El Gobierno y la Corona

Desde un organismo público de la Administración General del Estado se produjo en la noche del sábado 21 de marzo un súbito golpe al sistema constitucional. Tras el título «Monarquía en estado de alarma», la primera cadena de TVE dedicó trece minutos al impacto producido por el chantaje que han lanzado al Estado un policía corrupto y una empresaria de dudosa trayectoria que hace algunos años sirvió a Don Juan Carlos.

Emitido precisamente antes de su informativo de mayor audiencia, el contenido del espacio estuvo en las antípodas de lo que cabe esperar de una televisión estatal. El guión y las intervenciones de los invitados a emitir juicios sobre el asunto parecían programados para socavar la piedra angular de nuestra democracia, de la monarquía parlamentaria. Un espacio tan tendencioso como sectario es consecuencia del control que Podemos tiene hoy sobre un medio que, como el CNI, Iglesias ambicionó hace dos años y ya ha conseguido.

El texto leído por la presentadora reiteraba expresiones que inducían a poner en duda las afirmaciones contenidas en el comunicado oficial con que la Casa Real se deshizo del embrollo. Efecto que acentuó al señalar que «el miércoles, mientras Felipe VI se dirigía a los españoles con un país confinado, se escucharon caceroladas desde los balcones...» sobre la imagen ridículamente magnificada de un solitario balcón.

El corolario lo puso Ignacio Escolar, director de «Diario.es», reiterando por dos veces que «estamos ante un problema de reputación tan grave en la Jefatura del Estado que las consecuencias pueden ser imprevisibles». Y añadió «tengo además la sensación de que las revelaciones sobre el Rey Juan Carlos van a ir a peor... Va a tener un rechazo social importante no sólo sobre el Rey emérito sino sobre la propia institución monárquica».

Y por si alguna duda quedara tras todo lo visto y escuchado, la locución editorial cerraba el programa afirmando: «Llueve sobre mojado y las nuevas informaciones empiezan a aproximarse al Rey Felipe, que precisa un cordón sanitario, un aislamiento para no contaminar la institución si es que aún está a tiempo. La Corona está sufriendo un desgaste y un deterioro que pueden poner en peligro el futuro de la institución».

El futuro de la institución, en peligro; ni más ni menos. Naturalmente, las imágenes y manifestaciones emitidas por los editores del programa están amparadas por la libertad de expresión, pero la de información, la que asiste a todos los ciudadanos para poder formar una opinión pública libre, requiere de un pluralismo que fue hurtado por la televisión nacional, un servicio público esencial de nuestro Estado de Derecho.

El único político presente en el espacio fue el republicano separatista Rufián; sobran comentarios. Tampoco son precisos respecto a la presencia del director del diario vocero de Podemos. Y sobre la independencia del procesalista Nieva-Fenoll, escogido para hablar de la inviolabilidad del emérito Rey, basta indicar que durante el juicio del procés puso en entredicho la actuación del Tribunal Supremo y escribió que los derechos de los sediciosos pudieron haber sido vulnerados.

Esto ha sucedido en la televisión de todos los españoles, una institución pública gobernada por la administradora única que, con carácter provisional, impuso el primer gobierno Sánchez con el apoyo de los partidos que secundaron la moción de censura. El hecho de que la interinidad se haya mantenido durante dos años revela lo cómodo que el Gobierno se siente en esa situación a despecho de su irregularidad.

El reportaje en cuestión es una más de las celadas tendidas a la Corona por el Gobierno Sánchez. El cerco a la presencia del Rey en los foros internacionales, la programación de viajes con escaso sentido y menor oportunidad, el silencio con que asiste a los agravios de dirigentes de su propia coalición de gobierno y de otros socios parlamentarios revela su deriva republicana. Insólita vocación antisistémica en los responsables de uno de los tres poderes constitucionales del Reino de España.

Los dramas humanos y, en general, el pandemonio creado por la falta de previsión y respuesta eficaz ante la calamidad vírica tal vez haya mitigado el ruido del barreno horadando los cimientos de nuestra democracia, pero sus efectos quedarán para siempre en el subconsciente de una sociedad débil de criterios sólidos para afirmar su soberanía.

Difícil defensa la del Estado cuando en su poder ejecutivo operan quintacolumnistas bajo el principio de que sus objetivos no se alcanzan sobre consensos, de que el cielo se toma al asalto.

Tal vez el remezón que la presente crisis producirá en todo el mundo sirva para reponer en su sitio el sentido común arrasado por las olas del populismo y la radicalidad que han quebrado las bases del progreso real y de la convivencia libre y pacífica de los españoles. ¿Por qué no?

Federico Ysart es periodista.

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