María nos cuenta esta historia en un café: “Mi marido me pegaba, le denuncié hace cinco años, acabó en la cárcel, cumplió su condena y salió a la calle hace una semana. Llevo una pulsera que suena si se acerca a menos de trescientos metros, y el otro día sonó. Ha venido la policía, ha puesto una orden de búsqueda y captura y lo han detenido. Ahora tengo que explicarle a mi hija de 15 años que su padre vuelve a entrar en la cárcel. Trabajo de comercial en una empresa con un contrato temporal y hace una semana que no vendo. Hoy me han despedido alegando que no estoy cumpliendo con mi trabajo. Es el cuarto trabajo que pierdo en cinco años por culpa de ser una mujer maltratada. Soy la víctima pero parece que he sido yo la que ha hecho algo mal y cuando intento seguir adelante, me pasa algo que me vuelve a hundir en la miseria.”
La violencia de género va mucho más allá de las mujeres muertas. Este pequeño episodio nos mostró la cruda realidad que sufren las mujeres víctimas de violencia, el poco apoyo que reciben por parte de las instituciones y la incredulidad a la que se enfrentan en sus trabajos. Se encuentran, sin quererlo, en el círculo de la violencia. Salir de ese agujero no es sólo mantenerse vivas, sino tener el derecho a empezar de nuevo, un derecho que está muy lejos de ser una realidad.
Se cumplen diez años de la entrada en vigor de la Ley de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género. Y, haciendo balance, nos encontramos con datos alarmantes: el 73% de los casos de violencia de género no se denuncian, desde 2009 el número de denuncias ha ido en descenso, siendo la tendencia actual. Además, en los últimos siete años ha aumentado en un 158% el sobreseimiento de las causas, las denuncias se archivan por falta de pruebas.
Estos datos nos indican que hay algo que no está funcionando. Parece que desde la entrada en vigor de la ley nos hubiéramos dormido pensando que el problema de la violencia contra las mujeres se iba a resolver. El Gobierno escurre el bulto de manera insultante, las campañas institucionales de sensibilización contra la violencia de género se dirigen hacia la mujer maltratada, como si la única responsable de salir de esa situación fuera ella. Un cartel institucional de hace unos años, en el que aparecía una mujer con un ojo morado, rezaba: “No te saltes las señales del maltrato, elige vivir”. Cuánta rabia y cuánta impotencia. El Gobierno debería saber que las mujeres muertas a manos de sus parejas o exparejas y las mujeres que sufren la violencia en sus hogares no están eligiendo esa situación. Y lo que menos necesitan es que las instituciones del Estado, que son las que deberían garantizar su derecho a vivir una vida libre de violencia, las increpen y les exijan que denuncien, porque “si no denuncian, no podemos hacer nada por ellas”, según palabras de la ministra de Sanidad, Ana Mato.
Se trata de una ley que no penetra en las causas estructurales de la violencia de género y que además no se está cumpliendo. Las leyes son como papel mojado si no se las dota de presupuesto para que sean efectivas. Esta ley, mejorable en muchos aspectos, proponía avances con respecto a la violencia en el ámbito de las parejas, como por ejemplo, proponer alternativas para garantizar una asistencia integral a las mujeres. Todo se quedó en promesas. Y esto hizo sumirse a las mujeres en una espiral de violencia, de la que cada vez es más difícil salir.
Mientras tanto, la sociedad influenciada por un sentido común sobradamente machista, promovido por las élites, criticaba a la ley por dar privilegios a las mujeres frente a los hombres. Nada más lejos de la realidad. Por no hablar de la desacertada creencia sobre las denuncias falsas, que en la realidad representan el 0,0038% de los casos (según datos de 2012 de la Fiscalía General del Estado). Esta tesitura nos enseña otro indicador machista asentado en la mentalidad social: las mujeres mienten, porque tienen oscuras intenciones. Para que una mujer demuestre el maltrato se le piden en los juzgados pruebas de todo tipo, sin entender el desgaste emocional y la falta de autoestima en la que están inmersas, además de lo difícil que es ponerte a grabar una pelea ante el miedo a que el enfado aumente. Es como si cuando denuncias que te han robado el coche, la policía, en vez de abrir una investigación, te preguntara: ¿Pero estás segura de que te lo han robado?¿No será que te lo cogieron prestado y no te has dado cuenta? Incredulidad de partida es más violencia.
También se sabe poco acerca del significado de la violencia de género. La Ley Integral la define en su primer punto: “La presente Ley tiene por objeto actuar contra la violencia que, como manifestación de la discriminación, la situación de desigualdad y las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres, se ejerce sobre éstas por parte de quienes sean o hayan sido sus cónyuges o de quienes estén o hayan estado ligados a ellas por relaciones similares de afectividad, aun sin convivencia”. Esta definición deja fuera una gran variedad de casos de violencia de género, como lo pueden ser los casos de prostitutas muertas a manos de sus clientes o las parejas homosexuales. Por no hablar de los “daños colaterales” de la violencia: las hijas e hijos, familiares, nuevas parejas.
La violencia de género va mucho más allá de las muertes y no se solucionará hasta que la sociedad no se implique activamente y cuente con leyes que vayan a la raíz del problema, que el Estado incida y se tome en serio la educación en valores de igualdad en las escuelas. En Podemos pensamos que hay que dar un paso más allá en el tratamiento de la violencia de género y una de las iniciativas que se está preparando plantea un encuentro abierto en el que se invitará a profesionales de este ámbito, a expertas, agentes de la sociedad civil y movimientos sociales, en el que se debatirá y del que se sacarán propuestas concretas en torno a esta temática. Porque creemos que son las y los profesionales que trabajan con víctimas y otros agentes especializados de la sociedad civil quienes saben mejor cómo incidir en esta realidad.
Queda mucho por hacer, pero debemos empezar por escuchar y apoyar a las personas que tenemos cerca, intervenir en las situaciones que percibamos, porque lo personal es político, y dotarnos de recursos para poder salir del ciclo de violencia, o ayudar a otras a salir. Porque las mujeres tenemos clarísimo que elegimos vivir, llevamos toda nuestra historia sobreviviendo, pero para eso necesitamos derechos que deben ser garantizados por las instituciones y respetados por la sociedad. Dejemos de escurrir el bulto y asumamos el problema que tenemos delante. Por una vida libre de violencias.
Tania González Peñas es eurodiputada de Podemos. Cristina Castillo Sánchez pertenece al Círculo Podemos Feminismos.