciones entre Estados Unidos, Rusia y China. Se espera que Donald Trump y Vladimir Putin tengan una reunión “larga y exhaustiva” y Buenos Aires será la última oportunidad para Xi Jinping de reunirse con el presidente estadounidense antes del 1 de enero, cuando aumentarán hasta el 25 por ciento los aranceles de Estados Unidos sobre una parte significativa de las importaciones chinas. De acuerdo con un borrador filtrado de la declaración conjunta del G20, publicado por el Financial Times, por primera vez desde la creación del grupo no habrá mención explícita sobre su compromiso con la lucha contra el proteccionismo.

Y por si esto fuera poco, el príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohamed bin Salmán, participará en la reunión, justo cuando varios líderes mundiales empiezan a aceptar que es muy probable que el príncipe no solo ordenó la ejecución de Jamal Khashoggi —reconocido periodista saudita que residía en Estados Unidos y era columnista del Washington Post—, sino que Trump tiene toda la intención de respaldarlo y mantener su alianza.

Sin duda, Macri puede y debe trabajar para ser un anfitrión dinámico, y Argentina ha hecho lo correcto al abogar por el multilateralismo, pues quizás todavía los peores impulsos del nacionalismo y el proteccionismo pueden ser mitigados. El mundo necesita diálogo y cooperación, ahora más que nunca, y esta reunión es al menos una oportunidad para el debate.

Sin embargo, el resto de América Latina —en particular Brasil y México— deberían mirar más allá del G20 en Buenos Aires. Tanto Bolsonaro como López Obrador deberán fortalecer sus agendas de política exterior, estudiar el modo en el que sus países puedan tener un papel positivo en las conversaciones hemisféricas y globales y considerar con seriedad los enormes riesgos que traería una mayor discordia mundial. Por encima de todo, la región tiene un papel fundamental en la lucha contra la corrupción, mitigar el cambio climático y en gestionar las olas migratorias (de Venezuela y de otros países) que sin duda crecerán en los próximos años.

Irene Estefanía González es investigadora asociada del programa para estrategia y comunicaciones en el Diálogo Interamericano. Ben Raderstorf es estudiante de posgrado en políticas públicas en la Universidad de California, Berkeley, e investigador no residente en el Diálogo Interamericano.

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