El gobierno económico europeo

El euro ha sufrido más la crisis que el dólar, a pesar de que la zona euro está mejor en déficit y en deuda. Y de que hay estados de EEUU, como California, en dificultades tan grandes como Grecia. Nos ha ido peor por el mayor riesgo de contagio de la crisis griega, por unas respuestas políticas ambiguas y por nuestra debilidad institucional. La lección más importante es que hace falta más coordinación de las políticas económicas y que el pacto de estabilidad, una policía de los déficits públicos, era insuficiente

España es el mejor ejemplo. Antes de precipitarnos por el tobogán de la crisis, éramos el alumno aventajado de la zona euro porque cumplíamos con creces todos los criterios del plan (¡teníamos superávit!). Pero resulta que la inestabilidad vino del sector privado, a cuyo endeudamiento nadie prestó atención.

Y, sin embargo, la UE tenía mecanismos de vigilancia que hubiesen permitido tirar de la señal de alarma y decirle a España que su evolución económica era insostenible y que debía corregir su diferencial de competitividad, reflejado en el segundo déficit comercial más grande del mundo. El Eurogrupo hubiera debido advertir de lo que podía ocurrir. No lo hizo porque entre amigos más vale llevarse bien y a nadie le gusta que los demás le metan las narices en casa. Y cuando la Comisión Europea quiso inspeccionar las cuentas griegas, Alemania fue la primera en oponerse en nombre del respeto a la soberanía de los estados, no fuera a ser que se sentara un precedente que le acabara afectando. Recordemos que fue la primera en incumplir el pacto de estabilidad y que entonces se opuso a que se le aplicaran las sanciones que después pidió con entusiasmo para Grecia.

Lo ocurrido demuestra que las reglas no eran suficientes. Y aunque ahora nos preocupamos fundamentalmente del déficit público, el problema más grave, y más difícil de resolver, es el de la diferente competitividad entre los países del euro.

Entonces, ¿qué nos hace falta, reforzar la aplicación de las reglas que teníamos, con una vigilancia más severa y sanciones más duras, u otra clase de reglas, ampliadas al comportamiento del sector privado, y actuando de manera más preventiva?

Seguramente ambas cosas, pero cualquier acción exige adoptar objetivos comunes y renunciar a un poco más de soberanía de los estados.

Y aquí es donde duele. Pedir más coordinación suena políticamente neutro y nadie está en contra. Pero los problemas empiezan cuando hay que concretar en qué consiste. Para unos, conduce al federalismo fiscal, y otros le llaman gobierno económico de Europa. Ambas expresiones han sido hasta ahora tabús. Lo sabemos bien los que hemos pedido, no un gobierno económico europeo, hoy por hoy un objetivo demasiado ambicioso, sino una puesta en común de las políticas presupuestarias y fiscales sin la cual el euro tropezaría, como ha ocurrido, hasta caer, como hubiera podido ocurrir.

Los problemas no han desaparecido. El ajuste fiscal griego parece ir bien, y el nuestro también, pero ahora es Irlanda la que flaquea. Grecia va a sufrir varios años de recesión y su deuda pública se va a estabilizar en el 150 % del PIB, lo que no va a tranquilizar a los mercados.

Les guste o no, los estados europeos tienen que coordinarse mejor, más rápido y sobre más cosas. Pero cuidado con poner en marcha mecanismos que no funcionen y disminuyan nuestra credibilidad institucional. Uno de los que se habla es la vigilancia previa de los presupuestos nacionales, que deberían ser comunicados a la Comisión para ser examinados en común antes de su aprobación por los parlamentos de cada país. Eso ha provocado la reacción contraria de los que ven en ese control previo de las políticas presupuestarias un atentado a la soberanía. Basta imaginar las reacciones que se habrían producido en la España autonómica si las comunidades tuviesen que llevar sus anteproyectos de presupuesto a Madrid, donde el Gobierno central les daría el visto bueno.

Desde luego, es una interferencia exterior en el proceso de elaboración de un presupuesto nacional. Pero no creo que ese inconveniente fuese mayor que las ventajas que de ese ejercicio se pueden extraer, siempre que funcione bien. El problema es que no es nada fácil que lo haga, porque es un proceso más complicado de lo que parece.

En EEUU, más integrado políticamente que la UE, no hacen nada parecido. Pero tienen un presupuesto federal de más del 20% del PIB y el de la UE no llega al 1%. La solución más operativa sería que el centro del sistema político europeo tuviese más dimensión y pudiese actuar como instrumento de política económica para el conjunto. Pero eso no tiene ninguna posibilidad de ocurrir a medio plazo.

Por lo tanto, más vale que intentemos vigilarnos mutuamente antes que colocarnos en la posición de tener que ir a rendir cuentas a los grandes banqueros de Wall Street y asegurarles que aplicaremos, in extremis y al extremo, las políticas de aumento de la competitividad que nos negamos a acordar entre los socios de la misma moneda.

Josep Borrell, presidente del Instituto Universitario Europeo de Florencia.