Estamos en agosto pero no conviene bajar la guardia. Al regreso, empieza el curso electoral. ¿Cómo está el panorama? Hace poco murió Richard Rorty, icono de la teoría posmoderna. El pensador americano acuñó una fórmula brillante para definir la filosofía del siglo XX: «linguistic turn», el giro lingüístico. Con sus propias ínfulas, Zapatero recupera una «nueva vía», como suelen llamar a sus corrientes internas los socialistas de aquí y de fuera. Secreto a voces: el PSOE emprende un giro españolista con manifiesta vocación electoral. Véase Navarra, incluida la puesta en escena. De Juana está donde merece estar. También Otegi, efímero «hombre de paz».
Sin equívocos ni entelequias, el Gobierno de España firma los anuncios que propagan las buenas noticias. Estrategas de Ferraz, quizá más bien de Moncloa, descubren a estas alturas que España existe y que a la gente le gusta. De paso, birlan el discurso a la oposición. Los aliados tácticos reciben el mensaje en forma de moratoria nuclear: primero, ganar las elecciones; luego, ya hablaremos. A veces la política parece sencilla.
Cuidado, sin embargo, con el espejo mágico y los halagos interesados. Quien siembra vientos pretende ahora recoger bonanzas. Esta sociedad presentista consume mercancías averiadas, pero cuando el perro de Pavlov recibe mensajes contradictorios su reacción deja de ser previsible. ¿Zapatero patriota? ¿El mismo que negociaba con ETA? El pueblo soberano no se distingue por su finura intelectual, pero tampoco cambia de opinión cuando le mandan los amigos del jefe. Es el riesgo natural de las falacias racionalistas.
En el imaginario socialista, pragmatismo constitucional y leve inclinación progresista configuran lo más parecido a una mayoría natural. O sea, Felipe González en sus mejores tiempos. El error de Zapatero ha sido promover un nuevo poder constituyente material, izquierda puritana con nacionalistas dogmáticos, suma de radicales con el objetivo de recluir a la Transición en el museo arqueológico. Experimento fallido.
La realidad es terca: con sus grandezas y servidumbres, el modelo de 1978 sigue vigente, más allá de catástrofes presentidas o deseadas. Las pruebas son concluyentes: para ganar votos, el Gobierno de España -otra vez aquí - recurre al viejo truco que funciona (casi) siempre. El pretexto es ETA, nuestra eterna desgracia. No quiso aprovechar esta oportunidad, la más favorable en su larga trayectoria de infamia. ¿Por qué? Lógica perversa, propia de asesinos: siempre se puede conseguir más. Mejor no hacer cábalas sobre su presencia en el proceso electoral.
A estos efectos da lo mismo octubre que marzo. Lo único seguro es que el presidente contempla con fruición la foto de Stormont. No renuncia a los planes de fondo. Nadie le convence de que Irlanda y el País Vasco son realidades casi antagónicas. La tierra es una esfera, recordaba Kant, y eso favorece la integración universal a modo de paz perpetua. El filósofo mayor ya no está, pero los acólitos cultivan la letra pequeña. Mientras sigan en primera línea, la puerta quedará abierta, acaso entornada -como ahora- por razones tácticas. Mira hacia Europa y sólo encuentra políticos laboriosos, antítesis de aquella simpatía oportunista que ya pasó de moda. Merkel, enérgica y austera. Sarkozy, hiperactivo, quizá demasiado. El mismo Brown, seco, honrado y trabajador. Nuevas formas del «marketing» electoral, genuina forma de gobierno en las democracias de masas. Leída la prensa del día, este año también Zapatero suspende sus vacaciones cuando hace falta. Inquietud propia de los políticos que intuyen las urnas. Trabajar mucho, o al menos que lo parezca.
He aquí el mandato universal de los votantes que disfrutan cuando los líderes bajan a pie de obra, aunque saben de sobra que sólo sirve para sacar la foto. La sociedad del malestar difuso, dueña ya del escenario, reclama gestores con buenas maneras e ideologías «ad hoc». Los socialistas tienen que optar, porque el nuevo modelo es incompatible con la tentación radical. ¿Hasta dónde les influye el virus dogmático? Son cosas de la educación sentimental. Necesitan demostrar que la derecha es torpe, autoritaria y antediluviana. Cuestión generacional, incluido el presidente como epígono tardío.
La maniobra es muy simple: poner el trapo (memoria histórica, Educación para la Ciudadanía, ciencia «progresista») y esperar que alguien embista. La practican una y mil veces. De vez en cuando da resultado. ¿Qué hacer? El problema no está en el fondo: existen muchas y buenas razones para la discrepancia. Es cuestión de estilo. Ciertas actitudes públicas espantan al voto centrista, mucho más exigente con la derecha que con la izquierda. Guste o no guste, la vida es así.
Eterno dilema. Disolución anticipada, sí o no. Desde Chirac en adelante, pocos gobernantes se atreven a correr el riesgo. Los datos objetivos favorecen el anticipo. Hábil en la distancia corta, el PSOE ha dado la vuelta -más o menos- al fracaso del «proceso» y a la derrota aritmética en las municipales. La economía que importa a la gente real agota poco a poco sus efectos benéficos. Las encuestas son aceptables, y no es probable que lleguen a ser mejores. Los presupuestos pueden ser una sangría. Las leyes pendientes son de puro trámite.
Los nuevos ministros tienen poco que decir. Alguno de los antiguos va camino del desguace político. Los aliados futuros pueden perder la paciencia. Las sentencias pendientes no estorban mientras no se dicten. Después, nunca se sabe. El adversario estará igual más o menos en otoño que en invierno, pero el adelanto tal vez le sorprenda con ciertas tensiones sin resolver. Si la política fuera una ciencia exacta... Zapatero propondría al Rey la disolución de las Cámaras el mismo día de la «operación retorno». No lo hará, supongo. Sobrevivir es ejercicio difícil que funciona mejor en el plazo corto.
La vida es breve, y seis meses en la cuenta de beneficios son mucho tiempo para los partidos concebidos como empresas políticas. Por eso amaga y no termina de dar. A lo mejor se arrepiente cuando ya sea tarde. ¿Qué hace mientras el PP? Está ahí, que no es poca cosa después de tanta maniobra gubernamental para conseguir su expulsión hacia los márgenes del sistema. De hecho, el empate persiste y puede pasar cualquier cosa. En el duermevela veraniego convendría dejar resueltas unas cuantas dudas, por si luego llegan las prisas. Sumar, pero no mezclar fórmulas heterogéneas. El PP sigue fuerte en el terreno de los principios, pero debe revisar algunas opciones estratégicas. Rajoy ejerce el liderazgo a su manera y no tiene intención de cambiar. Quizá considera que los tiempos no son propicios para hacer mudanza. Así será, porque cada uno juzga con acierto aquello que mejor conoce. Queda claro, no obstante, que mucha gente pide cambios y que no hace falta un terremoto interno para destacar algunas prioridades. Es fundamental concentrar los esfuerzos: la atención del público es un bien escaso, dicen los economistas de moda. Mucho más cuando toca jugar el papel de oposición.
Hay que seguir apostando por el espíritu de la Transición, un producto estrella que el centro-derecha transmite mejor que nadie. Valga la referencia para recordar con afecto al amigo Gaby Cisneros, uno de losmejores de aquella generación estupenda. Es importante no dejar toda la iniciativa en manos del Gobierno. Si no hay otro remedio, conviene ofrecer una respuesta rápida. Física y política guardan muchas relaciones entre sí.
Aplíquese, por tanto, la tercera ley de Newton: «cada fuerza genera por necesidad una reacción igual, pero opuesta».
Benigno Pendás, Profesor de Historia de las Ideas Políticas.