El golpe real y la asonada imaginaria

Por lo visto, la derecha lleva semanas llamando a la insubordinación del Ejército. Lo ha dicho la ministra de Igualdad levantando un gran revuelo, cuando lo más bestia de sus declaraciones está en calificar de «encomiable» la labor de Iglesias. Las teorías de la conspiración siempre tienen seguidores, pero la loa al líder chavista no se la cree ni ella. Bueno, ella sí, pero por eso se dispensa a los cónyuges de la obligación de declarar como testigos.

Lo del PP y Vox incitando a un levantamiento no ha sido una improvisación. Sigue a dos acusaciones similares. La más sonada, el juicio de intenciones del vicepresidente ante una Comisión parlamentaria, con la sonriente aquiescencia de Patxi López, poco después arrepentido. Menos ruidosa, pero útil para colegir que intoxican de consuno, la del portavoz podemita en el Congreso.

Uno, que es sentimental, lamenta que ni se molesten en incluir a Ciudadanos entre los supuestos conspiradores. Es un ninguneo doloroso y significativo. Pero al grano. Lo primero que te viene a la cabeza es el mecanismo de la proyección freudiana. Así, Podemos acusaría a la derecha de cocinar un golpe porque Podemos está perpetrando un golpe. Posmoderno y tal, pero golpe al fin, pues avanza hacia un cambio de régimen sin reforma constitucional, sin consenso y sin mayorías cualificadas ni otras zarandajas.

Si lo prefieren, el Gobierno (Iglesias y Montero son gobierno) estaría señalando con dedo acusador a la oposición, atribuyéndole una ominosa conspiración de corte decimonónico (asonada) mientras atenaza al Poder Judicial, patrimonializa el Estado, se zafa cuanto puede del control parlamentario, destituye altos cargos por negarse a delinquir, mantiene en arresto domiciliario a todo el país y se revuelca en la excepcionalidad como gorrino en una charca. Golpe del siglo XXI, sin ruido de sables ni frufrú de sotanas, chavista, como corresponde al vice, hombre fuerte del Ejecutivo, macho salta, gallo del corral mal que le pese al traje vacío que llamamos presidente.

Sin embargo, por mucho que el enfoque psicológico sea tentador, y que el gran literato Sigmund Freud siga poseyendo una gran fuerza magnética, debemos descartarlo porque no concurre en las atribuciones de golpismo ni un ápice de sentimiento de culpa. Esto es algo frío como témpano de hielo. Algo calculado. No necesariamente originado en un Power Point, pues ambas izquierdas -la silvestre y la asilvestrada- vienen utilizando el mismo truco desde 2002, cuando Zapatero enseñó su verdadero rostro y resolvió partir España en dos aprovechando, como si fuera la línea punteada de un pasatiempo infantil, una vieja cicatriz guerracivilista que estaba cauterizada desde que el PCE optó por la reconciliación en 1976, y que estaba olvidada desde las Cortes Constituyentes.

Un buen día, las izquierdas decidieron que la ruptura se había impuesto a la reforma, trastornando la historia y negando el pasado. El ardid de pintar a media España como ajena a la verdadera democracia ha tenido bastante éxito. Faltaríamos, con todo, a la verdad si no reconociéramos que dicho éxito se lo ha regalado la derecha poniéndose por sistema a la defensiva, pidiendo perdón por existir y despreciando, en una incomprensible muestra de estupidez, cuantas herramientas contribuyen a la construcción del imaginario. Es una tragedia que miembros del Gobierno -y no digamos sus aliados, que vienen del crimen o son dirigidos desde una cárcel catalana- puedan hoy presentar a los grupos terroristas que tanto obstaculizaron la llegada de la democracia, y que mataron más que nunca con la democracia ya instalada y consolidada, como «luchadores por la libertad».

Pero esa infamia no sería posible, insisto, si no se hubiera equivocado tanto la derecha regalándole a la izquierda los aparatos de penetración ideológica, por usar la acertada terminología marxista del último tercio del siglo XX. En una triste paradoja, los que profesan la estricta ideología materialista han sido conscientes durante toda nuestra historia democrática del valor insustituible de las ideas. Mientras tanto, los que se adscriben al ideario de las sociedades abiertas, y están supuestamente libres de ideología materialista, han demostrado con sus hechos que solo creen en la gestión económica, que lo demás vendrá por añadidura.

Pero por añadidura solo ha venido la inversión permanente de la culpa. Aunque las crisis lleguen con la izquierda y las resuelva la derecha, esta siempre acaba siendo culpable porque se ha desinteresado de la educación y de los medios. Los dos dominios del sedicente progresismo. A esa derecha que cree que el poder llega por sí solo, en una especie de atávico turnismo con sello de la Restauración; a esa derecha que abandona lo educativo y lo mediático y que no quiere «líos» le salieron dos disidencias organizadas en sendos partidos. Uno por la izquierda y otro por la derecha. Muy diferentes en sus idearios, salvo en lo tocante a la unidad de España. Iguales en algo crucial: la falta de complejos, el no pedir perdón por existir, la aceptación estoica de que vas a caerle mal a los dueños de los aparatos de penetración, el no dar un paso atrás ni para coger carrerilla. Hoy, por desgracia, uno de esos dos fenómenos ha sido neutralizado al comprar la visión del mundo, el lenguaje y la fatal hegemonía de la izquierda. Los pactos de gobierno autonómicos que todavía mantiene en exclusiva con el PP son un vestigio de otra época.

Todo radica ahora en saber quién es Pablo Casado. Que es decente y sensato está fuera de duda. Ojalá le asistan otras virtudes, porque las necesitará: la capacidad de resistir presiones indecibles, simultáneas y sucias; el tesón para exigir y obtener su parte en el espacio de lo intangible; la voluntad de dar la batalla cultural. Son atributos imprescindibles y empieza a ser urgente exhibirlos, ya que el golpe a la Nación del gobierno cainita progresa adecuadamente. O se planta cara, o veremos a los terroristas glorificados, a los golpistas catalanes celebrados, a los jueces maniatados, a los fiscales sojuzgados, al Parlamento jibarizado y al Rey -ya amordazado- depuesto.

Juan Carlos Girauta

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