El gen caníbal

Propios y extraños observan (los primeros con estupor, los segundos frotándose las manos y/o tronchados de risa) la fratricida guerra desatada en el PP por la presidencia del partido en Madrid. Que en las formaciones políticas existe un gen antropófago por el cual en un momento dado sus miembros empiezan a comerse entre ellos es un fenómeno digno de estudio. En regímenes totalitarios, por ejemplo, el gen caníbal funciona de forma (casi) literal. Para acabar con la amenaza que para sus planes suponía el ala izquierda de su partido, en julio de 1934 Hitler aprovechó una reunión de los llamados camisas pardas a las órdenes de Ernst Röhm para matarlos a todos. En persona, y pistola en mano, irrumpió en el Hotel Hanselbauer en el que Röhm y sus hombres celebraban unas jornadas de hermandad. Algunos murieron en el acto y otros días más tarde en la cárcel. El episodio se conoce ahora como ‘La noche de los cuchillos largos’.

No menos afilada y sin escrúpulos fue la operación puesta en marcha por Iósif Stalin con ánimo de hacer limpieza en su partido. Tras lograr el exilio de su mayor competidor, León Trotsky, recurrió a la vieja y siempre infalible estratagema del enemigo externo para tachar de trotskistas y traidores a todos aquellos que podían hacerle sombra. Tras la nunca aclarada muerte de otro rival más popular que él, Serguéi Kírov, Stalin desató una caza de brujas. Se calcula que cientos de miles de miembros de Partido Comunista soviético, así como socialistas y anarquistas, fueron perseguidos, juzgados y en muchos casos ejecutados por el camarada Stalin. Sólo en el Comité Central, de ciento treinta y nueve miembros eliminó a noventa y ocho. La purga incluyó a amigos, socios y más de un pariente cercano. Sin llegar a extremos tan brutales, el gen caníbal funciona así mismo en países civilizados y democráticos como en los Estados Unidos, por ejemplo. Al poco tiempo de salir de la Casa Blanca, Donald Trump comenzó a poner en marcha una tenaz labor de zapa cuyo objetivo es, con vistas a las próximas elecciones, asegurarse de que no quede en puestos relevantes nadie que se atreva a cuestionar su teoría de que las elecciones de 2020 fueron fraudulentas y Joe Biden por tanto un presidente ilegítimo que robó la justa victoria de los republicanos. En la España democrática el gen caníbal se estrenó con UCD en los años setenta del siglo pasado, y una espléndida tentativa de partido centrista moderado, que había logrado aglutinar a personas de gran valía, murió tempranamente. De ello se ocupó el fuego amigo de lo que entonces se llamaban las familias políticas: liberales, cristianodemócratas, socialdemócratas, partidos regionales, etcétera. Todos con nobilísimas intenciones, naturalmente.

En tiempos más recientes, tan caníbal gen se ha ocupado de borrar del mapa con el infalible sistema de ‘entre todos la mataron y ella sola se murió’, a los padres (y madres) fundadores de lo que, antes de su feminización nominal, se llamaba Unidos Podemos. ¿Qué fue de Carolina Bescansa, de Luis Alegre, de Tania Sánchez o incluso de Juan Carlos Monedero, que sigue por ahí ‘corpore insepulto’? ¿Por qué emigró a siglas más cálidas Íñigo Errejón, mientras Pablo Iglesias optaba por embarcarse en el Titanic de las elecciones a la Comunidad de Madrid?

Y con esto llegamos al caso del Partido Popular y su pugna Almeida-Ayuso por ver quién preside el PP de Madrid. Antes de hablar de ellos habría que señalar que el gen caníbal no es nuevo en este partido. Incluso en sus años de bonanza, la antropofagia estaba a la orden del día, que se lo digan si no a Cristina Cifuentes. Eso por no hablar de cómo, al más puro estilo Agatha Christie en ‘Los diez negritos’, fueron cayendo por diversos motivos, pero en varios casos también por fuego amigo, puntales tan señeros de este partido como Alberto Ruiz-Gallardón, Soraya Sainz de Santamaría, María Dolores de Cospedal o Esperanza Aguirre. Dicho todo esto, y a pesar de que el fenómeno no es nuevo en el PP, la guerra fratricida por presidir la Comunidad de Madrid es un reto a la inteligencia, un atropello a la razón. Véase si no: cuando tienen todas las encuestas a su favor; cuando los trilerismos y embustes de Sánchez empiezan a pasarle factura ¿qué hacen ellos? Pegarse un tiro en el pie. Para cualquier persona razonable este afán caníbal resulta incomprensible. Pero razón y política son oxímoron hoy en día. O, para ser más exactos, los partidos políticos tienen razones que la razón ignora. Razones que obviamente ni siquiera se confiesan a sí mismos, porque están relacionadas con el ‘quítate tú para ponerme yo’ o con ‘el que se mueve no sale en la foto’. Una lástima, porque el peligro de estas pequeñas mezquindades es que, salvo en los casos antes mencionados de regímenes totalitarios y antidemocráticos, la primera víctima del gen caníbal es la propia formación política. Y no solo ella, por extensión también los votantes que observan asombrados cómo, un partido que podía asegurar la alternancia, decide jugar en contra de sus intereses. Konrad Adenauer solía decir que en esta vida hay enemigos, enemigos mortales y compañeros de partido. Pío Cabanillas, por cierto uno de los impulsores del PP, explicaba el gen caníbal de forma más chusca e igualmente certera diciendo aquello de «¡Cuerpo a tierra que vienen los nuestros!». Posiblemente no les vendría mal a sus descendientes políticos recordar ahora sus proféticas palabras. No solo por su bien sino por el de todos.

Carmen Posadas es escritora.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *