El genocidio español en América y otros mitos

Con motivo de la Fiesta Nacional española, algunos locuaces políticos españoles se han llenado la boca con la palabra “genocidio”. Cuentan con innumerables votantes que comparten –al igual que no pocos creadores de opinión- la errónea idea de que España cometió un genocidio en América. Es esta una visión basada en la ignorancia de los hechos históricos debida al pésimo tratamiento que la historia de la América española recibe en los manuales de enseñanza.

La “leyenda negra” tiene mucho de anticatalana en su origen italiano medieval, cuando el Reino de Aragón contaba con un imperio mediterráneo. Mutaría en antiespañola tras la conquista de América y el ascenso, en el siglo XVI, de la Monarquía Hispánica a la condición de potencia dominante en Europa Occidental. Aunque, sorprendentemente, cinco siglos después sigue vivita y coleando. Ciertamente en España, pero también en América, donde personajes de la talla intelectual de Morales, Maduro y otros semejantes se encargan de seguir difundiéndola… a falta de cosas mejores que hacer por sus ciudadanos.

De esa “leyenda negra” forma parte también una supuesta explotación despiadada de la población aborigen. Esta habría contribuido sustancialmente al genocidio y se mantendría hasta la Independencia. De su carácter mítico da cuenta la frecuentemente utilizada imagen de que podría construirse un puente de plata entre Potosí y Madrid con la plata extraída del “Cerro rico”. ¿Se imaginan?

Cuando el epítome de ese pensamiento, Las venas abiertas América Latina, llevaba ya décadas como emblemático best seller internacional, su recientemente fallecido autor hizo un inusual alarde de honestidad. Reconoció que “no tenía la formación necesaria” cuando escribió ese pretendido ensayo y que no “sería capaz de leerlo de nuevo” pues “caería desmayado” (EL PAÍS, 05/05/2014). Ojalá el ejemplo de Eduardo Galeano tuviese más seguidores: ¡zapatero, a tus zapatos!

La RAE define genocidio como “exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, de etnia, de religión, de política o de nacionalidad”. Por tanto, en la América española, ¡no hubo ningún genocidio! La catástrofe demográfica que sufrió la población nativa en las décadas que siguieron a 1492 tuvo como causa fundamental la gran mortalidad causada por el contagio de enfermedades traídas por los españoles. La mortandad, de la que se compadecieron y que intentaron atajar algunos españoles contemporáneos, se explica principalmente por la falta de resistencia inmunológica de unos grupos humanos que llevaban miles de años aislados del resto del mundo y que carecían de la protección ofrecida a euroasiáticos y norteafricanos por un prolongado contacto con una amplia variedad de animales domésticos y una relativamente intensa vida urbana. ¿Que hubo, además, violencia? Pues claro, al igual que en la expansión militar del Imperio Mexica (azteca) o del Tahuantinsuyo (Imperio incaico).

El “genocidio español” dista de ser excepcional. Se observa igualmente en Norteamérica. También en otras partes del mundo cuando concurren circunstancias semejantes a las de América. En las islas del Pacífico, sin necesidad de violencia, mortandades espectaculares seguían al primer contacto entre occidentales y nativos en los siglos XVIII y XIX. Pero también antes en la propia Europa. En 1241, la llegada de la viruela por vez primera a Islandia se cobró las vidas de una gran parte de los escasos habitantes de la isla.

Lo cierto es que, para la población aborigen que se salvó del hundimiento demográfico y sus descendientes, la probabilidad de que mejorasen sus vidas en el plano material es más alta que la de lo contrario. La llegada de nuevas especies animales –rápidamente adoptadas por los indígenas- mejoró la dieta al aumentar la oferta de proteínas. Los animales de tracción redujeron el enorme esfuerzo laboral realizado previamente en el transporte de mercancías y la construcción de monumentos tan espectaculares como los que todavía hoy vemos. Ese derroche de energía ha dejado huellas indelebles en los esqueletos de la población prehispánica. A la reducción de ese desgaste físico contribuyeron igualmente la rueda, los instrumentos de metal, la grúa y otros tantos componentes del cambio técnico sin precedentes en América que siguió a la conquista española. Todos ellos no pudieron tener sino efectos positivos sobre la productividad del trabajo y los niveles de vida. Pruebas del grado extremo de desigualdad alcanzado por las principales sociedades prehispánicas no faltan. Tampoco de que, en alguna de ellas, la población ejercía ya una presión excesiva sobre los recursos agrarios disponibles.

Y, además, se acabó con el generalizado tributo en sangre en forma de sacrificios humanos masivos. Algunos autores dan cifras escalofriantes. Uno de los conquistadores de México dice haber visto en las afueras de la ciudad un “expositor” con casi 150.000 cráneos. Tal vez exagere, pero si se toman la molestia de indagar acerca del término “tzompantli”, se quedarán aterrados de su finalidad. En algún caso, también de sus dimensiones. En los Andes, unos 4.000 sirvientes de variado rango y concubinas habrían “acompañado” al Inca Huayna Capac en su viaje al más allá. De nuevo ¿exageración? Quizá, dejémoslo en varios centenares…

Rafael Dobado González es catedrático de Historia e Instituciones Económicas y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.

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