No pocos de los cuentos de Las mil y una noches provienen de la tradición oral china. El de Aladino, por ejemplo, que muchos aprendimos de niños, donde una lámpara de aceite encierra a un genio benefactor que sale de ella con sólo frotarla, y es capaz de cumplir los deseos de quien la posea por desproporcionados o increíbles que parezcan: levantar un palacio de la nada, de modo que si el deseo se pide en la noche, el palacio ya estará listo por la mañana.
“¡Aprópiate de todo el terreno que te haga falta!”, dice el rey de ese cuento. “¡Pero te ruego que termines ese palacio lo más pronto posible!”. Y el genio, cuya única respuesta suele ser: “Escucho y obedezco”, se pone manos a la obra.
Pero un genio semejante, cuándo no, también puede conmover las montañas, y obligarlas a que se aparten para abrir un canal interoceánico. Y uno de esos genios de la mitología infantil china, Wang Jing, ha regresado a Nicaragua, tras un año desde su primera visita, para anunciar que ya ha elegido la ruta para su canal.
El tratado Ortega-Wang, violatorio de la Constitución política, concede al genio de la lámpara los derechos absolutos por cien años, para construir y explotar el Gran Canal Interoceánico, que ha permanecido por siglos en el imaginario de la nación.
Trucos de magia por etapas. Aquella vez de la firma del tratado un año atrás, Jing se hizo acompañar de una fulgurante troupe de cabilderos, relacionistas públicos y abogados de prestigiosos bufetes de Estados Unidos, de esos que cobran por hora servida. Hoy, vino solo, como si aquella cauda tan brillante y tan bien pagada se hubiera esfumado, con lo que sus poderes mágicos cada vez parecen ser mayores.
Esta vez, en su comparecencia conjunta con Ying, Daniel Ortega mostró un estudio realizado por el Gobierno de Estados Unidos en 1896, más de un siglo atrás, que, grata coincidencia, sigue la misma ruta elegida por su socio chino. Este antiguo documento, desempolvado de algún archivo, es lo único presentado hasta ahora como fundamento para la construcción del canal, que empieza en diciembre, y se supone costará 50.000 millones de dólares. ¿Y el financiamiento? Ying lo declara un secreto.
Son maravillas que envidio como novelista. El genio de la lámpara deberá hacer aparecer, de aquí a diciembre, además de los estudios de factibilidad, puertos de aguas profundas en las dos costas del país para desembarcar la maquinaria pesada necesaria para las obras; y deberá construir campamentos para alojar a los obreros, viviendas para centenares de técnicos en áreas remotas y centenares de kilómetros de carreteras de acceso.
Y en ese mismo tiempo deberán ser entrenados los 50.000 trabajadores nicaragüenses a quienes se promete trabajo en las obras desde el principio, y deberán estar listos los técnicos en diversas especialidades de la ingeniería, que las universidades estatales prometen preparar, también en ese mismo tiempo.
Pero falta aún la mayor de las maravillas. El canal de 278 kilómetros de largo y un máximo de 500 metros de ancho estará listo en apenas cinco años, en un abrir y cerrar de ojos. Se removerán millones de toneladas de tierra, se drenará el Gran Lago de Nicaragua, se construirán dos esclusas de tres gradas, más un lago artificial de 400 kilómetros cuadrados para alimentar las esclusas; además, una fábrica de acero y otra de cemento. Y miles de personas deberán abandonar sus comunidades y ser reubicadas.
Y no sólo eso. Se construirán en el mismo plazo dos nuevos puertos, uno en cada costa, para tres millones de toneladas de carga cada uno, un aeropuerto internacional con capacidad para un millón de personas, los puentes que atravesarán el canal, una zona franca industrial de 30 kilómetros cuadrados, con un área comercial, otra de fábricas, otra de oficinas financieras, al lado, una ciudad para 140.000 habitantes. Y un complejo turístico, que al genio de la lámpara se le ha ocurrido a última hora, con 3.400 habitaciones.
El cuento se transforma en novela. En Nicaragua, la inmensa mayoría quiere creer, o necesita creer, que Jing, gracias a sus poderes sobrenaturales, removerá las montañas y las selvas y abrirá el cauce del canal de la noche a la mañana. Cuando despertemos, el primer barco estará pasando de un océano a otro frente a nuestra ventana, todos ricos, prósperos y bendecidos. Una fantasía construida a lo largo de nuestra historia, que hoy está siendo arteramente explotada para vender una colosal mentira.
Una reciente encuesta levantada por el Proyecto de Opinión Pública de América Latina, de la Universidad de Vanderbilt, lo comprueba: el 75% de los nicaragüenses sabe del proyecto del canal, en tanto que ese mismo porcentaje ignora que se hizo una reforma a la Constitución política para permitir la permanencia indefinida de Daniel Ortega en la presidencia. Y entre quienes saben del canal, dominan abrumadoramente los que lo ven como una panacea de riqueza y bonanza. Esta vez, gracias al genio de la lámpara maravillosa venido de la China, la patria de Aladino.
Sergio Ramírez es escritor.